Del trabajo no reconocido

La Organización Internacional del Trabajo (OIT) estima que en América Latina más de 14 millones de personas trabajan en hogares que no son el suyo. (Foto: especial)

Empiezo en esta ocasión, tomando dos fragmentos de lo que parece una historia de terror: “En la oscuridad de este despertar, distingues las paredes de tu cuarto, de tu cárcel.  Nadie podría imaginar que alguien vive en la bodega del sótano de la vieja casona; de hecho, nadie podría vivir ahí por la humedad, por el frío. ‘Sólo la servidumbre’, dice la vieja tía, la mujer más vieja del mundo, la de todos los años y las arrugas: un fantasma enfermo de vida que te espanta, que te grita y luego se arrepiente.  Una vieja mujer a la que todos en esta casa llaman Nona./ ‘¿Y si todos en esta casa están muertos?’, piensas en esta madrugada, donde de tan cansada, no puedes dormir. ¿Y si la que se murió de veras eres tú?, ¿y si te moriste de tanta soledad, de extrañar a los tuyos, de la nostalgia por tu tierra, de la pérdida del cielo que abrigaba tu pueblo, allá en Hidalgo?, ¿y si te moriste por no saber nombrar lo que te pasa, un ataque de soledad sumado a la tristeza que te provoca no pertenecer aquí, ser sólo alguien útil, algo que sirve a los patrones?”.

       Quien esto escribe es Víctor Ronquillo, ciudadano, escritor, director y conductor de televisión (Canal 22), quien colaboró en la edición de “Dos Mundos bajo el mismo Techo” -Trabajo del Hogar y no discriminación- del Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación (CONAPRED), en el año 2012.

        La Organización Internacional del Trabajo (OIT) estima que en América Latina más de 14 millones de personas trabajan en hogares que no son el suyo; casi 2 millones de ellas viven en México.  Aunque también hay hombres empleados en estas tareas, más de 90% son mujeres.  Muchas de ellas provienen de zonas indígenas o campesinas, o en el caso de las ciudades, de colonias populares.

       Quienes se emplean en hogares, lavan y planchan la ropa, limpian el domicilio, hacen compras, cocinan, cuidan a niños y niñas, los llevan al jardín de infantes o a la escuela; tienden camas, arreglan el jardín o vigilan la casa.  Su trabajo asegura que los hogares de las familias de clase media y alta funcionen, que los padres y madres puedan dedicarse a su profesión, a los negocios, a los amigos y a los viajes, sin tener que preocuparse por la seguridad y tranquilidad de sus seres queridos.

       Pensando en esas personas indispensables en nuestra sociedad, fue que el movimiento internacional de mujeres propuso e instituyó el día 30 de marzo, como Día de las Trabajadoras/es del Servicio Doméstico, en los dos últimos lustros podemos afirmar que resulta una efeméride  apenas mencionada por algunos medios y casi desconocida para la mayoría de personas que emplean su mano de obra en trabajos relacionados con el servicio doméstico o del hogar.

       Resulta también una fecha que, además de visibilizar el menosprecio de una mayoría de nuestra sociedad hacia las actividades que se realizan en casa, tiene entre sus objetivos promover, a través del conocimiento, defensa y ejercicio de los derechos humanos, la situación y problemática que viven quienes se emplean para realizar trabajos en hogares ajenos, con la convicción de que sólo con su participación activa pueden impulsarse iniciativas tendientes a facilitar la expresión organizada de sus intereses con miras a mejorar sus condiciones de vida y fortalecer su presencia pública como sector social.

       En el año 2015, cuando se presentó ante la representación de la Organización de las Naciones Unidas en México el estudio ‘Percepciones sobre el trabajo doméstico: una visión desde las trabajadoras y las empleadoras’, realizado por el CONAPRED, Ana Güezmes García (ONU México) consideró que “el documento evidencia nudos estructurales de discriminación, exclusión y violencia que viven las trabajadoras del hogar, lo que muestra la urgencia de acelerar las soluciones en materia de políticas públicas, legislación y un diálogo ciudadano para dignificar esta labor, que realizan en su mayoría mujeres y niñas… (porque) lo más terrible es que el empleo doméstico de las niñas se justifica y tolera socialmente.  Lo realizan en condiciones de alta explotación no reguladas a cambio de remuneraciones no monetarias, como ir a la escuela, alimentarse o tener ropa”.

       Luego de 7 años transcurridos desde la presentación de este estudio, hecho para documentar la situación de las trabajadoras del hogar en el país, notamos que el panorama general no ha cambiado en lo sustancial.  Continuamos dándonos cuenta de que el clasismo, el machismo, sexismo, racismo y falta de apoyo a la legalidad a un estado de derecho y la normalización de la desigualdad, son aprendidas y reproducidas en casa.  En ese mismo año, Marcelina Bautista Bautista, mexicana, mixteca, siendo entonces presidenta de la Confederación Latinoamericana de Trabajadoras del Hogar, exhortó a la ratificación del Convenio 189 de la Organización Internacional del Trabajo, con el cual, dijo, “se garantizarán plenamente los derechos humanos y laborales de las trabajadoras del hogar, equiparando sus jornadas, horarios, protección social y remuneración, al resto de las condiciones de empleo en el país”.

       En el año 2017, la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH) llamó a terminar con la “enorme brecha” existente en la corresponsabilidad del trabajo doméstico, que tradicionalmente es asignado a las mujeres, lo cual dificulta el acceso de este sector de la población a actividades laborales remuneradas, y al mismo tiempo priva a los hombres de la crianza de sus hijas e hijos.  Esto, en el marco de la conmemoración del Día del Trabajo del Hogar, en el mes de julio, como propuesta para reconocer que las labores esenciales que requiere todo hogar, no pueden ser responsabilidad de una sola persona.  Y que es desde el hogar y la familia donde podemos educarnos en crear corresponsabilidad.

       En abril del año 2019, con el aval de todas las fuerzas políticas, el Senado de la República aprobó reformas a la ley laboral para garantizar que más de 2 millones de trabajadoras/es domésticas/os del país (90 por ciento mujeres), cuenten con derechos básicos como contrato por escrito, descanso semanal, vacaciones anuales, aguinaldo, horas extras y seguridad social.  “Hoy comenzamos a pagar una gran deuda social y se abre una perspectiva de justicia laboral, con el firme compromiso de reivindicar y dignificar esta actividad económica”, expresó el entonces  presidente de la Comisión del Trabajo, Napoleón Gómez Urrutia.

       No podemos afirmar que existen cambios significativos para muchas mujeres que aun trabajando en empresas y negocios particulares, sufren igual explotación por sus empleadorxs.  Pero sí existen ejemplos exitosos de pequeños grupos de mujeres que organizándose con autonomía, han logrado crear relaciones de respeto entre quienes ocupan sus servicios, por horas, por días o meses, evitando cualquier tipo de abusos y contando con una “caja de ahorro” para solventar servicios sociales que cada una requiere.  Apenas despuntan estas experiencias, que saludamos con admiración.