Madre de los migrantes

El lunes pasado 4 del presente se celebró el día de la independencia de Estados Unidos de Norteamérica. (Foto: especial)

El lunes pasado 4 del presente se celebró el día de la independencia de Estados Unidos de Norteamérica.

Se fundaron en un inmenso territorio, hoy conocido como Estados Unidos,  trece Colonias británicas originales las cuales lucharon por su independencia contra el Reino de Gran Bretaña. Ocurrió entre 1775 y 1781, finalizando con la derrota británica en la batalla de Yorktown y la firma del Tratado de París.

Con motivo de la celebración, me puse a leer un poco sobre ella, y me asombró enterarme de que, durante esta guerra, Francia ayudó a los revolucionarios estadounidenses con tropas terrestres comandadas por Rochambeau y por el Marqués de La Fayette, y por flotas bajo el comando de marinos como Guichen, de Grasse y d’Estaing. España, por su parte, contribuyó inicialmente y de forma clandestina con la lucha de las colonias contra Gran Bretaña, desde la primavera y verano de 1776, gracias a Luis de Unzaga y Amézaga, luego de su cuñado Bernardo de Gálvez y de forma abierta a partir de la batalla de Saratoga, mediante las armas y los suministros proporcionados por los navíos del comerciante Diego de Gardoqui, familiar del gobernador Unzaga, y abriendo un frente en el flanco sur.

Las colonias británicas que se independizaron de Gran Bretaña edificaron el primer sistema político liberal y democrático, formando una nueva nación, los Estados Unidos de América. Incorporando las nuevas ideas revolucionarias que propugnaban la igualdad y la libertad.

Eran colonia de Gran Bretaña, que se fueron formando a partir de oleadas de colonos inmigrados, los cuales en su mayoría rechazaban los rasgos característicos del rígido sistema europeo. Aunque también reforzaron muchos de ellos.

Los antecedentes a la guerra de la Independencia de los Estados Unidos se remontan a la rivalidad franco-británica en Norteamérica y a las consecuencias de la guerra de los Siete Años, que terminó en 1763.

El 10 de febrero de ese año, el Tratado de París puso fin al imperio colonial francés en América del Norte y consolidó a Gran Bretaña como la potencia hegemónica. En oposición solo tenía a España, que controlaba Nueva Orleans, la ciudad más importante, con unos 10.000 habitantes. Respecto a Francia, la pérdida territorial no fue sentida como algo catastrófico, se conservaban los derechos pesqueros en Terranova y la población católica francófona recibiría un trato de respeto. Por otro lado, en la zona del Caribe las pérdidas podían ser compensadas, pues la colonia principal francesa Saint-Dominique (La Española) con capital en Puerto Príncipe, producía la mitad del azúcar consumido en todo el mundo y su comercio con África y las Antillas estaba en pleno apogeo.

Una de las causas principales para que iniciara la lucha de las colonias contra Gran Bretaña, fue el injusto trato de que Gran Bretaña infligía a los colonos, pues estos aportaban riquezas e impuestos a la metrópoli, pero no tenían los medios para decidir sobre dichos impuestos, por lo que se sentían marginados y no representados.

El descontento se extendió por las Trece Colonias y se organizó una manifestación en Boston en contra de los impuestos que debían pagar por artículos indispensables como el papel, el vidrio, o la pintura. En esta manifestación no hubo ningún altercado y el gobierno británico hizo oídos sordos a las peticiones de los colonos.  Los colonos estaban decididos a no permitir que la situación continuara así, por lo que se reunieron junto con varios miembros de otras poblaciones para urdir una acción más propagandística que la manifestación. En 1773 los colonos se reunieron en Boston, pues sabían que llegarían procedentes de Gran Bretaña, tres naves cargadas de cajas que contenían té. Varios miembros de la sociedad secreta se disfrazaron de indios y fueron nadando hasta alcanzar los tres barcos. Una vez allí capturaron a sus tripulantes y tiraron la mercancía por la borda. Fue la primera acción contra la represión de impuestos, esta vez la acción que emprendieron los colonos si intranquilizó a los británicos.

