Escuelas de tiempo completo

Internado No. 3 “Melchor Ocampo”, de Pátzcuaro. (Foto: especial)

El subsistema educativo en la modalidad de internados, se consolidó  durante el gobierno del general Lázaro Cárdenas del Rio, con la apertura de los internados  denominados “Hijos del Ejército”, con el objetivo de proporcionar  educación primaria a los hijos de soldados del ejército mexicano en activo, así como a los  descendientes  de los campesinos que participaron en el movimiento armado de 1910, asegurándoles hospedaje, comida y educación, siendo administrados por la Secretaria de la Defensa Nacional, hasta 1943, cuando pasaron a formar parte de la Secretaría de Educación Pública, con el nombre de Internados de Primera enseñanza y posteriormente  nominados Internados de Enseñanza Primaria.

En la medida que se fueron estableciendo nuevos planteles, se ampliaron las posibilidades de aceptación, dando prioridad  a las familias más necesitadas de las comunidades rurales,  Su disciplina al interior era de corte militar,  para regular el orden interior, no porque se tratara de un reformatorio, sino para lograr el desarrollo integral de los alumnos, como  sucedió por décadas. Desconozco si en la actualidad  sigue prevaleciendo ese tipo de disciplina, de lo que sí  estoy seguro que gracias a la existencia de los internados  en las diferentes Entidades Federativas,  más de 85 generaciones de niños marginados, logramos concluir satisfactoriamente la educación primaria y mejorar nuestra calidad de vida.  

Fue el caso del internado No. 3 “Melchor Ocampo”, de Pátzcuaro,  fundado en 1935, por el entonces Presidente Lázaro Cárdenas del Rio, en unas instalaciones exprofeso para proporcionar educación primaria, de tiempo completo,  a por lo menos 360 alumnos, hijos de campesinos, artesanos, choferes, jornaleros, migrantes y pequeños comerciantes. Proporcionándonos  hospedaje, alimentación, educación, útiles escolares, uniformes, zapatos, servicio de lavandería y un apoyo económico mensual de $6.00 (Seis pesos 00/100, M.N.), llamado “PRE”, (con lo que se  pagaba un peso por una función de cine en las instalaciones del CREFAL),  todo por una cuota mensual de $ 10.00 (Diez pesos 00/100, M. N., por alumno, la cual posiblemente nunca fue cubierta por los padres de familia.

Las actividades  comenzaban  a la 5:00 horas, con el toque de “levante”, por parte de la corneta de guardia, instante en que cada uno de los tres comandantes en su respectivo dormitorio, encendía la luz, al grito de “arriba” y auxiliados por  sargentos y  cabos, hacían cumplir la orden de levantarse y empezar a tender la cama, quien se demoraba,  quedaba expuesto a una sanción, que iba desde un simple “coscorrón”, un plantón  de media hora o hasta un arresto, lo que significaba suspensión del derecho de salir a casa o a la calle el fin de semana. En seguida, todos firmes al pie de la cama, para marchar rumbo al tercer patio y de ahí al exterior del plantel, para hacer un recorrido caminando, trotando o corriendo de por lo menos dos horas (los más pequeños habitaban el dormitorio No. 1 y se levantaban a las 7:00 hrs.). Al regreso permanecía la formación hasta recibir la orden de romper filas. A los pocos minutos se escuchaba a la  corneta de guardia tocando “rancho” señal de formación en sus respectivas brigadas, hasta recibir la orden de marchar rumbo al  comedor, permaneciendo firmes frente a la mesa los doce alumnos de cada brigada, en espera de la orden para poder sentarse  a desayunar, al tiempo  que el mesero (alumno comisionado), servía los alimentos. Al terminar  el desayuno, había que levantarse en posición de firmes al pie de la mesa, esperando la orden de marchar hacia el patio donde se rompía la formación.  Pocos minutos antes de la 8:00 horas,  la corneta de guardia tocaba formación para marchar rumbo a los salones e iniciar las clases. Alumnos y maestros teníamos 10 en puntualidad y asistencia durante  los aproximadamente 200 días del ciclo escolar, sólo se faltaba por enfermedad (la enfermería contaba con camas y equipo médico de primera) o por algún problema familiar. Los tres primeros grados salían a las 12:00 horas y el resto hasta las 13:00 horas. Todos marchando hasta recibir la 0rden de romper filas.

