Los belenes o nacimientos

Fue durante el siglo XV cuando la creación de nacimientos logró su máxima difusión. | Fotografía: Archivo

La celebración de la Navidad, señalan quienes han estudiado las festividades del mundo cristiano, dio inicio en el siglo IV, durante la época del emperador romano Constantino (primer emperador romano convertido al cristianismo).  Él juntó el Día del Sol Pagano y el Sabbat (día santo de los judíos) y creó, además, lo que ahora es el domingo.  San Agustín de Hipona fue la persona que introdujo la Navidad en el Reino Unido, junto con el cristianismo en el siglo VI.  San Agustín, vino de los países que utilizaban el calendario romano, así que celebraban la Navidad el 25 de diciembre.  Poco a poco, la gente de Gran Bretaña y de Europa occidental llevaron esta tradición por todo el mundo.

       Y la tradición más apreciada en la Navidad mexicana, sin duda, es la representación del Nacimiento del Niño Jesús o “el Belén”, como suele también denominarse al arreglo elaborado con figuras de barro, cera, metal, tela, fibras vegetales u otros materiales, que representan al Niño Dios y estampas bíblicas alusivas a tal acontecimiento.  En algunos lugares, el Niño Jesús es mecido por los padrinos (matrimonios elegidos o invitados por quien posea la efigie del Niño bendecida) para arrullarlo, antes de colocar la figura en la cuna o pesebre, durante la víspera de Navidad.

       En México, se sabe que es a San Francisco de Asís a quien debemos la preparación del primer Nacimiento viviente en una cueva italiana, en el año 1223.  La Navidad de ese año, sorprendió al humilde Francisco (fundador de la orden Franciscana) en la Ermita de Greccio y allí fue que tuvo la inspiración de reproducir en vivo la escena del nacimiento Jesús.

       Luego que San Francisco (autorizado por el Papa Honorio III) instalara ese primer Nacimiento, se cuenta que el ejemplo fue seguido por grupos religiosos por toda Italia, cuyo arte de aquel entonces desarrolló iconográficamente en gran medida, la escena de la Natividad, y el uso del pesebre parece haberse popularizado en la segunda mitad del siglo XIV.  El más antiguo pesebre que se conserva, aunque sólo sea en parte, se encuentra en la Basílica romana de Santa María la Mayor y es obra de Arnolfo de Cambio.

       Fue durante el siglo XV cuando la creación de Nacimientos logró su máxima difusión y, de acuerdo con los gustos de la época, dieron lugar a espectaculares composiciones escenográficas en las cuales las figuras despertaban más curiosidad que emoción.  En Portugal, por ejemplo, se elaboraban grandes Nacimientos con figuras de yeso y ojos de cristal, desarrollándose toda una escuela a la cual se deben obras originales y de valor artístico evidente.  A su vez, contemporánea fue la labor de artistas y artesanos españoles que realizaron preciosos Nacimientos con pequeñas figuras, como el maestro Salzillo, en Murcia, y Amadeu, en Barcelona.

       Con mayor o menor intensidad, esta costumbre de los Nacimientos se extendió a partir del Renacimiento, en algunos países europeos.  En cuanto a América, resulta más que evidente que con las naves descubridoras llegó a estas tierras la popular creación en barro del acto de fe Navideña.

       Manuel Caballero, michoacano que tuvo una columna en un conocido semanario de cultura, documentó que “en México, los Belenes manifiestan de manera espléndida el pensar, el sentir y el ser del pueblo católico”.  Las escenas de la Natividad “pueden ser, desde miniaturas en que cada figurita tiene sólo unos pocos milímetros de alto, hasta lujosos paisajes con castillos, lagos, montes y cuevas en que con gran sentido plástico se colocan Reyes, un Ángel, muchos pastores, beduinos, vendedores de antojitos, diversos personajes realizando actividades cotidianas, borregos, patos, camellos, buey y burro cerca del pesebre y en un rincón, medio escondido, siempre un cornudo Diablo”.

       A manera de colofón, el mismo autor menciona: “A través de las figuras que conforman estas escenas, el Nacimiento nos recuerda que somos responsables de la vida: de toda Vida que anida en nosotros y en el entorno y que está confiada a nuestro cuidado.  Es pues, una fuente de inspiración para la Humanidad”.

       En México, el Nacimiento como tradición fue implantado por los frailes evangelizadores, quienes hicieron de él una importante imagen de catequización.  De esto hay testimonios en pinturas y retablos, desde finales del siglo XVI, en escenas de la Natividad y de la Adoración de los Pastores y Reyes.  También existen evidencias de que en la Escuela Artesanal de Texcoco, que fundó fray Pedro de Gante, éste adiestró a los indígenas para que elaboraran las figuras y los detalles de los Nacimientos.  Seguramente de esas manos surgió la exuberante vegetación que pervive hasta nuestros  días, teniendo como materia prima el barro.

       En la capital del país, fueron sumamente populares los Nacimientos, aunque modestos, pero de gran creatividad.  De gran valor artístico, y muy notable, fue el del poeta Carlos Pellicer.  Y Antonio García Cubas, quien escribiera tanto sobre narraciones, anécdotas y costumbres del siglo XIX, menciona que “los días de posadas se convierten en la época más alegre y animada del año.  La Plaza de la Constitución era, en los días del novenario o de las posadas, una babel donde se confundían las voces de los que ofrecían sus mercancías y las de los compradores, con los gorjeos mal imitados que producían los muchachos soplando sin cesar sus flautillas de carrizo y silbatos de hoja de lata llenos de agua… juguetes muy variados en sus formas y tamaños, hechos de diversas materias y destinados para repartir junto a ellos la colación, durante las noches de posadas; así como esculturas de barro o cera, ya agrupadas, que representan a la Virgen y a San José, ángeles, bueyes echados, mulas, borregos y ánades, sin que falte en los mismos puestos el tradicional portal de Belén”.

        Lo que esta temporada decembrina nos viene a recordar, primero con los nueve días de las Posadas, que resultan como una preparación para el nacimiento del Niño Jesús, es el caminar que hicieron José y María cuando fueron a empadronarse a tierras de Belén y en el trayecto tuvieron qué buscar un lugar para recibir al hijo que finalmente llega al mundo arropado en un humilde pesebre.  Desde la infancia y gracias a mi abuelita paterna, me convertí en una ferviente admiradora de ese pequeño que logró, con su mensaje de amor, fraternidad, paz y humildad, dar un giro a la historia de nuestra humanidad.  Y para recordar a ella, a mi madre y a tantas personas que lograron las delicias de grandes y pequeños, con los montajes de bellos, creativos e ingeniosos Belenes o Nacimientos en ese Pátzcuaro de antaño, es que ahora escribo. 

Buenas fiestas y buen año.