En 1774 se reunió por primera vez el Congreso de los colonos en contra de la servidumbre a Londres y a favor de una patria independiente.

Como sucede en prácticamente todas las luchas independentistas, había quienes, querían conservar el status quo, para garantizar no solo su supervivencia, sino sobre todo sus privilegios. Pese al clima de enemistad contra los británicos metropolitanos en las colonias, todavía había algunos colonos que apoyaban al rey Jorge III de Gran Bretaña, que fueron llamados kings Friends.  Estamos hablando de cerca de 500.000 leales, es decir alrededor del 19% de la población de las trece colonias.

El 19 de abril del año 1775, soldados británicos salieron de Boston para impedir la rebelión de los colonos mediante la toma de un depósito de armas de estos últimos, en la vecina ciudad de Concord. En el poblado de Lexington se enfrentaron a 70 milicianos. Nadie sabe quién abrió fuego y dio comienzo de este modo la guerra de independencia.

La historia es larga, y muy interesante. España, Francia y Holanda apoyaron la lucha de los independentistas, defendiendo por supuesto sus propios intereses. En general los logros alcanzados pueden juzgarse como favorables para España y en menor medida para Francia a pesar del elevado coste bélico y las pérdidas ocasionadas por la casi paralización del comercio con América, un pesado lastre que gravitaría sobre la posterior situación económica francesa. Por otra parte, el triunfo de los rebeldes estadounidenses sobre Gran Bretaña no iba a dejar de influir en un futuro próximo sobre las colonias españolas. Esta influencia vino por distintos caminos: la emulación de lo realizado por comunidades en similares circunstancias, la solidaridad de los antiguos colonos con los que aún lo eran, la ayuda de otras potencias interesadas en la desaparición del imperio colonial español, etc.

Estados Unidos fue conformado por miles de migrantes. Los antiguos y primigenios pobladores y dueños originarios de esas tierras, llamados indios, fueron despojados y prácticamente aniquilados en su totalidad.  Si bien forman también actualmente parte de esta nación, son una minoría, ante la enormidad de migrantes provenientes principalmente de Europa que llegaron en busca de un mundo nuevo, diferente, en el que hubiese oportunidades para “todos”.

Pongo comillas en “todos,” porque evidentemente querían oportunidad e igualdad para todos los blancos, solo para ellos.  Mientras mataban y despojaban de sus tierras a los indios, aduciendo que eran salvajes.

Como suele suceder la historia tiene siempre varias vertientes.

Me limite a una breve descripción de lo que sucedió, en lo que respecta a la lucha de independencia de las colonias, respecto a Inglaterra.

En 1886 Francia regaló a Estados Unidos la escultura llamada “La libertad iluminando al mundo”, realizada por el escultor Frédéric Bartholdi, para homenajear el primer centenario de la independencia norteamericana.

Una de las placas que están en la parte baja de la estatua de la libertad dice; “Este monumento es un regalo hecho el 4 de julio de 1884, por el pueblo francés al de Norteamérica, en conmemoración a la alianza hecha por las dos naciones durante la Revolución Norteamericana”.

La estatua es obra del escultor francés Frédéric Auguste Bartholdi y la estructura interna fue diseñada por el ingeniero Alexandre Gustave Eiffel. ​ El arquitecto francés Eugène Viollet-le-Duc se encargó de la elección de los cobres utilizados para la construcción de la estatua. El 15 de octubre de 1924, la estatua fue declarada monumento nacional de los Estados Unidos, y el 15 de octubre de 1965 se añadió la isla Ellis. Desde 1984 es considerada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.

Desde su inauguración en 1886, la estatua era lo que primero que veían  los inmigrantes europeos al llegar a Estados Unidos, tras su travesía por el océano Atlántico. En términos arquitectónicos, la estatua recuerda al famoso Coloso de Rodas, una de las siete maravillas del mundo antiguo.