A las 14:00 horas, nuevamente se tocaba “rancho”, para la comida, siguiendo  la misma rutina de la hora del desayuno para situarnos frente a la mesa del comedor. El mesero servía la sopa aguada, el arroz que nunca faltaba en el menú, un guisado, frijoles y un postre que podía ser un plátano o un dulce de leche o de coco, del que todos queríamos guardarnos un pedazo, como  sucedía con las cemas del desayuno y la cena,  para comerlo afuera del comedor, lo cual no estaba permitido, sin embargo, con sólo darle  al sargento  un pedazo del  dulce o de la cema, se hacía posible tan anhelado deseo.

Por las tardes, los de primero, segundo y tercer grado, regresaban a sus salones para continuar sus clase, terminando sus labores diarias a las 17:00 horas, los grupos de cuarto a sexto, asistían a talleres de peluquería, imprenta, hilados y tejidos, zapatería, herrería, carpintería, electricidad, panadería, tapicería, apicultura, agricultura  u ordeña de las vacas propiedad del internado, según preferencias individuales; los deportistas se preparaban para las competencias, regionales estatales y nacionales, los seleccionados de canto, declamación y oratoria se dedicaban a sus prácticas correspondientes.  

Después de concluir con las actividades educativas diarias y antes de escuchar el toque de “rancho” para la formación rumbo al comedor, nos distraíamos en el casino jugando ajedrez, damas chinas, turista, serpientes y escaleras, ping pong o algún otro juego que no recuerdo. También esos espacios libres los aprovechábamos para hacer las tereas, ir a la biblioteca a leer algún libro o simplemente convivir con nuestros amigos, platicando sobre nuestros planes, sueños  e ilusiones. Así pasaba el tiempo hasta que llegaba la hora de la cena, siguiendo con la rutina del desayuno y la comida, esperando tener suerte y nos sirvieran atole de maicena o de fresa, para saborearlo con la  tradicional cema y hasta lograr guardar un pedazo de la misma, para comerla afuera del comedor. Después de la cena charlábamos  unos minutos con los amigos hasta que sonaba la corneta de guardia ordenando formación para entrar a los dormitorios, esperando firmes al pie de la cama la orden de poder acostarnos en nuestra cama digna en toda la extensión de la palabra. A las 21:00 horas, la corneta de guardia tocaba silencio y de inmediato se apagaba la luz, a partir de ese momento no se debía platicar, sólo levantarse al baño, so pena de “cocos”, plantón o arresto, al día siguiente a la 5:00 horas, tocaba levante la corneta de guardia, continuando con la misma rutina, hasta recibir el certificado de estudios de educación primaria.

Así transcurría la vida de los internos durante un ciclo escolar, siendo un verdadero modelo educativo de tiempo completo, con un bajo costo por alumno en comparación con cualquier otro subsistema educativo. En el que se contaba con maestros  profesionistas de la enseñanza, siempre estaban a las puertas de los  salones,  esperando la llegada de sus alumnos, ellos fueron formados para enseñar a los niños, los valores adquiridos en el seno de sus familias y reforzaron en las normales, los  llevaban  tatuados en sus corazones y en su espíritu de educadores.

Algunos internados han desaparecido, los pocos que quedan se debaten en una crisis económica y administrativa, sin que autoridades educativas tomen cartas en el asunto, para mejorar estos planteles que representan las verdaderas escuelas de tiempo completo.