Releyendo a Ende

La vida de Michael Ende comienza en 1929 en Garmisch-Partenkirchen, Alemania, siendo hijo del pintor surrealista Edgar Ende. (Foto: especial)

Sin lugar a dudas: releyendo cualquier libro, se encuentra una/o con la visión diferente de aquello que en determinada circunstancia o época nos llegó a conmover de otra manera. Por lo general, casi toda la literatura resulta susceptible de varias lecturas y provoca sucesivas identificaciones que resultan, la mayoría de las veces, sorprendentes, sobre todo si la relectura ha dado un salto, desde la infancia, hasta nuestra edad adulta.

       Un autor que conocí poco antes del nacimiento de mi hijo (1980), fue el alemán Michael Ende, quien con la historia de Momo me atrapó desde sus primeras líneas.  Descubrí en este escritor al ser humano de gran fuerza literaria, combinada además con ideas filosóficas profundas.

       En Momo encontramos una visión muy particular del tiempo.  El relato nos lleva a adentrarnos en cómo los hombres (y las mujeres, obviamente) utilizamos el tiempo y cómo llegamos a perderlo olvidando las cuestiones importantes de nuestra existencia, como son la familia, las amistades o la libertad.  Momo es una niña que posee una extraordinaria cualidad: sabe escuchar.  Y con esta sencilla actitud,, siempre hace sentir bien a la gente, llegando a ser la heroína de la historia, al descubrir cómo unos “hombres grises”, que conocen muy bien el significado del tiempo, empiezan a convencer a la gente de que lo ahorre y lo deposite en su banco; también ellos se enteran de que Momo tiene todo el tiempo que quiere y tratan de arrebatárselo para someterla, como lo están haciendo con muchos, a quienes han logrado transformar en seres opacos, sin iniciativa, ni creatividad, ni felicidad… sujetos al reloj.

       Momo resulta una crítica a los tiempos que vivimos, en los cuales olvidamos las cosas realmente importantes y que pueden ofrecernos felicidad, siendo además una historia de riqueza imaginativa de múltiples facetas.

      Después de Momo, fueron llegando a nuestras manos “La Historia Interminable” (que resultó aceptable en su versión cinematográfica), “El Dragón y la Mariposa”, “Tragasueños”, “El Ponche de los deseos” y “Filemón el arrugado”, historias que generan, cada una en su sencillez o complejidad, una visión particular con rasgos filosóficos tan sutiles, que llegan de manera fácil y divertida a niños, niñas y cualquier lector.

       La vida de Michael Ende comienza en 1929 en Garmisch-Partenkirchen, Alemania, siendo hijo del pintor surrealista Edgar Ende.  Desde pequeño, cuentan sus biógrafos, convivió con la bohemia de Schwabing entre pintores, escritores y escultores, aprendiendo todas las teorías sobre el arte y la literatura, aún aquellas que hoy día todavía son consideradas revolucionarias.  Su familia fue de pocos recursos económicos, pero ello no impedía que tuviese una rica vida interior que permitió al pequeño Michael disfrutar con naturalidad el arte fantástico y el surrealismo, elementos que formaron parte de su bagaje cultural y que luego aparecerán una y otra vez en su obra.

       Contando apenas once años, entra al Instituto Humanístico, donde estudia cinco años, luego de los cuales decide ser actor.  Tras unos cuantos años de trabajo inestable, se instala en Munich como escritor libre y se dedica a redactar canciones, monólogos político-literarios para cabaret, sketches para teatro que nadie quiere publicar.  Y cuando se encuentra al borde de la crisis económica y moral, decide publicar un grueso libro para niños/as que ha escrito en sus ratos libres, obteniendo el Premio al Libro Infantil Alemán.   El libro se titula: “Juan Botón y Lucas el maquinista”, que sorprende por la densidad de su contenido y que muestra a un Ende que domina mundos fantásticos inusualmente presentados al público infantil.

       Con esta primera novela, Michael Ende cosecha sus primeras críticas, que ya había sentido, cuando muchos editores rechazaron el manuscrito por “excesivamente fantástico”, pues en el ambiente de los años 60 en Alemania, reinaba la reivindicación a ultranza del realismo y de textos comprometidos socialmente.  La crítica oficial afirmaba que sólo los libros de efecto didáctico en política y en la crítica social constituían la verdadera literatura y todo el resto era descalificado como “literatura de evasión”, sobre todo, por supuesto, la literatura “fantástica”.

       Este ambiente es el que obliga a Ende y a su mujer salir de Alemania y establecerse en Italia, donde, en las afueras de Roma, escribe Momo, texto que resulta, para muchos/as, el más interesante de su trayectoria y que merece el Premio al Libro Juvenil Alemán en 1974.  Sin embargo, es La Historia Interminable con la que Michael Ende salta a la fama y a la discordia, porque en Alemania, donde la literatura realista ya tenía un lugar destacado, se obliga al escritor a justificarse por persistir en abogar por la fantasía.  Se cuenta que el éxito del libro superó lo previsto y no sólo fue leído ´por niños y adultos, sino que obligó a cuestionar el concepto de literatura juvenil, mientras los grupos pacifistas iban a las manifestaciones que se dieron en las principales ciudades alemanas, con el libro bajo el brazo.

       La Historia Interminable marca, sin duda, una pauta en la historia de la literatura infantil y juvenil y supone una renovación del género.  Bastián, el protagonista, es un niño gordito y con problemas; es un antihéroe que roba un libro atractivo y se refugia a leerlo en el desván del colegio.  Allí se da cuenta de que es invitado a participar en la aventura de salvar al reino de la fantasía, víctima de una extraña enfermedad que amenaza destruirla.  La variedad de tiempos, espacios y personajes que pueblan las páginas de esta novela, quizá sean lo más atractivo y arriesgado, al tener el lector, en ocasiones, la impresión de que el mundo de la Fantasía es, efectivamente, interminable.

       Michael Ende vive la experiencia de llegar a ser un fenómeno literario reconocido aún en su tierra natal; invitado a congresos y encuentros, en los que resultaba indispensable su visión de la literatura infantil y de la fantasía.  Con una obra cada vez menor y aquejado por un cáncer, Ende muere a los 65 años de edad (en 1994, cuando en México nos llegaban, “desde las montañas del sur”, otras estremecedoras expresiones literarias).  Sus libros son de ésos que podemos releer varias veces en varios tiempos, encontrando en ellos el valor de las palabras que según la edad nos construyen el entorno.

       Ende obliga a reconocer lo que afirma Graciela Montes, otra escritora de cuentos infantiles: “La fantasía resulta peligrosa, porque está fuera de control; nunca se sabe bien a dónde te puede llevar”.