Existen diversas hipótesis de los historiadores sobre el modelo que pudo haberse utilizado para determinar la cara de la estatua, aunque ninguna de ellas es realmente concluyente hasta el momento. ​ Definitivamente existe una influencia del arte clásico griego, pero en escala colosal. Los recientes descubrimientos arqueológicos han determinado comparaciones casi exactas entre la antigua diosa griega Hécate y la imagen de la estatua, como muy certera inspiración, a partir de las simbologías utilizadas, que son entre otras, la corona de rayos y la antorcha.

La estatua representa a una mujer en posición vertical, vestida con una especie de estola amplia y en su cabeza tiene una corona con siete picos, que simbolizan los siete continentes y los siete mares. ​ La corona tiene 25 ventanas, que representan gemas encontradas sobre la tierra y los rayos del cielo que brillan sobre el mundo. ​ La diadema recuerda a la portada por Helios, personificación del Sol en la mitología griega. Bartholdi optó por la corona, y no se decidió por el gorro frigio, símbolo de libertad desde la Antigüedad. La estatua blande en su mano derecha una antorcha encendida, mantenida en alto. La antorcha nos remite al siglo de las luces, aunque algunos lo consideran un símbolo francmasón. ​ En su mano izquierda sostiene una tablilla, que sujeta cerca de su cuerpo evoca la ley o el derecho, y tiene grabada la fecha de la firma de la Declaración de Independencia de los Estados Unidos, escrita en números romanos: JULY IV MDCCLXXVI.

La estatua funcionó como faro, entre la fecha de su montaje y 1902. ​ En aquella época, la U.S Lighthouse Board estaba encargada de asegurar su funcionamiento. Se había asignado un guardián del faro a la estatua y el poder de su haz luminoso era tal, que era visible a una distancia de 39 kilómetros.

La luz irradiada por la estatua guiaba a los migrantes a su destino. El verla era certeza de un mundo mejor.  De la posibilidad de un trabajo, de estudio, de ascenso social.

En la base del monumento, una placa de bronce lleva grabada una parte (el final) del soneto de la poetisa estadounidense Emma Lazarus, titulado The New Colossus (El nuevo coloso). La placa de bronce no estaba cuando se inauguró, sino que se añadió en 1903.

El nuevo Coloso

No como el mítico gigante griego de bronce,

De miembros conquistadores a horcajadas de tierra a tierra;

Aquí en nuestras puertas del ocaso bañadas por el mar se erguirá.

Una poderosa mujer con una antorcha cuya llama

es el relámpago aprisionado, y su nombre;

Madre de los Desterrados. Desde el faro de su mano

Brilla la bienvenida para todo el mundo; sus templados ojos dominan

Las ciudades gemelas que enmarcan el puerto de aéreos puentes.

“¡Guardaos, tierras antiguas, vuestra pompa legendaria!” grita ella.

“¡Dadme a vuestros rendidos, a vuestros pobres

Vuestras masas hacinadas anhelando respirar en libertad

El desamparado desecho de vuestras rebosantes playas

Enviadme a estos, los desamparados, sacudidos por las tempestades a mí

¡Yo elevo mi faro detrás de la puerta dorada!”

Emma Lazarus (1883)

Me permití subrayar, lo que consideré la esencia; el recibir a los desamparados, sacudidos por las tempestades.

Hay miles de mexicanos que han tenido que partir dejando todo atrás, por no tener trabajo, para dar una vida digna a su familia, a ellos mismos, incluso a sus comunidades.

Hay 38 millones de personas de origen mexicano en EU. De esos, 12 millones son nacidos en México, y el año pasado la oficina de aduanas y protección fronteriza de Estados Unidos, detectó que más de 1.7 millones de indocumentados cruzaron la frontera hacia Estados Unidos.

El recibir multimillonarias remesas no es un triunfo, y mucho menos significa desarrollo para nuestro país.  Es resultado del sufrimiento de dejar atrás a los suyos, su tierra, dejan todo, por falta de trabajo, por sufrir de extrema pobreza, por no querer que los suyos sufran hambre. Se van arriesgando incluso la vida, sueñan un presente digno y un mejor futuro.

Ha habido y aún hay, miles de “desterrados,” (de migrantes) por todo el orbe que se ven obligados a migrar, cruzar mares y desiertos, con tal de vivir.