Acto de resistencia…

Ese tesoro es nuestra identidad, nuestra cultura fruto de cientos de culturas, unidas en el corazón de México. (Foto: ACG)

La densa neblina y el frio que calaba los huesos, fueron la señal de que ya pronto llegarían los que ya no están más en este plano. Los que ya no tienen cuerpo físico, pero como muchas culturas lo han sabido desde tiempos inmemoriales, no han muerto pues el alma sigue viva.

Por ese conocimiento es que desde la época prehispánica se celebraban días especiales a la memoria de los muertos, hoy sintetizado y conocido como “Día de muertos”, que sin duda es símbolo de resistencia de nuestras culturas ancestrales.

Continuar adorando a Mictlantecuhtli, a Xólotl a Coatlicue, tras la invasión española era castigado con tortura, despojo, violación y muerte. Si tomamos conciencia de esto, nos daremos cuenta de la enorme valentía, del acto de resistencia de nuestros pueblos originarios, al conservar a costa de su propia vida, el agradecimiento a los muertos, a los que nos dieron la vida, y así darles vida más allá de la muerte.

Y no me refiero solo a sus familiares, sino a sus creencias, a su cosmovisión, a sus usos y costumbres. Gracias a los abuelos y abuelas guardianes de todos los pueblos, quienes a lo largo de los siglos fueron transmitiendo este conocimiento.

Como el mayor tesoro fue guardado el conocimiento, que a su vez habían heredado. Ese era y es nuestro mayor tesoro; los españoles nunca lo entendieron, al mencionar tesoro pensaban en oro y gemas preciosas, mientras para la concepción de nuestros pueblos la mayor riqueza era el conocimiento de quienes somos, de a donde vamos

Ese tesoro es nuestra identidad, nuestra cultura fruto de cientos de culturas, unidas en el corazón de México.

Eduardo Matus Moctezuma, Doctor honoris causa de la UNAM, comenta: “Para los pueblos originarios el concepto de dualidad es muy importante, es decir, donde hay luz también hay sombra y la muerte es parte de la vida, lo cual ha quedado reflejado en diversos códices, lápidas, grabados, urnas y artefactos funerarios.

La dualidad: vida y muerte, ellos la observaban en sí mismos, en los animales, en las plantas y en la naturaleza. Captaban que a lo largo del año había temporada de secas en que todo moría por la falta de lluvia y, por el contrario, una temporada donde las cosas renacían, daban frutos. A lo largo del año eso les permitía organizar su propio calendario”.

 Tras la invasión española, algunos elementos de ese ritual perduraron, pero muchos otros se han mezclado especialmente con el catolicismo.

Incluso hoy en día, perduran en muchas comunidades indígenas, reminiscencias de los pasos para llegar al Mictlán, pero sincretizadas con conceptos católicos.

“Sobre el altar de muertos tenemos que Sahagún menciona algo de ello; algunas ofrendas tienen varias cosas que los acompañaban, lo cual ocurre en muchas zonas del mundo, no es sólo de acá”, aclara el ganador del Premio Nacional de Ciencias y Artes, Matos Moctezuma.

 Por ejemplo, en los actuales altares se pone el pan de muerto y las calaveras de azúcar, pero antes de la conquista no había trigo para hacer pan, ni calaveras de azúcar. Se realizaban y ponían figuras representativas de deidades relacionadas con la muerte y la vida, las flores eran elemento principal por ser representativas de vida.  Las diversas figuras   eran realizadas con semillas de amaranto y miel, las cuales eran parte fundamental del altar.

“Hay que ver con mucha claridad qué ha podido sobrevivir, porque en la mayoría de las grandes ciudades el concepto es totalmente occidental, es católico o protestante… queda poco de esa reminiscencia que podemos observar en la flor de cempasúchil, que abre el camino para que el ánima llegue a comer”, asienta Matos Moctezuma.

La celebración del Día de Muertos, desde la visión indígena, implica el retorno transitorio de las ánimas de los difuntos, quienes regresan a casa, al mundo de los vivos, para convivir con los familiares y para nutrirse de la esencia del alimento que se les ofrece en los altares puestos en su honor, aquellos que se adelantaron regresan del Mictlán.

Matos Moctezuma aclara que “es sólo un mito que los mexicanos nos riamos de la muerte, es una confusión que se ha dado más por un afán de carácter literario que por corresponder a la realidad”.

En los últimos años, la celebración se ha tornado en emblema, en imagen de México en el extranjero.

Se ha hecho de ella, una atracción y diversión, muy redituable. Sin embargo, trágicamente retrata la realidad que se vive en nuestro país.

Este año, miles de cempasúchiles, señalaban el camino a nuestros muertos. Parecía como si todo el país se hubiese teñido de naranja, y el aroma de esa bella flor hubiese impregnado la atmosfera.  Y es que este año los muertos fueron muchos más que en otros años.

Solamente por Covid, fallecieron casi medio millón de personas, más las miles de mujeres víctimas de feminicidio, más todos los cientos de muertos resultado de la inseguridad.

El dolor, la añoranza y la certeza de que la muerte del cuerpo no significa la muerte del alma, es lo que da vida a esta celebración.

 El conocimiento ancestral, está vivo, permanece, nos ha dado identidad, sentido y cohesión como nación.

Se logró gracias a la valentía de miles de indígenas, que se convirtieron en guardianes del alma de México, nuestro mayor tesoro.