Cuāuhtémōctzīn…

Fue el 12 de agosto de 1521 cuando el Tlahtoani Cuauhtemoctzin entregó al pueblo mexica lo que hoy conocemos como “El último mandato o consigna de Anáhuac”. (Imagen: especial)

Los ahuehuetes resuenan fuerte en la gran explanada, cual latientes corazones llenos de vitalidad. Los estandartes bellísimos de plumas multicolores acarician el cielo como queriendo acariciar al gran espíritu creador de todo, concebido para algunos como Tonatiuh. Los ayoyotes danzan al unísono de los danzantes, que mediante la danza se comunicaban con la creación. La danza es una manera de ayudar a Dios, de participar en la lucha entre el bien y el mal.

La gran Tenochtitlan vuelve sus ojos y corazones al cielo. “Mira Cuāuhtémōctzīn gran guerrero, aquí estamos, aquí sobrevivimos, como polvito de jade, cual polvito de estrellas“.

La cuenta del tiempo dice que hace 525 años, nació Cuauhtémoc, el águila que descendió del cielo para posar sus pies en la tierra.

Cuāuhtémōc significa literalmente Águila que descendió (se posó), (náhuatl cuāuh(-tli) ‘águila’, temō- ‘descender’). Y la forma de mostrarle honor y respeto es nombrándole Cuāuhtémōctzīn (el sufijo -tzīn se usa para designar dignidad de “Noble Señor”).

Al cielo le gustan las fiestas, se enoja si no bailamos.  Mediante la danza se ora, con los pies en la tierra y el corazón, se agradece al sol la vida de cada día. Se le habla, se le platica, se le canta, se prende el copal, para que su aroma llegue al universo.  Mediante el ritual de la danza se recuerda que somos polvo de estrellas.

El próximo domingo 28 del presente, se cumplen 496 años de que Hernán Cortés lleno de miedo por la grandeza del gran Tlatoani Cuāuhtémōctzīn, le manda ahorcar, temiendo que organizase la resistencia.

Cortés no entendía que la grandeza de Cuauhtémoc trascendía la presencia física. No entendería nunca la concepción de vida-muerte-vida, de la cosmovisión Mexica y de todos los pueblos originarios.

El gran guerrero Cuāuhtémōctzīn organizó la resistencia en vida, trascendiendo a la muerte.

Cada año, la resistencia (la tradición) danza en el Zócalo de la Ciudad de México recordando, agradeciendo, dando vida a su legado, a su palabra.

Cuauhtémoc organizó la resistencia sin armas; sino mediante el amor. El amor a la vida, a nuestras tierras, a nuestra lengua, a nuestra manera de ser y de vivir. Organizó la resistencia invencible: la del espíritu, mediante su último mandato:

 Nuestra sagrada energía ya tuvo a bien ocultarse, nuestro venerable sol ya dignamente desapareció su rostro, y en total obscuridad se dignó dejarnos.

 Sabemos que otra vez se dignará volver, que otra vez tendrá a bien salir y nuevamente vendrá dignamente a alumbrarnos. En tanto que allá entre los muertos tenga a bien permanecer.

Muy rápido reunámonos, congreguémonos y en medio de nuestro corazón escondamos nuestro corazón que nos da vida, nuestros conocimientos, que son nuestra riqueza. Guardémosle en nosotros como gran esmeralda.

Hagamos desaparecer los nuestros lugares sagrados, los nuestros Calmécac los nuestros juegos de pelota, los nuestros Telpochcalli, las nuestras casas de canto; que solo se queden los nuestros caminos y nuestros hogares que nos preserven. Hasta cuando se digne salir el nuevo nuestro sol.

Los venerados padres y las veneradas madres que nunca se olviden de decirles a los sus jóvenes y que les enseñen a sus hijos mientras se dignen vivir, precisamente cuán buena ha sido hasta ahora nuestra amada Anáhuac.

Donde nos cuidan nuestros venerados difuntos, su voluntad y sus deseos. Y por nuestro respeto por ellos y nuestra humildad ante ellos, que recibieron nuestros venerados antecesores y que los nuestros venerados padres, a un lado y otro en las venas de nuestro corazón, los hicieron conocer en nuestro ser.

 Ahora nosotros entregamos la tarea a los nuestros hijos;

¡Que no olviden, que les informen a sus hijos intensamente cómo será la su elevación, como nuevamente se levantará el nuestro venerable sol y precisamente como mostrará dignamente su fuerza precisamente como tendrá a bien completar grandiosamente su digna promesa esta, nuestra venerada y amada tierra madre Anáhuac!

                                                                                              (Cuauhtémoc, 1521)

Fue el 12 de agosto de 1521 cuando el Tlahtoani Cuauhtemoctzin entregó al pueblo mexica lo que hoy conocemos como “El último mandato o consigna de Anáhuac”; el cual ha sido transmitido hasta nuestros días de manera oral, de generación en generación por más de quinientos años.

El gran y sabio Tlahtoani no se refería a que el pasado volvería, se refería sin duda a mantener con vida el conocimiento, a no permitir dieran muerte a nuestro sentir y saber. Y eso justamente, fue lo que dio vida y corazón a la resistencia.

Como dejó dicho Cuahtemotzin; en el corazón de cada uno de nosotros se encuentra la sabiduría de nuestros ancestros. Ese es nuestro mayor tesoro, y es el conocimiento interno, el que nos ha de permitir construir con nuestros corazones, armoniosamente, piedra por piedra, desde sus cimientos, lo que será el futuro de todos.

Gracias a esta su palabra, se conserva el corazón de México vivo.

“He nacido con siete estrellas en la mano. Escucho los silbidos leves de los pájaros, en la calma del silencio, en lo profundo de la energía. Ahora me veo, como un espejo sagrado, en los ojos del águila que voló, que se desplazó y que se perdió en el infinito”.

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