URBANÓPOLIS: Ciudades lentas (Slow City)

A quien madruga, Dios le ayudaNo por mucho madrugar amanece más tempranoEl tiempo es oro… éstos y otros refranes dan cuenta de las diferentes valoraciones que tenemos sobre el tiempo y nuestro actuar. Sea cual sea la postura, en ningún caso, el tiempo nos es ajeno, pues a querer y no, nos vemos envueltos en un frenesí por capitalizar el tiempo y su disfrute. Hoy en día, habitar en una ciudad, representa una lucha constante contra el reloj, la serie de dispositivos de que nos rodeamos, se encargan de medir nuestras actividades, midiendo minutos y segundos, lo que nos obliga a incrementar la velocidad con la que realizamos las tareas.

Cada vez es más común, vernos inmersos en el famoso esquema de 24/7 que significa actividad permanente, 24 horas al día, los 7 días a la semana, la conectividad posible a través de correo electrónico, buzón de voz, celulares y computadoras nos lleva a demandar servicios las 24 horas, como el caso del cajero automático, comercio electrónico, canales de televisión con programación ininterrumpida, servicio en restaurante, tiendas, etc. Cada día, buscamos realizar más actividades en menos tiempo, vivimos un mundo en el que “ser veloz” se relaciona con modernidad y progreso, en contraste la lentitud es una característica que denota atraso. Es el dominio de la cantidad sobre la calidad.

Aún con todos los aparatos que disponemos y que han sido diseñados para ahorrar esfuerzo y tiempo, se comienza a tener la sensación de tener menos tiempo para nosotros, esto se atribuye a que, con la proliferación de servicios para ahorrar esfuerzo y tiempo, lo único que se logra es aumentar la diversidad, el ritmo y el flujo de actividades a realizar. A principios del siglo pasado, un adulto dormía en promedio entre 9 y 10 horas al día, hoy el adulto promedio duerme menos de siete horas diarias, lo que representa 500 horas más despiertos al año. Lo malo es que nuestro reloj biológico no se modifica, sigue adaptado a la rotación del planeta y a las temporadas o estaciones. Son innumerables los estudios que señalan que biológicamente estamos diseñados para dormir cuando se pone el sol y despertar al amanecer. La falta masiva de sueño, se asocia a enfermedades graves como la diabetes, el cáncer, los derrames cerebrales y la depresión.

Muchos sociólogos le atribuyen, a la velocidad con que vivimos, el descenso del civismo, la pérdida de una brújula moral, así como los valores religiosos. La cultura de la hipervelocidad nos está haciendo a todos más impacientes y menos dispuestos a escuchar y a reflexionar; en contraposición comienzan a proliferar patrones de comportamiento antisocial relacionado con el estrés, como la furia en el trabajo, al manejar, en la escuela y en cualquier lugar de la ciudad.

La manifestación más evidente de la cultura de la hpervelocidad es la denominada comida rápida. Por esta razón, en 1986, ante la apertura de un McDonald’s en la Plaza de España, en Roma, el periodista Carlo Petrini piensa que se han traspasado todos los límites y funda el movimiento Comida Lenta (Slow Food) con el objetivo inicial de contrarrestar la tendencia del fast food y generar una alternativa que preserve y revalorice las ventajas de la comida tradicional y regional, argumentando que se fomentaba la cría de ganado y el cultivo de plantas y semillas de origen local. Poco tiempo después este movimiento fomentó la idea de “aminorar” y de “desacelerar” el ritmo de vida propio de la cultura contemporánea y de este modo surgió el denominado Slow Movement, con iniciativas tales como: Slow Food, Slow Living, Slow Travel, Slow Design, entre otras.

Como era de esperarse, el movimiento escaló y en 1999 dio origen al movimiento Ciudad Lenta (CittaSlow o Slow City), con la idea de que el desarrollo de las ciudades se puede basar en la mejora de la calidad de vida de sus ciudadanos a partir de propuestas vinculadas con el territorio, el medio ambiente o las nuevas tecnologías. Las ciudades lentas buscan dar la posibilidad a sus ciudadanos de usar y disfrutar de su propia ciudad simple y fácilmente, se busca que en ellas impera el equilibrio entre modernidad y tradición, de forma tal que conviva el pasado, pero con las oportunidades tecnológicas de vanguardia. 

Una Ciudad Lenta (Slow City), cumplen una serie de requisitos, de entre los que destacan: una política medioambiental y de infraestructuras que trata de mantener y desarrollar las características del territorio y del tejido urbano, promueve el uso de los avances tecnológicos orientados a mejorar la calidad del medio ambiente y los núcleos urbanos,  incentiva la producción y el uso de productos de alimentación obtenidos con técnicas naturales y compatibles con el medio ambiente, protegen las producciones autóctonas vinculadas al territorio, promocionando la relación entre los consumidores y los productores de calidad,  promueve la calidad de la hospitalidad y de la convivencia entre habitantes y visitantes. Fundamentalmente promueve entre todos los ciudadanos la conciencia de vivir con calma. 

Para Pier Giorgio Oliveti, Director y Secretario General de la organización que agrupa a estas ciudades (Cittaslow Internacional), señala que, en un mundo globalizado, corremos el riesgo de perder nuestra identidad, nuestra historia, nuestra perspectiva debe ser un camino de largo plazo, de tal modo que las Ciudades Lentas (Cittaslow) constituye también un proyecto de calidad en favor de las próximas generaciones. 

Estas ciudades “lentas” se caracterizan por ser territorios sin ruidos, con circulaciones pausadas, con conversaciones y encuentros amenos y en espacios públicos adecuados, con arroyos a la vista, baja presencia de automóviles, agricultura urbana, abundante autoproducción artesanal, con baja densidad de población, con infraestructuras básicas y servicios de movilidad compartidos. El objetivo final es encontrar un equilibrio entre nuestras obligaciones (laborales y académica) y la tranquilidad de gozar el estar en familia, de una caminata o de una comida saludable.

No se trata realmente de ciudades lentas, sino de ciudades conscientes, de un fuerte arraigo local, respeto por la naturaleza y fundamentadas en mantener la calidad en todos sus habitantes e impulsar esquemas de mayor sustentabilidad. Sin duda que, implica un cambio en el paradigma urbano, las ciudades no deben seguir creciendo sólo en razón de la lógica de rentabilidad económica. Ahora que en todo México inician las campañas políticas, será sumamente interesante, escuchar cuales son las propuestas que las candidatas y los candidatos hacen sobre las ciudades, ¿Qué modelo de ciudad desean impulsar para el futuro? Hay que recordar que 8 de cada 10 mexicanos habita una ciudad, así que, las propuestas referentes a la ciudad, se esperaría que marquen una diferencia en las preferencias del electorado.