URBANÓPOLIS: Calor y cambio climático

La semana pasada en la ciudad de Morelia se registró una temperatura máxima de 33º y 34º centígrados; lo alarmante es que históricamente la temperatura máxima promedio en el mes de abril ha sido de 27º centígrados. Este cambio, sin duda, es una manifestación clara de la crisis ambiental por la que actualmente atravesamos y que comúnmente se denomina Cambio Climático.

Al respecto, el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC), en su informe del 2021, señala con toda claridad que: cada una de las últimas cuatro décadas ha sido sucesivamente más cálida que cualquier década que la precedió desde 1850. El rango probable de aumento total de la temperatura de la superficie global, causado por el hombre entre 1850-1900, fue de 0,8 °C, mientras que entre 2010-2019 el incremento registrado fue de entre 1.3 °C.

Aunque hablar de “cambio climático” nos puede llevar a pensar que se trata de un asunto del clima, en realidad se debe considerar que es resultado de la acción de los seres humanos sobre la Tierra. Los extremos cálidos, incluidas las olas de calor, se han vuelto más frecuentes e intensos en la mayoría de las regiones terrestres, desde la década de 1950; en otras palabras, los extremos calientes que se han presentado durante la última década son producto inequívoco de la influencia humana en el sistema climático. Más aún, señala puntualmente que: “Las ciudades intensifican el calentamiento, inducido por el hombre a nivel local, y una mayor urbanización junto con extremos cálidos más frecuentes aumentará la severidad de las olas de calor. La urbanización también aumenta las precipitaciones medias y fuertes sobre y / o a favor del viento de las ciudades y la intensidad de la escorrentía resultante”.

En este contexto, el cuestionamiento que debemos plantearnos resulta inevitable: ¿Qué podemos hacer para enfrentar las consecuencias del cambio climático y garantizar un mayor confort en las zonas urbanas?

Las respuestas son múltiples y muy diversas, pero sin duda los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) resultan una guía que garantiza el éxito. A manera de ejemplo: señalemos el ODS-6 Garantizar la disponibilidad de agua y su gestión sostenible y el saneamiento para todos, que tiene entre sus metas al 2030: “Aumentar considerablemente el uso eficiente de los recursos hídricos en todos los sectores y asegurar la sostenibilidad de la extracción y el abastecimiento de agua dulce, para hacer frente a la escasez de agua y reducir considerablemente el número de personas que sufren falta de agua”.

Para contribuir a la meta anterior se debería instrumentar la captación de agua pluvial en todas las viviendas, incluso se debería establecer en el Reglamento de Construcción la obligatoriedad de que cualquier construcción de casa-habitación cuente con las instalaciones que hagan posible la captación de agua pluvial para su posterior utilización en el riego de jardines o funcionamiento de sanitarios, entre otros posibles usos. Estas acciones permitirían reducir el promedio de consumo de agua que se tenga que extraer de los mantos acuíferos o presas y, por lo tanto, se contribuiría significativamente a aumentar la temporalidad que vigencia de los recursos hídricos, de los que depende la ciudad y su futuro crecimiento.

De igual forma, los gobiernos locales deben construir la infraestructura necesaria que permita la capitación del agua pluvial que se acumula en calles como consecuencia de la pavimentación de cada vez más calles y que, en el mejor de los casos, se canaliza por el drenaje, para conducirlas a una planta de tratamiento de aguas negras, ignorando que, de origen, se trata de agua relativamente limpia, sobre la que no hay que invertir en gastos de tratamiento.

Otra de las metas que contempla el ODS-6, es: “Proteger y restablecer los ecosistemas relacionados con el agua, incluidos los bosques, las montañas, los humedales, los ríos, los acuíferos y los lagos”. En este sentido, se debe tomar como una actividad permanente de los gobiernos locales las acciones de reforestación, esto implicaría, cambiar el enfoque de la cantidad de árboles sembrados, sino garantizar la restauración del ecosistema, es decir, seleccionar las especies arbóreas adecuadas que garanticen no solo su crecimiento, sino su contribución a la biodiversidad de la fauna.

De la misma forma en que la reforestación de áreas cercanas a las ciudades es importante, la generación de áreas verdes y la reforestación en las existentes tendría un efecto significativamente positivo en las ciudades. Diversas investigaciones indican que la planificación de espacios verdes en zonas urbanas puede ayudar a disminuir la temperatura del aire entre 8º y 10º C.

Como se observa, mejorar las condiciones de confort de nuestra ciudad está al alcance de cada individuo, de cada familia y, sobre todo, de los gobiernos locales; así que no hay que esperar a que las temperaturas aumenten, sino que debemos actuar de inmediato.