Más allá de lo circunstancial

Hasta podemos afirmar que “lo que no logró aniquilarnos, nos hizo más fuertes”... esto es, resilentes. (Imagen: especial)

Para una gran mayoría (por lo menos de quienes esto lean), los tiempos que corren, de confinamiento casi obligado, de hacer a un lado muchas de las actividades que se reconocen indispensables para obtener salud (mental, física espiritual), además de la cantidad de horas que transcurren frente a aparatos electrónicos, nos pueden llegar a doler, como seguramente habrá sucedido con alguna otra situación traumática en la existencia de cada una/o.  Yo pienso que nadie se ha salvado de llegar a sentir en lo más profundo del ser un dolor físico o emocional que nos obliga a reflexionar que podríamos llegar a sucumbir ante él; o que al prolongarse por un determinado tiempo, nos puede encaminar al pesimismo, al abandono, a la ira, a la desesperanza y a sentirnos solitarixs y débiles.

       Sin embargo, cuando al vivir una situación dolorosa nos encontramos y nos sentimos rodeadas/os de personas amorosas y solidarias, que de distintas formas acompañan esos momentos, inyectando afecto, comprensión y consuelo a nuestro existir, hasta podemos afirmar que “lo que no logró aniquilarnos, nos hizo más fuertes”… esto es, resilentes.

       Además de todos esos seres queridos, que en los actuales momentos no podemos tener cercanos físicamente, tengo la certeza de que “el que brinda mejor consuelo, es el amor –como me dijo en alguna ocasión un querido amigo-.  El amor que sentimos hacia nosotros/as mismos/as y que se traduce en el que expresamos hacia lxs demás.  Él  es quien nos llena de claridad la mente cuando, ‘razonadamente’ nos dejamos llevar por la frustración, la ira o el miedo ante situaciones que nos parezcan injustas, y nos ayuda a recuperar el equilibrio”.

       Han transcurrido ya varios años desde que sus palabras me “animaron”, viviendo una etapa de mi vida familiar bastante dolorosa; y desde entonces, siempre que me encuentro en alguna situación semejante, recurro a ellas como a una fuente de agua sanadora, porque al llevarlas a la práctica, me llenan de confianza, infundiéndome fortaleza y esperanza.

       Por supuesto que resulta útil llorar, gritar y expresar cualquier cosa que sintamos en nuestro interior y así evitaremos crear problemas en el organismo, pero teniendo presente el no quedarnos sólo en el llanto o el enojo; el pesar y el lamento.  Pensando en el cuidado que nos debemos a nosotras/os mismas/os y haciéndolo de la mejor manera posible.

       ¡Cómo agradezco el haber compartido tantas experiencias en los múltiples talleres de nuestros grupos de mujeres!  En ellos llegué a comprender mejor que, al darnos tiempo para expresar con sinceridad los sentimientos, inicia el proceso que lleva a equilibrar nuestro estado mental, espiritual y físico, para finalmente y de manera consciente, entender que es necesario perdonar y liberar a quien, o a lo que, pensamos, nos causa o causó dolor; así como tener presente que nadie ni nada nos pertenece, y afirmar que “yo soy yo, a pesar de mi circunstancia”.

       Viviendo como hoy, una situación de crisis bio-sanitaria, en medio de temores, incertidumbres, pérdidas humanas y económicas, aunado todo a la creciente amenaza de guerra, los tiempos se transforman en permanente etapa de duelo que podemos utilizar para efectuar un trabajo profundo en nuestro interior, con la finalidad de liberarnos y despojarnos de los propios sentimientos… y de aprender a manejar nuestras emociones, como afirma Luz María Ibarra en su libro “Gimnasia Cerebral”.  Cito: “Las emociones son energías en movimiento que pueden controlarse, manejarse y expresarse; estimulan grandes áreas del cerebro logrando conexiones poderosas entre el pensamiento.  Por tanto, a mayor emoción en un aprendizaje, mayor integración de éste”.  ¿Mejores resultados?  Compartiendo lo aprendido y experimentado con quienes lo necesiten.

       El malestar que actualmente acompaña a muchísimas personas, se traduce como una sensación desagradable o aflictiva que provoca ansiedad y se agrava cuando existe un daño o desorden corporal.  El dolor físico viene después a acompañar estos momentos y es uno de los mensajes de “último recurso” del cuerpo para indicarnos que algo anda mal: un rasguño, un golpe, una caída, un sueño intranquilo, el entumecimiento de un brazo o de una pierna… cualquiera que sea el mensaje, debemos recordar que el organismo humano es una maquinaria maravillosamente construida, que nos dice que hay problemas y los debemos atender; que en alguna parte nos hemos salido o desviado del camino y hay necesidad de rectificar.

       Cuando el dolor llega, por lo general corremos al botiquín o al médico en busca de un analgésico que sólo adormece lo que sentimos.  Esto es como decir al cuerpo que no deseamos escucharle y así permitimos que el malestar vaya en aumento hasta convertirse en una enfermedad.  Y así es: casi cualquier enfermedad no es sino el resultado de no haber sabido escuchar y atender el dolor (emocional o físico) que en su momento nos alertó.

      Sin duda, para algo sirven los años: yo he aprendido, al empezar a sentir malestar o incomodidad, buscar la tranquilidad de cualquier forma (a mí me funcionan algunos ejercicios de Chi Kung). Nada de evadirse con una buena juerga o cualquier otro evento que sólo consigue distraer lo que estamos sintiendo, sino observar atentamente la emoción que ha logrado crear esa incomodidad y atenderla, con la disposición de efectuar cambios profundos en nuestro interior, haciéndolo con amor, no con rigor.

       Transformar nuestras emociones en palabras, o buscar las frases más adecuadas para expresar distintos estados de ánimo, nos ayuda a volver al camino adecuado, buscando en todo momento, ni herirnos, ni herir a nadie más.  Podemos llevar a la práctica nuestra creatividad (todas/os la tenemos) utilizando todas las estrategias posibles, que ayuden a liberar las emociones que acumulamos cuando experimentamos dolor, intranquilidad o ansiedad… sobre todo hoy, en este prolongado tiempo de tanta incertidumbre.

       Sin lugar a duda, enfrentar crisis como la actualmente vivimos, nos exige entereza, rectitud, tolerancia, comprensión y, sobre todo, amor.  Amor por lo que se hace, se dice y se propone.  Especialistas en el terreno de lo antropológico y de la salud, dan cuenta de cómo las personas que practican alguna religión o alguna disciplina física relajante, o las que son poseedoras de ideales, de esperanza, de sentido humanitario o de servicio a la comunidad, tienden a desarrollar un sistema inmunitario más fuerte y aumentan su expectativa de vida, con aceptable estado de salud. Todas ellas, con su trabajo modesto, responsable y convencido, afirmar: “yo soy yo, a pesar de mi circunstancia”.