Si pregunta por mí… díganle que soy nicolaíta de tradición

Colegio de San Nicolás, Alma Mater de la Universidad Michoacana. Imagen cortesía de la UMSNH.
Para Valentina

No somos lo que imaginamos que somos sino la sombra desgarrada del mundo que nos produjo. Yo soy el mundo y los discursos que lo habitan. En mí convive la contradicción del mundo y toda la suma de su malestar. Yo siento el malestar del mundo porque ese mundo me ha constituido en lo que soy.

Soy todo eso que me antecede y me supera en un movimiento dialéctico que me interpela y me produce. Mi pasado que se proyecta en mi futuro alterándose de forma reciproca y conflictiva hasta producir la frágil silueta del instante que vivo y que acaba ya de acontecer.

No hay ser como presencia autónoma del instante desvinculado de la historia. No existe el presente sino por el pasado que lo produjo. Dejemos de mentir y de mentirnos con la ilusión peligrosa producida por la psicología simplona de nuestro tiempo: vivir el aquí y el ahora y olvidarnos del ayer que nos hizo ser lo que somos y no podemos dejar de ser.

Llegamos a ser a través de los actos que han dejado legado de lo que somos. El acto no puede mentir ni mentirse. Es tan sólo un acto. Algo que se hace con lo que somos. El acto es la materialización del ser que nos dice de modo retroactivo su verdad. Nuestros actos dicen por nosotros lo que nosotros mismos callamos en lo que decimos que somos.

Pregunta para los nicolaítas: ¿hemos actuado de acuerdo a nuestra tradición? O más bien, ¿nuestros actos nos traicionan porque nosotros traicionamos aquella tradición que nos hizo y nos formó aunque nuestras palabras quieran seguir engañando y mintiendo sin pena ni pudor?

No hay acto más preciado que la palabra empeñada en la transformación del mundo. Hay quienes luchan y dejan su vida para que las cosas dejen de ser lo que son y el mundo se convierta en un lugar habitable para todos y no más la casa lujosa de algunos cuantos.

Reconocerse y ser reconocido por aquella tradición que no ignora ni menosprecia el origen y el fundamento de la palabra como elemento insoslayable de la condición humana.

Esa tradición existe y convive entre nosotros, aunque ahora mismo nos neguemos a reconocerla. Esa tradición está presente en los legados invaluables de nuestra Universidad Michoacana. Está escrita en sus monumentos y en todos sus símbolos inmortales.

La Universidad Michoacana es un referente de nuestra ciudad y de nuestro estado, del país que juntos formamos, de la América latina que es afirmación del inconsciente a cielo abierto y finalmente, del mundo verdadero que lucha por su existencia.

 La tradición nicolaíta trae implícita en sí misma palabras plenas de lucha por la dignidad humana que no se pueden borrar o reprimir a pesar de que ahora mismo hemos dejado de escucharlas.

Esa palabra no se puede ignorar porque es nuestro origen y el origen permanece en todas sus producciones. Ese origen es palabra verdadera. Potencia. Deseo. Vida y renovación.

Pacto sagrado que en nuestra tradición milenaria se sostenía con sangre. La sangre va de por medio. Es por eso mismo que la palabra como pacto sagrado que permite vivir con el otro nos produce y nos da un mundo para vivir.

Somos la palabra verdadera que habita como lo más singular de nosotros pero que debe salir para transformar el mundo en los momentos verdaderamente importantes.

La verdad adentro no sirve de nada, debe salir con la fuerza del pecho para romper y denunciar los actos viles de quienes defienden el presente como eternidad sin pasado y sin historia.

Quizás vivimos uno de esos momentos definitivos ahora. Nuestra Universidad nos necesita porque ha sido arrancada de su origen mientras naufraga en las aguas turbulentas del poder que la conduce hacia su propia destrucción. Hacia el olvido de su tradición.

Cuando olvidamos la tradición podemos hacer cualquier cosa: ya no existe un rumbo que nos oriente, un porqué y un para dónde.

Si negamos lo que somos entonces podemos traicionarnos y vendernos al mejor postor como no deja de suceder con los que dirigen el rumbo de nuestra Universidad, quienes niegan y reniegan de nuestro origen, fundamento e historia.

Intentar estar lo más cerca del origen es una práctica que implica coraje. Es difícil estar a la altura de la época histórica que nos tocó vivir como nicolaítas pues la denegación de la tradición que nos formó produjo una realidad perversa: la actual situación universitaria totalmente disociada de su origen, y por lo tanto, en contradicción consigo misma.

Nosotros no somos esta universidad que no deja entrar a su pueblo en ella y excluye a los que son diferentes o minoritarios y se somete a la voluntad de negociantes profesionales representados por casas evaluadoras o dictaminadoras. No somos esta universidad que no paga a sus profesores y excluye a los interinos para beneficiar a sus allegados.

No somos esta universidad de papel y simulación sometida al poder que no escucha a su pueblo y que no deja distribuir el goce del trabajo de modo equitativo y solidario.

Yo no me reconozco en la actual universidad sino en aquella tradición que la subyace y que no deja de retornar una y otra vez al mismo lugar para recordarnos los principios que la constituyen.

Por uno de esos dulces azares y misterios que tiene la vida mis padres se encontraron en un aula de la Universidad Michoacana. Me gusta imaginarlos blancos y relucientes con toda la fuerza de su juventud jugando a enamorarse afuera de la Facultad de Medicina.

Años después yo mismo ingresaba a la preparatoria en la misma escuela que formó a mis padres y de la que he sido docente interino por diez años. Puedo decir con el pecho inflado de orgullo que conozco y siento la tradición nicolaíta.

 En este mundo de pandemia y destrucción, si la muerte me sorprende en la hora macabra de su llamado sin las palabras adecuadas para alejarla de mi lado…

Si pasa el tiempo y en la oscuridad infinita de la muerte acaso mi hija pregunta por su padre, díganle que soy nicolaíta de tradición…