Palabras para crear la Paz

Estamos convocados a crear la verdadera Paz. (Imagen: especial)

Ya ha transcurrido cerca de un lustro, cuando por alguna circunstancia del momento, comenté, por este mismo medio, lo que el reconocido columnista José Cueli opinaba acerca de las diversas formas de matar que practica el ser humano de manera casi cotidiana y que en este siglo XXI parecieran estar lejos de ser erradicadas, porque prácticamente se encuentran “tatuadas” en la palabra hablada.

       Hoy, como hace décadas y hace siglos, la humanidad continúa observando la misma barbarie y la misma proclividad a matar y dejar morir, como seguramente lo experimentaron aquellos primeros homínidos, hace aproximadamente quince millones de años.

       En el análisis de Cueli, que ofrecía un referente de la situación mundial y nacional del momento, hacía igualmente un somero recuento del tiempo transcurrido de la evolución del hombre, desde el gorila hasta el ser “civilizado”, que ha representado un prolongado y lento proceso que nos obliga a aceptar que la humanidad del presente continúa más cerca del gorila que del hombre y que todavía no llegamos a escalar a nivel de un ser humano integral.  José Cueli hacía referencia a Hermann Hesse luego de su experiencia vivida en la guerra: “Matamos tanto… no solamente en nuestras estúpidas batallas; en los necios motines callejeros y en las estúpidas ejecuciones; matamos a cada paso.  Lo hacemos cuando las circunstancias nos obligan a forzar a jóvenes de talento a desempeñar ocupaciones para las cuales no están preparados.  Matamos cuando cerramos los ojos a la pobreza, a la desgracia o a la infamia.  Lo hacemos también porque resulta más fácil, cuando patrocinamos o pretendemos aprobar instituciones sociales, políticas y religiosas atrofiadas, en lugar de combatirlas con resolución”.

       Yo agrego que nos convertimos también en cómplices, si a sabiendas de lo que sucede nos abstenemos de pronunciarnos en contra de una conflagración absurda tras la que se ocultan intereses mezquinos.  Matamos con nuestro silencio, por estupidez, cobardía, pusilanimidad, por soberbia, por egoísmo y por ansia de poder.  Así, no podemos decirnos mejores que nuestros antecesores en la cadena de la evolución biológica.

       Hay quienes describen a las palabras como “armas de la razón”, pero también (y me parece más amable y adecuado) como “la esencia del mundo y la esencia del hombre”.  Las palabras representan el compromiso de cada persona con su entorno, con su mundo.  Esto significa que “al tomar la palabra”, el ser humano afirma su existencia y crea una nueva realidad: la de la comunicación, con todo aquello que le rodea.  “Nombrar es llamar a la existencia, sacar de la nada: es crear”.

       No cabe duda de la enorme aportación que han hecho para la humanidad que analiza, reflexiona y propone nuevos derroteros en el sendero de su existencia, todos esos filósofxs, humanistas, escritorxs, poetas, líderes espirituales y transgresorxs de todas las épocas y latitudes, que han logrado “tocar la mente, la razón y el corazón” de individuxs únicxs, íntegrxs, incorruptibles, que están entregando toda su existencia (o que ya la han ofrendado) al servicio de una mejor vida para todxs.

      Escribo esto hoy, casi para finalizar un año más, haciendo un somero balance de lo que sucede en el país, sin poder ignorar que estamos viviendo situaciones tan graves, como las que llevaron a países como Colombia (entre otros) a ser considerados “de alta peligrosidad”.  La violencia política hace pedagogía contra la convivencia: promueve en la práctica la idea de que es legítimo confrontarse por los puntos de vista o los intereses propios o ajenos, a través del homicidio y otras formas de agresión.  La violencia de la delincuencia organizada es la que en los últimos años hace su nefasto aporte: suministros, modelos especialmente crueles y descompuestos de agresión (las masacres, las mutilaciones, etcétera).  Y lo más grave: con mucha frecuencia, grupos de delincuentes vinculados o formando parte de gobiernos de toda índole.  Todo, en medio y agudizado por esta crisis bio-sanitaria que tiene a una buena parte de la población, viviendo en un constante estado de alteración emocional.

       Pero seguramente lo más grave que nos puede ocurrir, es que toda esta información nos “tenga sin cuidado”, “mientras el mal no toque a nuestra puerta”.

       Y lo alentador del asunto, es que también encontramos entre nosotrxs a muchas personas que sí tienen interés en hacer algo diferente para enfrentar el cada día en una sociedad y un mundo que nos presenta tantos retos a la inteligencia, a la sensibilidad  y a la humanidad de la que somos parte: quienes creemos en la inteligencia y bondad del ser humano, pensamos que lxs mexicanxs (y seguramente lxs habitantes de cualquier país) no somos por naturaleza más violentxs o más crueles que nuestrxs vecinxs.  Quizá se nos califique como más agresivos por razones históricas y, en ese sentido, circunstanciales… pero ello no justifica que adoptemos como pedagogía las prácticas violentas que suceden a nuestro alrededor.

       Actualmente, cada vez más personas tenemos la certeza de que la muralla más importante, más efectiva para impedir que la violencia se expanda, es una muralla mental: sólo cuando la gente no  piensa en la violencia, cuando ella es impensable, la gente se comporta pacíficamente.  Es absolutamente posible resolver sin descalificar, sin matar, sin herir, sin lesionar físicamente a nadie, todas las tensiones y conflictos que se presentan en todas partes y en toda la sociedad.

       En México, como en tantos países del mundo, definitivamente la sociedad civil y los organismos no gubernamentales de derechos humanos, han estado jugando un papel dinamizador fundamental en las últimas décadas, pues su propia existencia es ya un efecto psicológico que demuestra que es viable construir alternativas de contrapeso a la violencia.

       Los tiempos que corren, los tiempos que se avecinan, serán, sin duda alguna, los tiempos que mejor nos darán la razón a todas estas personas que estamos convencidas del poder de la palabra; las palabras llanas, las que expresan el anhelo de vivir en paz y en libertad; las palabras que contribuyan al desarme del pensamiento, del corazón y de las manos.  Es justo ahora que resulta pertinente entender y tener presente, en todo momento, en todo lugar; que nombrar… es crear. Estamos convocados a crear la verdadera Paz.