Recuerdo de una tarde en Ciudad Universitaria

En la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, como en la gran mayoría de universidades de México, existe un examen de filtro con el que se descarta a los estudiantes menos ajustados al estándar de conocimientos. (Foto: especial)

Como en muchos países, en México año con año se enlistan aspirantes universitarios a los exámenes y cursos de nuevo ingreso de las universidades públicas y privadas. Entrar a la universidad significa para algunos migrar, crecer o inscribirse en una tradición familiar de médicos o abogados o cualquier otra carrera con investidura de respetabilidad. Para algunos otros también significa la posibilidad de encontrar en el mundo un lugar que se promete al final del pasaje universitario.

Miles de jóvenes pelean su pase para entrar, y ese “miles” se multiplica si se trata de la UNAM o de cualquier otra universidad de prestigio.

En la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, como en la gran mayoría de universidades de México, existe un examen de filtro con el que se descarta a los estudiantes menos ajustados al estándar de conocimientos. Desde hace décadas ese trámite burocrático siempre había estado acompañado, como si fuera un acto reflejo, de una toma encabezada por la Coordinadora de Universitarios en Lucha (conocida como la  CUL) y por el Movimiento de Aspirantes Rechazados (conocido como el MAR) para exigir más lugares de los que se habían brindado, es decir, más plazas para que un mayor número de estudiantes pudiera cursar carrera en la Universidad.

Estas tomas repetidas año con año, más o menos con rigor calendárico al inicio del ciclo escolar, se realizaban entre los murmullos de estudiantes que preguntaban admirados: “¿otra vez van a tomar?” o “¿y ahora qué quieren?, ¿lugares?”. Ante la afirmativa y tratando de ocultar con un gesto de indignación el gustillo de no tener que ir a clases insulsas a las siete de la mañana, los ya inscritos se refugiaban en sus casas durante las semanas que duraría la toma. Mientras tanto, se concedían algunos lugares nuevos, se soltaban las instalaciones y la maquinaria universitaria volvía a la marcha.

Los aspirantes rechazados a quienes se les concedían algunos lugares eran, en su mayoría migrantes, provenientes de sitios recónditos del estado y también de otros lugares de la república: Oaxaca, Chiapas, Guerrero, Guanajuato, entre otros. Una compañera que había entrado “por movimiento”, (así se conoce esa forma de ingreso), decía que había solicitado un año antes y que había pagado cerca de 4000 pesos y al final no había sido aceptada, por eso había buscado la forma de entrar “por movimiento”; lo que significaba tomar la universidad, hacer marchas y asistir a reuniones.

En el 2016 algo se quebró. En aquel momento se plantó una toma para demandar lugares, como era habitual después de que los implacables filtros de “calidad universitaria” hicieran una especie de limpieza. Por su parte, el rector en turno calificaba de “chantajes” la forma de exijir lugares en la universidad y daba así cuenta de que había olvidado los orígenes de la misma. Vale la pena recordar que Vasco de Quiroga, quien puede ser considerado uno de los fundadores de la Universidad Michoacana, había escrito en su testamento que todos los hijos de indios habrían de ser enseñados sin cobro alguno: un deseo que por años se honró. Pero para ciertos miembros de la comunidad universitaria estas palabras que vienen de lejos no merecían  ser escuchadas.

Tristemente, aquel año la política excluyente de la universidad hizo eco en algunos estudiantes matriculados. El 22 de septiembre, tras una larga tarde en la que el entonces secretario universitario había entrado a la fuerza a CU enrareciendo un paisaje lleno de jóvenes movilizados -de estudiantes que exigían lugares para sus compañeros aspirantes; sucedió lo peor.

En un momento comenzaron a formarse fuera de CU estudiantes que decían que “ellos también tenían derecho”, y que a ellos, los admitidos, también se les estaban quitando clases. Los estudiantes de afuera gritaban a los aspirantes de adentro, que se fueran, que la universidad les pertenecía a ellos, a los que ya habían pagado y ganado un lugar demostrando cuán bien se adaptaban a las medidas de ese examen estandarizado. La tarde seguía avanzando y los estudiantes de afuera seguían llegando exigiendo, como los otros, estar adentro. Había gritos de un lado y del otro de los muros.

De pronto los gritos y las palabras fueron cediendo lugar a las piedras, a los palos y a los botellazos. Los estudiantes de afuera lanzaban por sobre los muros lo que encontraban, disparaban hacia el interior de la universidad ocupada. Desde adentro también salían proyectiles que iban a golpear y quebrarse quién sabe a dónde. Aquella tarde, con un grupo de camaradas permanecimos un rato guarecidos detrás de un carro mientras la lluvia de piedras y cristales nos rozaba; desde ahí veíamos rostros encendidos, eufóricos y furiosos que dirigían su mirada, sus piedras y sus botellas a la universidad, a su interior. 

Desde aquella tarde las movilizaciones de la CUL y del MAR han menguado gradualmente, como si el lugar no solo se le hubiera negado a los aspirantes sino también a las ideas de lucha, de solidaridad y de resistencia. Significativamente, meses después de ese día se instalaron “controles de acceso” en la entrada principal de CU.