Odio y rencor social

El rencor es una emoción  destructiva, capaz de amargar permanentemente la vida a quien lo experimenta. En determinados casos puede considerarse una reacción hasta cierto punto normal por parte de quien percibe lo que para él  es una injusticia; se conecta  directamente con aquello que representa lo que nos es odiado, mismo que puede ser una persona, un partido político, una doctrina religiosa, un determinado tipo de sociedad etcétera.  La verdad es que prácticamente todo es susceptible de ser detestado, por buenas o malas  razones.

El rencor social puede definirse como el resentimiento que nace en un individuo hacia las personas que pertenecen a un grupo social más favorecido. El mecanismo mental es bastante elemental, una persona, al no ver que los bienes y facilidades de otros son alcanzables por él mismo, sin más trámite culpa a aquellos de los males propios y sin ejercer ninguna autocrítica ni entrar en complicados razonamientos adquiere un sentimiento de rencor. Y si este se sigue abonando el siguiente paso es el odio.

El rencor social por lo general sigue un camino ascendente, son las clases económicamente débiles las que lo sienten hacia las clases que ellos creen con más recursos. No fluye de manera descendente, pues se suele menospreciar a los considerados menos favorecidos.

El rencor social si bien existe desde hace décadas, en el caso de México se ha vuelto más visible en esta Cuarta Transformación, ya que esta se nutre de una retórica polarizante que divide al país entre “chairos” y “fifís”, entre “pueblo bueno” y “mafia del poder”.

En estos tiempos, diariamente y en cadena nacional escuchamos  un discurso de odio de connotación ideológica y de clase; discurso por cierto totalmente previsible pues los ejemplos de cómo se atizó el odio y el rencor social en las campañas del señor López eran evidentes desde hace muchos años; recordemos la letanía de insultos que en su momento tanto la prensa al servicio de AMLO como sus alabarderos le dedicaron a Felipe Calderón, a Luis Carlos Ugalde, al IFE en general y a Lorenzo Córdoba en lo particular,  a Peña Nieto etc, etc. insultos en discursos,  en su prensa a sueldo,  agresiones, injurias, ofensas replicadas hasta el infinito en las redes sociales por bots pagados con nuestros impuestos.

¿Qué causa el odio? Primero recordemos que es el odio desde la perspectiva de la psicología;  un sentimiento de profunda antipatía, disgusto, aversión hacia una persona, cosa, o fenómeno, así como el deseo de evitar, limitar o destruir a su objetivo.

Charles Darwin decía que sus raíces estaban en la venganza y en la defensa de los intereses propios. Erich Fromm coincide con la visión de Darwin: El odio surge como respuesta a la “amenaza a los intereses vitales de una persona”. Parece ser que la capacidad de odiar forma parte de la condición humana y se alimenta de sus miedos más atávicos y sus pulsiones más primitivas.

Y si el odio es una posibilidad siempre presente en el ser humano, ¿qué podemos hacer  para evitarlo?  Diversos estudios han demostrado que el rencor social se evita cuando la Constitución de un país incluye fuertes protecciones a los derechos civiles y políticos de las minorías. Tales protecciones evitan que los políticos manipulen a esas minorías y las conviertan en sujetos activos de odio social. Esto lo podemos observar en Venezuela,  país donde  en su momento Hugo Chávez y ahora Maduro  ha fomentado la división apelando al recurso del odio.

Una sociedad dividida en torno a opciones contrapuestas es terreno fértil para el crecimiento de opciones violentas o “revolucionarias”, al surgimiento de un caudillo que nos resolverá todo; en estos casos  un sistema multipartidista sólido y fuerte, que oferte una amplia diversidad ideológica  nos servirá para  evitar una confrontación radical.

El odio social es económicamente costoso. Está demostrado que la calidad de la gestión pública es menor en países con una elevada división social. Esto, porque en esos países  las decisiones de los gobernantes no se orientan al bien común, sino a favorecer o atacar a alguno de los grupos en conflicto.

Ni  más ni menos el caso de México.