La puerta

Hay tiempo para estar adentro y tiempo para estar afuera. (Imagen: especial)

Para mis estudiantes del IMCED, en último día de clases de su maestría…

Ya está cerrada con tres candados y

Remachada la puerta negra

Porque tus padres están celosos

y tiene miedo que yo te quiera…

Pero la puerta no es la culpable

Que tú por dentro estés llorando

Tú a mí me quieres y yo te quiero

La puerta negra sale sobrando.

Las puertas dividen. Separan. Crean un afuera y un adentro. Nos permiten entrar y salir. Marcan lugares, espacios y tiempos.

Hay tiempo para estar adentro y tiempo para estar afuera.  

En cierto sentido una puerta implica una prohibición. Un detente. Pero también y al mismo tiempo, miles de posibilidades que no han nacido todavía.

Las puertas son una parte central en cualquier construcción humana. Cuando se carece de ellas, los resultados son desastrosos. Pues nada nos detiene. Se puede penetrar en cualquier lugar a cualquier hora y en cualquier momento…

Pero una puerta no es un muro. Los muros no se pueden traspasar y en cambio las puertas que funcionan como puertas se abren y se cierran todo el tiempo.

Se puede entrar y salir a través de ella. Quizás la vida se trata de eso: saber abrir y cerrar puertas a tiempo. Entonces, la función de cerrar una puerta es tan necesaria como la de abrirla.

Este día hermoso donde ya se siente la primavera no volverá. Hoy se cierra una etapa en la vida de todos nosotros. Estamos cerrando.

Una parte importante de su formación queda cerrada definitivamente del mismo modo que las puertas de los cuartos deben cerrarse por las noches para separarse del goce de los padres y permitir así el deseo de los hijos.

Si la puerta permanece abierta, el incesto pasa a través de ella bien como fantasma; bien como pasaje al acto del que no hay retorno pero sí consecuencias funestas…

Por eso debemos cerrar. Nada dura para siempre. Estamos limitados. No sabemos toda la verdad. Hoy cerramos este proceso…

Por un azar que no busco comprender, me tocó abrir para ustedes la puerta del psicoanálisis y recibirlos en aquellas tardes memorables que hemos construido y que quedarán ahí a la espera de lo que ustedes hagan con ella.

Es una responsabilidad enorme recibir el legado de nuestros grandes maestros del psicoanálisis porque es una tradición que pide su transmisión para que pueda seguir existiendo…

Sé bien que muchas veces no estuve a la altura de las circunstancias, tuve sueño y tuve hambre. Estoy instalado en mis propias fallas mientras intento aprender a vivir hundiéndome en mi propio ocaso.

Ni siquiera sé porque estoy aquí. Ni porqué hoy me toca cerrar aquella puerta para dar paso a su vida afuera del salón de clases en donde está el mundo verdadero que debemos transformar. La vida está en el afuera y es ahí donde debemos ser lo que somos…

Hemos llegado al término. Las cosas son finitas y limitadas. Nada es para siempre. La eternidad no es de los humanos sino de los que imaginan ser dioses y juegan con nuestro destino.

Hoy es la última clase. Estamos en ella. Nos despedimos y acaso nunca más viviremos un momento como este. Pero vendrán otros momentos y otros tiempos en los que les tocará a ustedes la difícil tarea de estar a la altura de lo que propone el psicoanálisis.

El psicoanálisis es como la bisagra que permite que algunas puertas se cierren y otras más se abran. Permítanme decir algo obvio: hay puertas que deben cerrarse y otras más que debemos abrir como sea.

Desafortunadamente, vivimos en un mundo en donde unos cuantos tienen el poder de abrir y de cerrar las puertas por donde pasamos todos los demás. Amos, les dice. Lo peor es que nosotros los buscamos con la inocencia del niño que se llena de alegría cuando escucha llegar a sus padres del trabajo.

Acaso todos somos niños jugando a ser adultos. Quizás la vida es un eterno juego donde poco a poco vamos inventado lo que somos capaces de hacer al tiempo de jugar. Es un juego en donde todos deberíamos tener las mismas posibilidades de entrar o de salir. Bien sabemos que no es así.

El mundo es de unos cuantos que nos cierran a los demás las puertas en la cara y nos expulsan de su reino privado. Eso debe cambiar. Por eso existe el psicoanálisis y por eso surgió en el momento histórico que surgió y no antes ni después.

Nosotros debemos estar a la altura del momento histórico que nos toca vivir y dar la batalla necesaria para que cada quién pueda decir en dónde quiere entrar y de qué rumbos o circunstancias prefiere estar alejado.

Porque no todas las puertas son para todos…

Hay quienes desean puertas luminosas y brillantes y buscan un escenario que les permita representar a sus anchas la comedia de la vida… pero también hay quienes están bien con una puerta pequeña que los conduzca al silencio y a la soledad.

Eso depende de cada quién. No hay bien ni mal, sino tan sólo circunstancias que a veces lo encierran a uno en una prisión de la que es muy difícil salir. Para eso también existe el psicoanálisis. En una prisión las puertas siempre están cerradas. Las puertas están hechas de lenguaje y de palabras al igual que todos nosotros.

Es evidente que una formación psicoanalítica no puede ser una prisión sino una puerta que permita a cada quien ser lo que es y encontrarse con su deseo a cada paso del camino.

Una de las grandes enseñanzas del psicoanálisis es que nos toca a cada uno decir lo que somos. Y cuando eso no pasa, cuando el decir se estanca en prisiones o puertas siempre cerradas o inexistentes, entonces la gente se enferma y hace síntomas que lo llevan a la muerte sin una puerta que se interponga.

Entonces… no nos queda más que hacer nuestras propias puertas y derrumbar algunas que parecen cerradas eternamente para salir de la prisión del discurso que se estanca y se repite siempre de la misma manera en un sonsonete cansado y aburrido. Es el discurso del amo que debe ser interrogado con la fuerza de nuestro deseo y el fundamento de nuestra historia.

Hacer nuestra puerta por donde uno y su historia, que no dejará nunca de ser lo que es, puedan entrar y salir… ¿Estamos a la altura de las circunstancias?