ECOS LATINOAMERICANOS: El nacionalismo y desarrollo institucional de Latinoamérica (Parte 2)

A lo largo de su historia, Latinoamérica ha tenido que afrontar adversidades y una compleja problemática para lograr la consolidación de los distintos estados políticos que actualmente la conforman. (Foto: especial)

Aunque muchos de los proyectos de desarrollo nacional eran de corte autoritaria, la mayoría involucraron reformas al interior de los estados latinoamericanos, tales como una mayor intervención pública en cuestiones económicas, la ampliación de derechos para las masas de trabajadores y campesinos, un intento de desarrollo del mercado interno y la industria nacional, así como el fomento de la identidad nacional a través de programas culturales y educativos.

Estas nuevas propuestas políticas se estuvieron aplicando en varios países de la región entre los años de 1930 y 1960, obteniendo resultados muy variados entre los distintos países latinoamericanos. Y si bien, aunque la mayoría de estas propuestas de desarrollo nacional, fueron en favor del fomento de un nacionalismo muy focalizado hacia la identidad de cada país en particular, hubo también propuestas que retomaban la unidad latinoamericana como identidad nacional, tal como fue el caso de las presentadas por los intelectuales  José Vasconcelos y Manuel Ugarte.

Sin embargo, con el surgimiento y posterior expansión de la guerra fría, los gobiernos latinoamericanos empezaron a sufrir presiones de los países en conflicto, sobre todo de parte de EUA por cuestiones geográficas, y debido a ello los proyectos de desarrollo nacional comenzaron a ser dejados de lado, para entonces orbitar en proximidad de alguno de los dos proyectos ideológicos pregonados internacionalmente, el liberalismo capitalista estadounidense o el marxismo-leninismo soviético. Fueron muy pocos países latinoamericanos los que consiguieron mantenerse alejados simultáneamente de ambos polos de influencia, pero incluso los países que consiguieron hacerlo tuvieron que disminuir el fomento de programas de desarrollo nacional y con mayor razón los de fomento de integración latinoamericana.

Esta circunstancia no solo se mantuvo sino se incrementó tras el debilitamiento y posterior colapso de la Unión Soviética a comienzos de los años noventa. A partir de aquel momento, en América Latina se estaría fomentando que el proyecto liberal-capitalista fuera el único modelo viable a seguir y por lo tanto los estados latinoamericanos debían adecuar sus políticas e instituciones para imitar las “virtudes” del mencionado proyecto. Fue en esa época donde se estuvieron efectuando diversas privatizaciones de servicios públicos, políticas de apertura económica y se volcó nuevamente a la idea de que América Latina debía integrarse al mercado mundial como una región exportadora de materias primas para las industrias de países avanzados, especialmente EUA.

No obstante “la primera oleada progresista” en los primeros años del siglo XXI puso en duda si el modelo estadounidense, para aquel momento llamado “neoliberal”, era realmente idóneo para el desarrollo de los países latinoamericanos. Independientemente de considerar si el modelo fomentado por este progresismo del siglo XXI es o no la respuesta a los malestares históricos de nuestra región, el hecho de que surjan modelos alternativos, que fomenten el desarrollo hacia el interior, es decir tanto un mercado interno como una industria nacional y fomenten la formación de un bloque en torno a las causas comunes de la región -no solo económicas, sino también políticas, sociales y culturales- permite reflexionar sobre cuáles deben ser los proyectos de desarrollo a seguir por Latinoamérica.

Por lo pronto, no parece existir aun algún modelo político, sin embargo, a lo largo de la historia latinoamericana se ha fomentado la idea de la integración regional como elemento para fortalecer a la región misma frente a probables abusos de las grandes potencias geopolíticas en turno. Pero la falta de voluntad política en las diversas élites gobernantes ha impedido esto. Y como se ha señalado, no es tampoco que las oleadas progresistas sean la solución para el fomento de proyectos de desarrollo nacional y que tiendan hacia la integración, en realidad diversos gobiernos progresistas actuales afrontan serias dudas sobre su capacidad de gobernanza y eficacia en el desarrollo de políticas nacionales.

Aunque también cabe señalar que se afronta otro reto simultaneo para el desarrollo de la región, no solo es la carencia de un proyecto sólido que fomente las bases para la integración y el desarrollo nacional en términos tanto económicos como sociopolíticos, sino que también no ha aparecido proyecto alguno que de manera seria plantee la reformulación de la institucionalidad en América Latina. Desde prácticamente la caída de la última generación de dictaduras en los años ochenta y noventa, la mayoría de los países latinoamericanos, quizá con únicas excepciones de Costa Rica y Uruguay, han tenido instituciones muy débiles, desequilibradas y corruptas para canalizar adecuadamente el ejercicio del poder político.

Por lo tanto, no bastará un proyecto de corte nacional-latinoamericano para el desarrollo de nuestro subcontinente; este proyecto debe ir acompañado de una serie de reformas que redistribuyan el poder de manera mucho más equilibrada. Latinoamérica debe de romper con los viejos esquemas de centralización de poder en contubernio con las élites económicas de turno, donde las normas de facto operan por encima de las leyes escritas y formales; en lugar de ello debe aspirarse a un modelo institucional que permita equilibrar los poderes de los estados latinoamericanos, especialmente el ejecutivo, para garantizar su buen ejercicio tanto en transparencia como en eficiencia, y que sobre todo incremente la confianza más en las instituciones que en las figuras de políticos en particular.

Este nuevo institucionalismo tendrá también que incentivar a los procesos de integración de la región entre países latinoamericanos. Tal como en el siglo XIX los estados alemanes se fueron aglutinando gradualmente a través de instituciones comunes que finalmente culminaron con la fundación del Imperio Alemán, los estados latinoamericanos deben diseñar esquemas de alianzas que gradualmente les permitan enlazarse de forma institucional, y que al mismo tiempo obligue a la aplicación de frenos y contrapesos, pero sobre todo rendición de cuentas, tanto entre los estados latinoamericanos como al interior de estos.

Tal vez,  aún queda por transcurrir bastante tiempo antes de lograr alcanzar este objetivo, pero también, como ya se indicó, el retomar las banderas del desarrollo nacional y de integración latinoamericana para el fomento de los mercados internos y de la industrialización con un valor que sobrepase el arcaico principio económico primario-exportador, ya en sí mismo representa un avance importante en nuestra historia. Por supuesto, aún falta que finalmente se presente un proyecto latinoamericano-integrador que salte de la retórica hacia la realidad palpable, y sobre todo que no solo fomente el desarrollo nacional-latinoamericano sino también sirva para establecer las bases de una nueva institucionalización mucho más equilibrada.