Simular no tiene sentido

Mención especial, merecen todas aquellas madres que han sido víctimas directas o indirectamente por el clima de violencia que priva a lo largo y ancho del territorio nacional. (Foto: especial)

El día de la madre se festeja anualmente desde la cultura griega, hasta nuestros días, cada país lo hace en diferente fecha, en México, el festejo se institucionalizó a partir del 10 de mayo de 1922, a la fecha se sigue celebrando ese día, sin importar que día de la semana sea. Todas las mujeres con el hecho de ser madres merecen un reconocimiento social, en especial, aquellas que realizan mayores esfuerzos por mantener la unidad familiar.

Como las madres campesinas, quienes, para no perder la costumbre desde temprana hora, esperan la llegada del alba, para iniciar la caminata rumbo a la molienda de nixtamal y convertir los cinco o seis kilogramos de maíz cocido en maza, para luego llenar los tazcales de tortillas hechas a mano, que, junto con unos frijoles recién cocidos en olla de barro y una salsa picosa, molida en molcajete de piedra porosa, forman la dieta alimenticia de las familias del campo. La preparación del bastimento ha pasado a la historia, desde que los hijos o los esposos, abandonaron las tierras, para dedicarse a otra actividad más productiva, partir en busca del sueño americano o de plano las remataron a empresas inmobiliarias que se dedican a la construcción de casas de descanso. Por lo que ahora, esas madres de familia estiran hasta donde es posible los pocos pesos que ganan sus esposos en las esporádicas jornadas de trabajo o que reciben de algún familiar que, logro cruzar las tenebrosas aguas del rio bravo. Por otra parte, están al pendiente de que los hijos más pequeños asistan puntualmente a las pocas clases que se imparte en cada ciclo escolar, con la esperanza de que ellos transiten el camino correcto y encuentren una mejor forma de vida, esa es su preocupación, ese es su tormento.

Las madres trabajadoras domésticas, quienes después de hacer los quehaceres de su propias casas o de las viviendas que rentan, acuden a otras casas de vecinos o de otros particulares, para hacer trabajo de limpieza, lavado, planchado o cualquier otro servicio, a cambio den unos cuantos pesos y sin derecho a ninguna prestación laboral, en ocasiones hasta soportando malos trato y discriminaciones, pero, lo más angustiante en este caso, es que no les queda tiempo para atender a la familia, generar amor, participar en sus educación y conducirla por  el camino correcto, cayendo en un círculo vicioso, que envuelve sus vidas, difícil de romper, que las hace sentir, infelices y desdichadas, pero sobre todo marginadas de la sociedad.

Las madres que se ven obligadas a trabajar como obreras en fábricas o empleadas en tiendas comerciales o en cualquier otra empresa privada, para completar el ingreso familiar o de plano para asumir la responsabilidad completa, aceptando condiciones laborales desfavorables, en cuanto a salarios y horarios, además, de soportar los cambiantes estados de ánimo de sus coordinadores o de los empleadores, que se aprovechan de las circunstancias de la pobreza en que viven. El ingreso que obtienen tiene un alto costo social, al no poder estar al lado de sus hijos, construyendo los valores elementales para el desarrollo sano de cualquier ser humano, dejándolos expuesto a malas influencias, que muchas veces terminan en tragedias, por cuestiones de adicción o de delincuencia. El sufrimiento de sus almas jamás será compensado con ninguna paga posible, la educación y el amor se construyen de la mano, a distancia se alimenta el olvido.

Las madres, que tuvieron la oportunidad de lograr un título universitario, a pesar de las limitaciones económicas y el desorden del Sistema Educativo Nacional, quienes se han visto obligadas a trabajar en actividades diferentes a su profesión, por la falta de vinculación de los planes y programas de estudio, con el sector productivo y por la mala calidad de la enseñanza, aceptando salarios insuficientes para vivir dignamente, sin tener la oportunidad de poner en práctica los conocimientos adquiridos, es decir saben hacer, pero por las circunstancias laborales no lo pueden hacer. Situación que limita su desarrollo profesional, por lo tanto, difícilmente pueden obtener un ingreso digno, que permita satisfacer todas las necesidades materiales básicas, integrar una familia, para que, en armonía con la ética y la moral, puedan alcanzar el fin último al que cualquier mortal aspira, llamado felicidad.

