El tiro por la culata

Casilla electoral de la Revocación de Mandato. (Foto: ACG)

A estas alturas los estrategas del partido oficial deberán estar haciéndose la pregunta obvia: ¿fue correcto hacer una apuesta tan grande a la ratificación de mandato?

Los números que arroja el proceso en absoluto son los que esperaba el oficialismo, que 8 de cada 10 electores hayan decidido no participar no representa ningún éxito. La estrategia mediática de la presidencia y su partido nunca pusieron el énfasis en la revocación, tal y como lo maneja la ley, sino en la ratificación. Más concretamente en el sí al presidente. De manera real jamás estuvo como preocupación nacional revocarle el mandato.

La multimillonaria campaña que se dejó ver por todo el territorio nacional colocó la imagen del presidente como el objetivo de la gran apuesta. Esto llevó a que la revocación se viera como lo que no era, sino como una acción para revalidar el voto de los 30 millones de mexicanos que sufragaron por él en 2018.

El extraordinario interés del morador del palacio nacional en la consulta tuvo un propósito político preciso: demostrar en las urnas el peso el aún abrumador apoyo popular a su gobierno para los 2 años 8 meses que le restan y disipar cualquier duda sobre su caída en la simpatía cívica.

La movilización del aparato del estado para asegurar una copiosa participación y un elevado número de votos para la figura presidencial, que adquirió niveles que envidiaría el priismo setentero, sin embargo, no alcanzaron siquiera para confirmar la mitad de los electores que lo apoyaron en 2018. Es decir, a pesar de que fue una elección de Estado, fracasaron. Por donde se le mire no es una buena noticia para el oficialismo.

La consulta de revocación de mandato —vaya contrariedad—, ha servido más bien para demostrar la debilidad presidencial y la ineficacia de su partido. Como dice el dicho popular, en lugar de darle al violín le han dado al violón. Consiguieron el efecto contrario al que buscaban.

Las consecuencias de estos resultados habrán de influir negativamente en los procesos políticos que se desarrollen de aquí al 2024. Para el ejercicio del gobierno esto no es una buena noticia porque estaremos entendiendo que el presidente ha perdido más de 15 millones de electores. O sea, tenemos un presidente —con votos probado— que está muy lejos de ostentar la fuerza con la que llegó hace tres años. Y si en tres años 4 meses que lleva al frente del país no ha logrado la agenda que ofreció: acabar la corrupción, terminar con la pobreza, garantizar la seguridad de todos los mexicanos, alcanzar un crecimiento económico del 5 %, menos lo podrá hacer en los 2 años 8 meses faltantes, con semejante debilidad.

Además, tendrá otros efectos políticos nada halagüeños. Los números alcanzados por el sí presidencial en cada entidad de la república y la Ciudad de México, son ya referentes incuestionables sobre la propia popularidad de las y los mandatarios comprometidos con el oficialismo. Deberán cuestionarse si los resultados justifican el alto costo político que tendrán que pagar.

En este escenario se altera también la sucesión en el partido del presidente. Si los números en la Ciudad de México colocan contra la pared a la preferida se pueden abrir otras rutas o bien confirmar lo que se está haciendo evidente: que el habitante de palacio nacional no tiene sucesor que valga porque su mejor sucesor es él mismo. Los otros aspirantes han mordido una y otra vez el polvo con zancadillas reiteradas desde el despacho del ejecutivo. Incluso el último aspirante natural ha sido forzado a tropezar de manera letal cuando lo mandó a hacer campaña por la ratificación, quitándole con ello la vital interlocución que un secretario de Gobernación debe tener y que representa su mayor virtud.

A pesar de la operación de Estado, vista a los ojos de todo México, que pasó como aplanadora por encima de las leyes electorales, los números no les dieron para cumplir el propósito de refrendar los 30 millones. Si desde el oficialismo se habla de una victoria tendrá que decirse que, en toto caso, se trata de una victoria pírrica.

Les ha salido el tiro por la culata. El oficialismo sólo demostró que viene en caída y que para lograr los votos contados ha tenido que recurrir al uso de los programas sociales y al acarreó descarado, como se hacía en los gobiernos que tanto cuestiona y cuyas prácticas dicen detestar.