Dos fechas para no olvidar

El zapatismo resulta hoy un horizonte abierto de la insurrección campesina e indígena. (Foto: especial)

NACIMIENTO DE ZAPATA: 8 de agosto de 1883

En agosto de 1911, durante la entrevista que el General Emiliano sostuvo con el jefe de la Revolución, don Francisco I. Madero, y en respuesta al ofrecimiento que el gobierno daba a los revolucionarios del Sur (licenciamiento de sus tropas y 50 mil pesos), Zapata contestó: “No, señor Madero; yo no me levanté en armas para conquistar haciendas, yo me levanté en armas para que se les restituya a los pueblos lo que es suyo; y sepa, señor Madero, que a mí y al Estado de Morelos nos cumple usted lo que se nos ha ofrecido, o a usted o a mí nos lleva la…”

       Definitivamente, Zapata, el incorruptible, con estas palabras sellaba su destino.  Caudillo de los lugareños avasallados, entierra los títulos virreinales bajo el piso de la iglesia de su pueblo, Anenecuilco, y se lanza a la pelea: “Mis antepasados y yo, dentro de la Ley y en forma pacífica, pedimos a los gobiernos anteriores la devolución de nuestras tierras, pero nunca se nos hizo caso ni justicia.  Por eso ahora les reclamamos por medio de las armas, ya que de otra manera no las obtendremos, pues a los gobiernos tiranos nunca debe pedírseles justicia con el sombrero en la mano, sino con el arma empuñada”, decía.

       Hace dos años, con motivo del centenario del asesinato de Zapata, muchos foros se dedicaron para hablar del hombre, del caudillo y la leyenda.  Pero lo que indiscutiblemente queda claro y nos lo deja ver el historiador Francisco Pineda Gómez, el zapatismo resulta hoy un horizonte abierto de la insurrección campesina e indígena que resulta preciso estudiar como una espiral histórica que va más allá de lo regional; como una fuerza ideológica y militar que se expande en el espacio y en el tiempo, en una perspectiva que rehúsa seguir la línea de minimizar al zapatismo, de reducirlo a su limitada área de Anenecuilco, de Morelos, o de México.

       En esta época de neoliberalismo, copia absurda del colonialismo, y aunque el derecho a recordar no figure entre los Derechos Humanos consagrados en las Naciones Unidas, hoy más que nunca resulta necesario reivindicar los ideales zapatistas y ponerlos en práctica ante los nuevos latifundistas (depredadores, acaparadores e invasores del campo, de las poblaciones rurales y urbanas), como lo hacen, en todo el mundo, líderes y gente de buena voluntad de distintas latitudes y culturas, que consideran a la Tierra como “de todos y de nadie”.  En Zapata encontramos al sembrador universal de ideales.

       Nuestro poeta michoacano, Ramón Martínez Ocaranza, así recordó esta fecha: “Año de mil ochocientos/ ochenta y tres: -fecha grata-/ nació en Anenecuilco/ don Emiliano Zapata./ Toda la gente decía/ al ver al niño pequeño:/ Este va a ser un gran hombre/ que va a luchar por los nuestros./ Gritos de sangre morena/ salían de sus ojos negros./ Venía de Benito Juárez/ y descendía de Cuauhtémoc./ Su abuelo estuvo en el sitio/ de Cuauhtla, junto a Morelos/ ¡Qué gran linaje traía/ para salvar a su pueblo!”.

       DÍA DE LAS POBLACIONES INDÍGENAS: 9 de agosto

       Fue durante la Década de los Pueblos Indígenas, que se estableció la fecha del 9 de agosto para tener presente ante la comunidad mundial las enormes aportaciones que los pueblos originarios han hecho para la preservación de la vida en el planeta. Porque debemos tomar en cuenta de que la cultura colonialista nos “educa” para servirnos de todos los bienes que la Naturaleza brinda sin distinción, haciéndonos pensar que podemos sobreexplotar cualquier recurso a nuestro antojo, despojando a quienes no conciben estos recursos como mercancía.

       “Para los indígenas, la Tierra no es meramente un objeto de posesión y producción.  La relación integral de la vida espiritual de los pueblos indígenas con la Madre Tierra, con sus territorios, tiene muchas implicaciones profundas.  Además, la tierra no es mercadería que pueda apropiarse, sino elemento material del que debe gozarse libremente”, menciona un Pronunciamiento hecho por el pueblo de Vicam, territorio de la tribu Yaqui de Sonora, que hoy se encuentra defendiendo valientemente su territorio, amenazado por las minas a cielo abierto, explotadas por compañías extranjeras.

Los Pueblos Originarios nos convocan, a hombres y mujeres, a unir la voluntad en torno al Cosmos y la Tierra. (Foto: especial)

       En toda América y en otros países colonizados, aún en nuestros días, las disputas por la propiedad de la tierra y los recursos naturales han traído consigo flagrantes violaciones a los derechos humanos de los pueblos indígenas.  Entre las víctimas, hay jefes comunitarios y religiosos y también niños, niñas, ancianos y mujeres asesinadxs por defender los recursos naturales de sus pueblos.

       Desde décadas atrás, las poblaciones indígenas han puesto de relieve la cuestión fundamental de la relación que mantienen con sus tierras ancestrales, en el contexto de la necesidad urgente de que las sociedades no indígenas entiendan la importancia espiritual, social, cultural, económica y política que revisten para ellas sus tierras, sus bosques, territorios y recursos todos que aseguran su supervivencia y vitalidad.

       Han sido todas sus manifestaciones, de resistencia y voluntad, las que han logrado poner en las distintas mesas de debate internacional su innegable presencia.  El grupo de trabajo de las Naciones Unidas para la atención de los derechos humanos en las poblaciones indígenas, así como los diversos estudiosos del tema, son quienes nos hacen saber de qué los pueblos indígenas se resisten a ser asimilados por otras culturas y desaparecer; que para ello muestran una determinación tan fuerte como sus ancestrales raíces y que se encuentran en búsqueda de la libertad de cambiar según sus propios principios, adoptando los aspectos que del mundo moderno les sean benéficos y rechazando las intrusiones que sólo dañan su espíritu y su legado.

       Se calcula que en todo el mundo, cerca de 300 millones de personas, lo que equivale apenas al cinco por ciento de la población total, aún mantienen una fuerte identidad como miembros de una cultura indígena con raíces históricas y lingüísticas milenarias, perteneciente, según los mitos y la memoria, a un lugar en particular.  Con todo, sus visiones únicas de la vida se han ido disolviendo cada vez más en la espiral de los cambios.

       Hoy que el Planeta y todas sus formas de vida se encuentran en estado de alerta, como nunca antes, los Pueblos Originarios nos convocan, a hombres y mujeres, a unir la voluntad en torno al Cosmos y la Tierra, alrededor de la vida, para alcanzar la cúspide de la verdadera Paz.  Con justicia y dignidad.  ¡Estamos convocados!