Las madres trabajadoras de la educación,, quienes aparte de transmitir nuevos y mejores conocimientos a los  alumnos, los orientan y auxilian  en su caminar  para alcanzar sus sueños, ilusiones e inquietudes, a pesar de las difíciles condiciones laborales en que hacen su trabajo, sobre todo por los insuficientes salarios que perciben, mínimas prestaciones sociales, en ocasiones soportar malos tratos y a veces hasta hostigamiento sexual, por parte de algunas autoridades educativas, frustradas, amargadas y de dudosa preparación académica. Si no hay denuncia al respecto, es porque todos sabemos que vivimos en una sociedad carcomida por la corrupción, la delincuencia y la impunidad, como nunca había sucedido. Para completar el cuadro de desventajas, al final de la jornada recibirán una pensión, tasada en Unidades de Medidas de Actualización y no en Salarios Mínimos, como debería de ser, por lo que, en menos de diez años, no les alcanzará para comprar las medicinas para mitigar las enfermedades adquiridas en esa digna y hermosa labor de la enseñanza, que realizan, con, sin y a pesar de las autoridades educativas.   

Las madres que trabajan como empleadas en las diferentes administraciones públicas, con bajos sueldos y malas condiciones laborales, que a diario viven con la angustia de formar parte de algún recorte presupuestal,  tener que renunciar por no pertenecer al “equipo”” de una nueva administración, del partido político en el poder  o simplemente por no ceder a los caprichos sexuales de algún “superior”, sin que a ninguna autoridad le preocupe los abusos que se dan en las diferentes instituciones sociales del Estado Mexicano.

Mención especial, merecen todas aquellas madres que han sido víctimas directas o indirectamente por el clima de violencia que priva a lo largo y ancho del territorio nacional, sin tener comprensión ni apoyo de las autoridades en turno para poder vivir en paz en sus lugares de origen. Las que caminan por playas, lechos de ríos, lagos y lagunas, desfiladeros, bosques, sierras, matorrales, lomas, pastizales, desiertos, ciénegas, panteones y hasta anfiteatros, en busca de algún vestigio que las lleve al paradero final de sus hijos, esposos o familiares, quienes de la noche a la mañana desaparecieron, sin razón aparente, para darles cristiana sepultura y vivir en paz espiritual por el resto de su vida, libres de odios o rencores.  Asimismo, aquellas madres que llevan años mendingando justicia, por feminicidio, violaciones y violencia de género o familiar que han sido doblemente victimizadas sin ninguna compasión por los impartidores de la justicia, mostrando falta de sensibilidad, moral y ética, en pocas palabras calidad humana.

Reconocer los valores, el trabajo y la dignidad, de las madres mexicanas, no debe ser privativo del día 10 de mayo, de cantarles las mañanitas a las primeras horas de ese día, menos ofrecerle una comida al medio día, que por cierto ellas mismas preparan. La verdadera reivindicación, viene con el reconocimiento de lo que significa para el desarrollo de las familias, la construcción de la sociedad y el fortalecimiento de las personas como seres humanos. Si las autoridades establecidas legalmente, realmente quieren rendir homenaje a las madres mexicanas, tendrán que empezar por reactivar la producción agropecuaria, para que la madres campesinas vuelvan a convivir en familia; hacer leyes que beneficien con mejores condiciones laborales a las trabajadoras domésticas, obreras empleadas en tiendas comerciales y otras empresas privadas, a las trabajadoras de la educación, a las empeladas de las diferente instituciones sociales del Estado Mexicano y hacer justicia a las madres que llevan años buscando a sus seres queridos o mendingando justicia por feminicidio, violaciones o violencia intrafamiliar. La justicia no se debe sustituir con la entrega de un pergamino, un festival público, mucho menos con discursos demagógicos.