En defensa de la medicina tradicional

Quizá ningún país de América Latina muestra como México, un trabajo tan sostenido en materia de investigación de su herbolaria medicinal. (Foto: especial)

Los tiempos que corren, para quienes son buenxs observadorxs, resultan propicios para darnos cuenta de todo lo que resulta verdaderamente importante (e imprescindible), en nuestra existencia y relación con el entorno.  Y también, sobre todo, en cómo el mayor conocimiento que tengamos acerca de lo que nos hace bien, o lo contrario, parte de esa relación de vínculo con la naturaleza, o el medio ambiente.

       Muchas personas en el planeta, en medio de esta crisis bio-sanitaria que ha golpeado inclemente a millones de habitantes en cualquier punto geográfico, estamos convencidas, y cada vez con mayor certeza, de que una de las principales causas de este desequilibrio viene de la ambición del propio ser humano, en su afán de controlar y crear mayor dependencia a intereses económicos con frecuencia insospechados.

       Y ahora tenemos noticias de lo que la empresa “Conameca” y Francisco Aedo han presentado ante la Cámara de Diputados, una iniciativa que ha sido aprobada por muchos de esos “representantes” que desconocen la historia y cultura de México: abrogarse el derecho a certificar todas las plantas mexicanas y la vez obligar a quienes practican la medicina tradicional a certificarse para poder ejercerla.  Esta iniciativa, a todas luces empresarial, se encuentra a punto de llegar a la Cámara de Senadores, donde, al ser aprobada, despojaría al pueblo de México de un legado patrimonial excepcional, único en el mundo.

       En estas últimas épocas, en las que el consumo individual de medicamentos ha aumentado tanto, surge la tendencia a volver a las fuentes naturales para curar las enfermedades, y no se trata de una moda, sino de la íntima necesidad de adoptar, en todos los aspectos, un sistema de vida más sencillo y acorde con la naturaleza.

       Quizá ningún país de América Latina muestra como México, un trabajo tan sostenido en materia de investigación de su herbolaria medicinal.  Ello, adoptando diferentes enfoques, si no complementarios en los programas y proyectos, al menos convergentes: botánicos, etnobotánicos, históricos, antropológicos, médicos, químicos, farmacológicos, toxicológicos y clínicos.  Muchos científicos hoy en día ven con respeto el conocimiento tradicional y ancestral, aunque institucionalmente se pretenda ocultar, como si fuese algo reprobable.

       “Todavía se actúa con soberbia en ámbitos académicos”, me dijo en una ocasión un amigo antropólogo que ha dedicado muchos años al estudio de prácticas chamánicas en la Huasteca Hidalguense.  “La medicina institucional –sostiene- se ha desligado del principio que encuentra en el paciente un ser compuesto por mente, cuerpo y espíritu, que sólo obtendrá un estado de ‘bienestar’, cuando adquiera una buena armonía en esos tres aspectos”. 

       Y efectivamente, la mayoría de los médicos actuales se limita a estudiar la patología o la anatomía patológica; a diagnosticar, dependiendo de signos y síntomas físicos, sin interesarse en la vida e historia del paciente, llegando incluso a menospreciar el conflicto que está provocando la enfermedad.  En cambio, quienes practican la medicina tradicional, parten del conocimiento de que el paciente es un ser integral, vinculado además con el ambiente que le rodea.

       La medicina holística o alternativa, de la que apenas se empieza a hablar hoy, recoge todos esos conocimientos que en casi todas las culturas han sobrevivido, entendiendo que si nuestra mente y nuestro espíritu se encuentran en armonía, la enfermedad no puede existir.  “Nuestras intolerancias dan como resultado enfermedades”, dicen médicos afamados como Bach o Kraus y yo he logrado entender que así es.  “La enfermedad es el resultado de pensamientos y acciones erróneos y cesa cuando actos y pensamientos son puestos en orden”, dice el doctor Bach en sus “Escritos Florales”.

       La recordada maestra Raquel Magdaleno (química farmacobióloga impulsora del reconocimiento de la medicina tradicional en el estado de Morelos), a quien tuve oportunidad de conocer hace algunos lustros en un taller que generosa nos ofreció, nos decía que el ser humano es un cuerpo energético que se encuentra en armonía con planos superiores y que el desarrollo correcto y armonioso de una acción puede ser siempre descubierto en nosotrxs mismxs mientras estemos en contacto con nuestra interioridad.  Ella nos mostró algunos secretos de las plantas, con la recomendación de utilizar preferentemente las que se encuentren en el propio lugar y respetando el conocimiento que de ellas tengan los habitantes del mismo.

       Por ella y otras personas como ella, pude darme cuenta de que no sólo el ser humano cae en la enfermedad, sino que somos capaces de enfermar al medio que nos rodea –incluyendo a seres vivos-.  “La mayoría de los americanos no nativos de este continente se encuentra atrapada en procesos que no comprende, a los cuales no se puede adaptar y que les destruyen espiritual y físicamente.  Se niegan a comprender que intentar controlar a la naturaleza que les contiene totalmente, no es más que una ilusión, pero llegan a provocar desequilibrio con ello”, decía el jefe de la tribu Cheyenne, Gayle High Pine.  Y en Michoacán lo corroboramos con los daños de todo tipo causados por la siembra desmesurada de monocultivos y tala indiscriminada de bosques.

       “Entre los indios –reflexionaba el amigo biólogo Rodolfo Sandoval-, toda nuestra existencia, no hace tanto tiempo, estaba hecha de reverencia.  Tradiciones, rituales, medicina, alimentación, se encontraban estrechamente relacionados con nuestras plantas”.  Hoy nos encontramos ante la posibilidad de que se nos arrebate o controle este vínculo cultural, ancestral, de vida.  ¡Hagamos algo por evitarlo!