Tierra violentada

El Día de la Tierra ha venido uniendo a millones de personas de todo el mundo. (Foto: especial)

A partir de la iniciativa promovida en 1970 por el Senador Gaylord Nelson, cada año, el 22 de abril, se conmemora, a nivel mundial, el Día de la Tierra, fecha que nos invita a crear una conciencia común acerca de los problemas de la sobrepoblación, producción de contaminación, la conservación de la biodiversidad y otras preocupaciones ambientales, para proteger nuestro planeta.

       Luego de cincuenta años de celebraciones, hoy reconocemos que es un día para rendir homenaje y reconocer a la Tierra como nuestro hogar y nuestra madre, como a lo largo de la historia lo han expresado distintas culturas, demostrando la interdependencia entre sus muchos ecosistemas y los seres vivos que la habitamos de manera compartida.

       El Día de la Tierra ha venido uniendo a millones de personas de todo el mundo.  Desde sencillas, pero significativas ceremonias para ofrendar a la Madre que nos alberga, alimentando el cuerpo y nutriendo nuestro espíritu, hasta declaratorias-compromiso de gobernantes genuinamente preocupados ante la acción destructora del ser humano, forman parte de la suma de expresiones determinadas a poner un alto al deterioro ambiental planetario y pugnar por una nueva cultura y patrones de conducta que nos permitan convivir con el entorno y no destruirlo.

       Cuando se piensa en todo el dolor que originan las guerras promovidas por mentes ambiciosas y egoístas; cuando observamos (a menudo con indiferencia) los miles de envases desechables arrojados impunemente por calles, jardines, fuentes y avenidas, así como entre sembradíos, barrancas y cuerpos de agua dulce, es fácil entender que una agresión mayúscula como la primera, es casi comparable a la suma de las segundas pequeñas agresiones cotidianas que cometemos contra la Tierra y contra nosotrxs mismxs.

       A pesar de que nuestra humanidad hizo presencia en la faz de la Tierra en el último minuto de su Día Cósmico, hemos sido la especie que más daño le ha causado: levemente en los últimos siglos, aceleradamente en las últimas décadas y sin piedad en estos últimos años.  La Tierra hace la siguiente reflexión:

       “Me toma varias décadas hacer crecer un bosque, pero ustedes lo talan en días.

         La tierra, desprovista de su cubierta vegetal, se puede erosionar en años, pero la restitución del suelo me toma milenios.

        Con una carga de dinamita ustedes pueden borrar del paisaje una colina que surgió después de millones de años de reacomodamiento de mis capas.

        Con la aplicación de herbicidas e insecticidas, ustedes destruyen cadenas completas de plantas e insectos, que llevarán a la extinción a especies difíciles de recuperar, además de la contaminación que sufren las aguas que ustedes mismos consumen.

        Toda la suma acumulativa de impactos ambientales, deben comprender, resulta una carga tan fuerte, que sería injusto el que ustedes me criticaran si reacciono como lo estoy haciendo.  Me parece extremadamente triste ver cómo las actividades humanas, en nombre del progreso de los pueblos y el bienestar nacional, se han realizado bajo un estilo consumista que sólo ha entorpecido la posibilidad real de llevar a cabo el anhelado progreso.” 

       En aras del morboso desarrollo de la tecnología y con el desmesurado aumento de la población, estamos convirtiendo a la Tierra, nuestra casa, en un muladar infecto e inapropiado para la vida humana y también para la vida de otras especies.

       Que el tercer planeta del sistema solar está sufriendo cambios ambientales drásticos provocados por las actividades humanas, no nos quepa la menor duda: según el Informe del Panel Científico Intergubernamental sobre Cambio Climático patrocinado por Naciones Unidas en el año 2001, el recalentamiento global ha aumentado cada vez más intensa y rápidamente de lo que se temía, pudiendo alcanzar u  promedio de entre 1.4 y 5.0 grados en este siglo; el nivel de los mares subirá 88 centímetros entre 2000 y 2100, afectando países litorales y estados insulares; el cambio de los regímenes de lluvias y otros impactos como las heladas, los ciclones y los huracanes variará de manera considerable; la disminución de la capa de nieve en el hemisferio norte ha sido de diez por ciento desde los años sesenta y la duración de la capa de hielo del Ártico entre el verano y el otoño, ha disminuido más de un 40 por ciento.

       “Estamos ante un momento crítico en la historia de la Tierra; una época en que la humanidad debe reflexionar en su futuro.  A medida que el mundo se vuelve cada vez más interdependiente y frágil, el futuro enfrenta, al mismo tiempo, graves riesgos y grandes promesas.  Para seguir adelante, debemos reconocer que en medio de una magnífica diversidad de culturas y formas de vida, somos una familia humana y una comunidad terrestre con un destino común.  Debemos sumar esfuerzos para generar una sociedad sustentable global, basada en el respeto a la Naturaleza, a los derechos humanos universales; en una justicia económica y una cultura de paz.  Para llegar a este propósito, es imperativo que declaremos nuestra responsabilidad, los unos para con los otros, con las grandes comunidades de vida y con las futuras generaciones”, dice el preámbulo de la Carta de la Tierra, documento propuesto por cientos de ambientalistas al servicio de una una causa que, hasta hace pocas décadas, parecía condenada a la marginalidad: la preocupación por el impacto ecológico de las actividades humanas sobre nuestro planeta.

       En las distintas épocas de la humanidad, han existido, sin duda, conciencias lúcidas que han señalado y lamentado la destrucción de la Naturaleza a manos del ser humano.  Pero sólo en las últimas décadas, ante la presencia de una multiplicada, corrupta e irreversible acción destructora, se ha hecho presente una gran conciencia que habla de la necesidad de frenarla.  Conciencia en todos los niveles: gobierno, autoridades, empresas y, sobre todo, la sociedad misma, unión capaz de ejercer la necesaria presión sobre los tomadores de decisiones.

       La Carta de la Tierra, suscrita en abril de 1990, representa, para quienes estamos comprometidos/as en la protección de la Naturaleza, una excelente herramienta en el permanente trabajo de educación y sensibilización ambiental.

       Este 22 de abril, como ha venido sucediendo desde los años 80, en cientos de países tendremos presente el nuevo pacto que resulta necesario impulsar, para que nuestra relación con el planeta   recupere su sentido original.  “La Tierra no pertenece al hombre; es el hombre quien pertenece a la Tierra”, decía el jefe Gayle High Pine.