Ética para el bien vivir

Ciertamente, el mundo y el ser humano han caminado desde siempre por caminos que llegan a confrontarse. (Foto: especial)

Releyendo libros y textos de diversos autores, he descubierto cómo algunos temas en particular han llegado a marcar mi vida de tal manera, que a estas alturas me resultaría casi imposible desvincular el pensamiento que me lleva del “yo” al “nosotros”, de forma natural.  Seguramente fue la lectura de Ética para Amador, de Fernando Savater, cuando más importancia otorgué al amplio  significado de este principio humanista que nos lleva a ejercitar, de mejor manera, el discernimiento.

       En esa obra de Savater, encontré referencias a otros pensadores como el psicoanalista Erich Fromm, por ejemplo, que hacía la siguiente definición: “La ética humanista, en contraste con la ética autoritaria, puede distinguirse de ella por un criterio formal y otro material.  Formalmente, se basa en el principio de que sólo el hombre por sí mismo, puede determinar el criterio sobre virtud y pecado, y no una autoridad que lo trascienda.  Materialmente, se basa en el principio de que lo “bueno” es aquello que es bueno para el hombre y “malo” lo que le es nocivo, siendo el único criterio de valor ético el bienestar del hombre”.

       Educada como fui en un medio familiar y escolar donde prevalecían los principios y valores heredados de antiguos paradigmas que contenían una buena dosis de autoritarismo, durante la adolescencia de mi único hijo y hasta hoy día no he parado de descubrir (y comprobar) maravillada, cómo llega a ser la Ética el componente esencial de cualquier educación digna de ese nombre.  O sea que resulta el mejor sazonador para el banquete que es la vida.

       Gracias a Savater, al padre de mi hijo (filósofo y sociólogo), al doctor Arnoldo Kraus y a muchas personas que aún sin muchos estudios académicos han resultado ejemplos a seguir, hoy puedo afirmar que el puritanismo es la actitud más opuesta que puede darse a la ética.  Y sin duda que es la adolescencia el mejor momento para (desde la familia, desde las aulas escolares) enseñar las opciones y los valores de la libertad… si se quiere educar a hombres y mujeres verdaderamente libres.

       En los años en que participé como integrante de un grupo de Amnistía Internacional; cuando formé parte de una Red de Mujeres Promotoras Culturales, y también cuando acompañé los afanes organizativos de comunidades indígenas en Michoacán, pude comprender cómo la ética daba el mejor sentido a las acciones encaminadas al bien común, a la par que iba descubriendo y conociendo la personalidad que existe en mi interior, reforzando los pretextos buenos para vivir y las razones para construir, bajo la premisa de valorar los intereses de las personas que puedan verse afectadas por mis acciones.  Todo ello ha reforzado mi deseo de llegar a ser una mujer afortunada, que logre fusionar humanidad con las labores cotidianas, encontrando el placer de la vida en el quehacer diario.

       Igual que una servidora, puedo estar segura de que hoy, como nunca antes, muchos seres humanos descubrimos cientos de razones para maravillarnos por lo que la ciencia y la tecnología nos ofrecen: las cirugías milagrosas, los trasplantes, los aparatos para la comunicación, los vehículos de todo tipo, los bebés “a la carta”; sofisticadas armas (como las bacteriológicas), etcétera.  Estos cambios, que han modificado la calidad de vida y la esencia del ser humano, pueden pensarse como benéficos; sin embargo, para quienes analizan con detenimiento o con ética la instrumentación del ser humano, la manipulación del ambiente y la disección de las células, aparecen como cuestionables dentro de la conducta humana.  Resultan inmensas las contradicciones que se viven todos los días en todos los rincones del mundo y parece inconcebible que tanta inteligencia se mezcle con tanta maldad: que la belleza de una creación se contamine por el odio o la destrucción.

       Ciertamente, el mundo y el ser humano han caminado desde siempre por caminos que llegan a confrontarse; sin embargo, en tiempos actuales, prevalecen como nunca antes el dolor, el sufrimiento, la humillación, la explotación, la discriminación y otros avatares que oscurecen mucha de la condición humana, minimizando los valores de la ética.  Nadie debería ser ajeno a los malos momentos por los que atravesamos como especie, sobre todo estando toda la humanidad en el centro de una crisis biológica y sanitaria como en la que hoy nos encontramos.

       Entre todos los saberes posibles, existe uno imprescindible: el que nos lleva a tomar conciencia de que ciertas cosas nos convienen y otras no.  Saber lo que nos conviene, es distinguir entre lo bueno y lo malo y resulta un conocimiento que todos/as intentamos adquirir, porque por lo menos intuimos que nos llevaría a disminuir enfermedades, accidentes y tragedias en la vida.

       A diferencia de otros seres, vivos o inanimados, el ser humano puede inventar y elegir en parte su forma de vida.  Por supuesto que no somos libres de elegir lo que nos pasa (haber nacido tal día, de tales padres y en tal país), pero sí tenemos libertad para responder a lo que nos pasa de tal o cual modo: obedecer o rebelarnos, ser prudentes o temerarios, vengativos o resignados, etcétera.  Contamos con la libertad de siempre intentar algo que cambie nuestra expectativa de vida.  Y también podemos equivocarnos, sin que ello nos lleve a pensar en el fracaso.

      De tal modo resulta prudente fijarnos en lo que hacemos y procurar adquirir un “cierto saber vivir” que nos permita acertar.  Es a ese saber vivir, o arte de vivir, a lo que se le da el nombre de Ética.  Erich Fromm, en su obra Ética y Psicoanálisis, describe: “En el arte de vivir el hombre es al mismo tiempo el artista y el objeto de su arte; es el escultor y el mármol, el médico y el paciente”.

       Fernando Savater afirma que “en la ética, la libertad es el componente esencial: libertad de decidir de manera responsable, dándose uno cuenta de lo que se está decidiendo.  Considerando que nunca una acción es buena sólo por venir de una orden, una costumbre o un capricho.  Mejor que obedecer o supeditar nuestra libertad a otros, por buenos y sabios que sean, preguntemos sobre el uso de nuestra libertad… a la libertad misma, a la responsabilidad creadora de escoger nuestros caminos”.

       Si una/o elige vivir en el camino de la Ética, el egoísmo individualista va quedando atrás: “Ser capaz de prestarse atención a uno mismo es requisito previo para tener la capacidad de prestar atención a las/os demás; el sentirse a gusto con una/o misma/o, es la condición necesaria para relacionarse con las y los demás”, menciona Fromm en Ética y Psicoanálisis.  No vendría mal una buena dosis de ética para muchos/as de quienes hoy pelean (literalmente) por obtener un puesto de representación social, pagado con nuestros impuestos.