ECOS LATINOAMERICANOS: El nacionalismo y desarrollo institucional de Latinoamérica (Parte 1)

A lo largo de su historia, Latinoamérica ha tenido que afrontar adversidades y una compleja problemática para lograr la consolidación de los distintos estados políticos que actualmente la conforman. (Foto: especial)

A lo largo de su historia, Latinoamérica ha tenido que afrontar adversidades y una compleja problemática para lograr la consolidación de los distintos estados políticos que actualmente la conforman. No fue una sola gran nación como quería Bolívar y otros libertadores, sino veinte países los que terminaron formándose a lo largo de la región desde el Río Bravo hasta la Patagonia. La idea histórica de Bolívar, como antes de él de Francisco de Miranda, se basaba en la edificación de un poderoso estado que rivalizara con las diversas potencias europeas que en aquel momento se estaban recuperando del asalto napoleónico.

Sin embargo, este proyecto no fue posible, ni como una nación con un poder centralizado ni como una confederación de estados unidos en causa común. Bolívar y otros nacionalistas latinoamericanos indicaron, acertadamente, que, si los recién liberados pueblos de la América Latina no eran capaces de organizarse en unión, serían fácilmente dominados por potencias extranjeras.

En el siglo XIX, prácticamente tras la consumación de independencia de la América Latina Continental, rápidamente Inglaterra aprovechó esta falta de visión unificadora de las élites locales de los antiguos virreinatos y capitanías, para incorporar las materias primas de los distintos países latinoamericanos a su industria nacional a fin de acrecentar la influencia británica en el nuevo mercado mundial. Por su parte, las élites locales estaban bastante complacidas con ese esquema primario-exportador, en el cual ellas eran beneficiadas por la exportación de productos creados sobre todo a partir de la renta de la tierra, más que del propio trabajo de esta.

Precisamente, esto último causó que la actividad generadora de divisas en prácticamente todo el siglo XIX y las primeras décadas del XX fueran obtenidas alimentando el mercado internacional, pero trabajando muy poco el mercado interno y también evitando un proceso de industrialización de valor agregado como el que tenían los grandes imperios europeos de finales del siglo XIX.

A la par de ejercer un modelo económico primario-exportador, los países latinoamericanos durante el siglo XIX fueron gobernados por grupos oligárquicos, o incluso directamente por caudillos. Pero independientemente de cómo se ejerciera el poder, este ejercicio era ajeno a cualquier forma de institucionalización. Básicamente el poder político se ejerció con plena discrecionalidad, generando como consecuencia “repúblicas oligárquicas”, o como el caso de México ya directamente dictaduras.

Pero para ambos casos, el grupo que ejercía el dominio político no tenía ningún tipo de freno y contrapeso, ni mucho menos mecanismos de rendición de cuentas, lo cual determinó que las leyes de la mayoría de los países latinoamericanos de finales del siglo XIX y comienzos del siglo XIX, fueran eminentemente simbólicas y a lo sumo “guías jurídicas” para asesorar a la clase dirigente sobre cómo administrar el territorio. En términos de facto, la ley solo se aplicaba si así convenia al interés de la clase dominante y si no existía ese supuesto, simplemente se ignoraba. Con ello entonces se mantuvo también en esta parte de nuestra historia el “espíritu” de la lógica jurídica en los virreinatos en donde “la palabra del rey se obedece, pero no se cumple”.

En resumidas cuentas la Latinoamérica del siglo XIX y principios del XX, fue un conjunto de entidades políticas fragmentadas en 20 países, en los que imperó una modelo primario exportador que favorecía en casi todo al extranjero más que al desarrollo nacional, con una clase política autocrática, y en el mejor de los casos oligárquica, cuyas leyes de facto no se aplicaban y únicamente salían a relucir cuando así convenia a los intereses de la casta política dominante, pero realmente no había ni frenos ni contrapesos, ni tampoco rendición de cuentas, mucho menos podría decirse que había estado de derecho.

Además de lo anterior, la influencia político-ideológica que recibía la mayoría de la clase política de aquel momento era proveniente de la perspectiva occidental-europea. En dicho tema, había dos puntos errados al recibir abiertamente los proyectos ideológicos del viejo continente. El primero, era el contexto en el cual los proyectos ideológicos, especialmente el positivismo liberal, eran planteados; la situación de Europa era distinta a la del resto del mundo, incluida Latinoamérica. La Europa del siglo XIX pasó simultáneamente por procesos de revolución para poner límites -o directamente destruir- al poder monárquico del estado absolutista, y al mismo tiempo inició en el campo económico un fuerte desarrollo industrial que empezó a colocar a la burguesía como clase dominante y empezó a hacer surgir una clase proletaria que también iniciaría su propia articulación sociopolítica.

En Latinoamérica, por su parte se tenían gobiernos de corte caudillista que apenas estaban iniciando un proceso de control territorial efectivo y donde la clase terrateniente-hacendaria era la predominante en el aspecto económico, por lo tanto, las ideas provenientes de Europa, sobre todo el modelo liberal, tuvieron consecuencias muy distintas en la región debido a su contexto, consecuencias que desde luego no produjeron el tan anhelado desarrollo tanto político como económico que habían esperado los intelectuales latinoamericanos que eran favorables para la importación de proyectos ideológicos.

El segundo punto errado era que, en aquel momento, los europeos habían consolidado imperios coloniales, por lo que evidentemente ellos se proyectarían como la vanguardia del mundo, vendiendo la idea de que los pueblos con menor vinculación hacia occidente tenderían a ir debajo en la escala de desarrollo. Esto último significó que tanto las élites políticas como intelectuales de la América Latina de finales de siglo XIX y comienzos del siglo XX, buscaran asemejarse lo más posible no solo en forma teórica política-institucional, sino hasta incluso étnico-culturalmente a las sociedades europeas, traduciéndose esto en tácticas de discriminación racial hacia el interior de las capas sociales de la población, sobre todo en los sectores indígenas y afrodescendientes.

Esta situación dificultó que pudiera generarse una identidad nacional-cultural en los países latinoamericanos. La única excepción notoria sería el caso de México debido a la gestación del movimiento revolucionario de 1910, que posteriormente se convertiría en un movimiento ya no solo reivindicatorio de demandas sociales sino de formación directa de un proyecto de desarrollo sustentado en el nacionalismo revolucionario. Sin embargo, tras la crisis económica de 1929 otros países de la región esbozarían proyectos de desarrollo nacional, dejando atrás los programas imitadores de occidente.