Con y sin Galeano

Eduardo Hughs Galeano, uruguayo de nacimiento, americano por convicción y ciudadano del planeta Tierra “de corazón”. (Foto: especial)

Eduardo Galeano (Uruguayo, nacido un 3 de septiembre de 1940) murió el 13 de abril de 2015.  El brasileño Eric Nepomuceno escribió entonces: “De no haber cometido la imprudente delicadeza de embarcar en su único viaje sin regreso, el 3 de septiembre de 2020 habría cumplido 80 años.  Hoy tenemos muchas preguntas para Eduardo.  No habrá respuestas.  Pero hay que enaltecer su memoria y seguir creyendo en la paz, creando nuevos mundos y luchando para conseguirlo…”.  Por ello, sigue presente entre quienes cultivamos los mismos anhelos.

       “Cronista de la esperanza”, “filósofo de la naciente alegría”, “poeta del dolor”… y del amor; historiador polémico y repudiado por las dictaduras militares y “democráticas” del continente, han sido algunas de las calificaciones que se han hecho en torno a Galeano, el eterno exiliado, el que escribiendo, permitió hablar a los protagonistas de hechos y acontecimientos, sin alteración ni manipulación de quienes, llevados por la fama, se convierten en escribanos del poder y mutilan nuestra historia.

       Eduardo Hughs Galeano, uruguayo de nacimiento, americano por convicción y ciudadano del planeta Tierra “de corazón”, ha pasado al lugar de los siempre recordados, en la misma época del año que lo hicieran Cervantes Saavedra, Shakespeare, García Márquez y Günter Grass.  En el mismo mes que celebramos a los Pueblos Originarios, a la Madre Tierra, al Libro y a la Lectura, la fuente inagotable del saber.

       De los Pueblos Indios (los originarios de cualquier territorio habitado) nos narraba: “El shamán de los indios chamacocos de Paraguay, canta a las estrellas: -No sufras hambre, no sufras sed.  Súbete a mis alas y comeremos peces del río y beberemos el viento-.  Y canta lo que le cuentan los caballos del cielo: -Ensíllanos y vamos en busca de la lluvia-“.  O bien, los breves relatos que estremecen las conciencias: “El arzobispo Desmond Tutu se refiere al África, pero también vale para América: -Vinieron.  Ellos tenían La Biblia y nosotros teníamos la Tierra.  Y nos dijeron: cierren los ojos y recen.  Y cuando abrimos los ojos, ellos tenían la tierra y nosotros teníamos La Biblia”.  Galeano concluye: “América Latina trata a sus indios/as, como las grandes potencias tratan a América Latina”.

       Como escritor –cronista, Eduardo Galeano no cesaba de asombrarse (y asombrarnos) con los descubrimientos que hacía en la historia sencilla y cotidiana: “La historia real de América Latina y de América toda, es una asombrosa fuente de dignidad y de belleza; pero la dignidad y la belleza, hermanas siamesas de la humillación y el horror, rara vez asoman en la historia oficial.  Los vencedores, que justifican sus privilegios por el derecho de herencia, imponen su propia memoria como memoria única y obligatoria.  La historia oficial, vitrina donde el sistema exhibe sus viejos disfraces, miente por lo que dice y más miente por lo que calla.  Este desfile de héroes enmascarados, reduce nuestra deslumbrante realidad al ridículo espectáculo de la victoria de los ricos, los blancos, los machos, y los militares”.

       Por Galeano, sin duda, muchos/as nos interesamos en conocer más a nuestros pueblos indios y la filosofía de muchas culturas cuyos herederos, hoy día, se encuentran agredidos y despojados de lo que dio origen y sustento a su particular forma de concebir la existencia: la Tierra, los bosques, aguas y otros recursos de la naturaleza, que mentes ambiciosas sólo consideran artículos que pueden comprarse o robarse, venderse y explotarse hasta el agotamiento.

       También lo afirma Galeano en su libro “Ser como Ellos”: “En los últimos veinte años, mientras se triplicaba la humanidad, la erosión asesinó el equivalente de toda la superficie cultivada de los Estados Unidos.  El mundo, convertido en mercado y mercancía, está perdiendo quince millones de hectáreas de bosques cada año.  De ellas, seis millones se convierten en desiertos.  La naturaleza, humillada, ha sido puesta al servicio de la acumulación del capital.  Se envenenan la tierra, el agua y el aire para que el dinero genere más dinero sin que caiga la taza de ganancia.  Eficiente es quien gana más en menos tiempo”.

       Eduardo supo reconocer que en épocas de deshumanización, lejanas y extrañas resuenan las voces de quienes todavía encuentran, en cada acto cotidiano, el sentido de lo sagrado.  Como los indios Dakota, del norte de América, cuyos rituales tienen como objetivo renovar la armonía que recuerda nuestra pertenencia a la Madre Tierra y nuestro parentesco con todos sus hijos.  Los Dakota saben (como muchas/os intuimos) que lo espiritual y lo físico son uno; que la divinidad y la naturaleza se encuentran en quienes somos parte de la humanidad.  Que vivir con sentido de lo sagrado significa mantenerse y andar derecho; respetar a nuestros hermanos y hermanas de las diferentes naciones y especies.  Que integrarnos a lo sagrado es abrirnos como el aire, como el cielo, a fin de conocer las montañas, las aguas, el viento, las luces del cielo, las plantas y los animales de cualquier especie.  Mucho de ello lo sabemos y entendemos por Galeano.

       Eduardo Galeano ha sido y seguirá siendo una voz de los sin voz.  De quienes todavía albergan esperanzas y creen en los cronopios y las magas.  De quienes sienten dolor, temor y rabia; de quienes nos indignamos y buscamos los caminos de la verdadera paz; de quienes, aún con sus vidas, defienden el territorio sagrado que les ha dado razón de ser y de existir.  Voz de los mayores, de las abuelas y madres de desaparecidos/as; de exiliados, emigrados y excluidos en su propia tierra; voz también de mujeres insumisas e insurrectas… y de jóvenes nacientes una y otra vez.

       “Yo bien podría ser campeón mundial de los distraídos, si el campeonato existiera; con frecuencia me equivoco de día, de hora y de lugar, me cuesta distinguir la noche del día, y falto a las citas porque me quedo dormido.  Mi nacimiento confirmó que Dios no es infalible; pero no siempre me equivoco, sin embargo, a la hora de elegir a la gente que quiero y las ideas en que creo.  Detesto a los lastimeros, odio a los quejosos, admiro a quienes saben aguantar callando los golpes del mal tiempo, y por suerte nunca falta algún amigo que me dice que siga escribiendo nomás, que los años ayudan y que la calvicie ocurre por pensar demasiado y es una enfermedad profesional.  Escribir cansa, pero consuela”.  Son las Brevísimas señas de Eduardo Galeano, aparecidas un año después de su partida, en el libro “El Cazador de Historias” (S. XXI Editores).

       Yo conservo vivo el recuerdo de haber podido hablar con él, de estrechar su mano y sellar con un abrazo el recorrido que hicimos por el Museo de Pátzcuaro, gracias a la amiga Fernanda Navarro, quien en el año 1991, le invitó a conocer Pátzcuaro.  Recién se había publicado otra de sus obras: “El Libro de los abrazos”…  Pasa el tiempo, los recuerdos permanecen.