En plena pandemia, la cual ha dejado muerte, pesar y llanto, y de la que ilusoriamente, muchos consideran que vamos de salida, nos encontramos en época de campañas electorales, donde lo que importa es la proyección de plataformas políticas, la recaudación de posibles votos y cercanía con la población misma que por lo regular queda olvidada al consegu9ir el triunfo, porque los intereses han cambiado, porque todo era una ilusión, un pretexto a conveniencia. Es tan fría, tan vacía esta práctica que ha conseguido falta de credibilidad, de interés, de compromiso ciudadano por uno de los derechos y obligaciones que más deberíamos preservar en México: la democracia.
Los grupos se polarizan, se ovaciona a quienes el día de mañana quizá nos olviden y seremos sombras para ellos; resulta interesante analizar cómo es que muchos individuos arriesgan su tranquilidad, su patrimonio, su familia, por ciertos personajes o por ciertas posiciones; cuando en realidad lo que verdaderamente debe interesar es la vida, la salud, el bienestar de los seres amados, personas que a final de cuentas son a los que les dolemos , a quienes les preocupamos y les damos los motivos para amarnos o desamarnos. La pasión política puede orillar a una frialdad enajenante, cuando lo más cercano, lo más significativo es venerar, honrar y cuidar a quien o a quienes están cerca de nosotros, en nuestro entorno íntimo social, en nuestros hogares y en nuestros corazones.
Nuestros lectores han de extrañarse del tema que Vivilladas está tocando en esta columna (hasta yo mismo estoy extrañado) esta ocasión lo haremos porque llegó a nuestras manos el fragmento de un poema que en época de pandemia escribió el maestro Guillermo Beltrán Villanueva, radicado en Tijuana, quien vivió en carne propia las crisis que el virus provoca, pero que fue una nada con lo comparado al ser testigo del dolor que a su querida esposa le causaba el veneno contraído, un dolor al cual, como a muchas otras personas, el coraje de impotencia lo abrazaba. El maestro Beltrán, a quien no conocemos en persona, en época de pandemia ha escrito tres libros, en uno de ellos plasmó el poema que a continuación compartimos, como ejemplo de amor, ternura y compromiso hacia el ser amado, sin importar que sus vidas no estén en primavera, más bien están… lejanas del otoño.
DISTANCIAMIENTO
Desde la penumbra. 15 de diciembre de 2020
Desde el rincón
de la penumbra
una lucecita
zigzaguea en tu mirar
leve flama que el viento
de la ausencia
amenaza en diluir
en la nada.
Tiembla al alba
la tristeza y sinsabores
la terrible lucha
por alargar el fin.
Tenue al reflejo
la faz rosácea palidece
se marchita,
se reseca, escozor.
El tacto abrupto
sobre tu piel
transita al eco
del llamado taciturno
del adiós.
Y es entonces
que mi amor alumbra
con una chispa de luz
que la esperanza ofrece.
Tiemblan tus manos
al tocar mis brazos cansados,
y tu voz apagada
y sonrisa
esbozan un “mi ángel”.
Tu respiración se debate,
se aferra al deseo de vivir.
Tu cuerpo endeble,
afiebrado,
exuda,
humedece.
Tu frente besa
mis labios
y el sudor salobre
adereza
nuestras ganas de vivir.
Es entonces, que tu piel recobra el alma
ese espíritu fuerte
que te hace sonreír.
Tu boca es fresa.
Mis labios son ansia.
Tus ojos son luz
que mi amor
no dejó extinguir.
Te yergues.
Levantas.
Sonríes,
gritas:
—¡Fuera cables!
¡No a las sondas!
¡Cierra el oxígeno!
¡Abre ventanas!
Que mis pulmones
han vuelto a aspirar…
Y aquella voz apagada
es capaz de decirme:
¡GRACIAS! MI AMOR.
Hoy a esa pareja que libró el Covid-19, poco le importan las campañas políticas, los registros autorizados o rechazados, hoy esa pareja hace honor a la vida rodeada de 10 hijos y un cúmulo de nietos que tienen como evidencia el eterno amor que sus progenitores les han regalado, conscientes de que miles de familias no pueden decir lo mismo porque el bellaco virus no les permitió una nueva ocasión de vida.