Populismo y desastre

Populismo es el uso de medidas de gobierno destinadas a ganar la simpatía de la población aún a costa de tomar acciones contrarias al Estado democrático. (Foto: especial)

Populismo, palabra que describe con precisión los sexenios del recientemente fallecido Luis Echeverría Álvarez y de José López Portillo, y que para desgracia de México se ha vuelto a poner de moda en el actual periodo de la autodenominada cuarta transformación, signifique eso lo que signifique.

La duda es válida, ¿el señor López es un populista? ¿O simplemente un personaje complejo, mezcla de ignorancia, mesianismo, añejo resentimiento y un gran afán vindicativo? ¿O todo lo anterior combinado con una personalidad narcisista y con evidentes limitaciones tanto físicas como intelectuales?

Una definición más o menos concreta: Populismo es el uso de medidas de gobierno destinadas a ganar la simpatía de la población aún a costa de tomar acciones contrarias al Estado democrático, se diferencia de la demagogia porque se refiere no sólo a discursos, sino también a acciones.

En esencia el populismo es un conjunto de ideas estatistas que apelan a las grandes masas sociales, se caracteriza por apuntar a los sentimientos del elector, por movilizar el voto en masa de grandes grupos sociales dejando a un lado el racionalismo y por proponer medidas de dudoso cumplimiento.

El populismo no va ligado necesariamente a determinada ideología aunque en el caso de la América Latina lo encontramos sobre todo en países con regímenes de orientación hipotéticamente “socialista”. Esto es así ya que de entrada tanto el socialismo como el comunismo en teoría se plantean acciones para favorecer a las clases más humildes y desprotegidas, que son precisamente las más numerosas. Curiosamente, un caso histórico de populismo lo vimos en el nazismo.

Algo evidente, el populismo es inherente a la democracia. Esto hace que los gobernantes dependan de la gente para llegar al poder y favorece que los partidos y líderes mientan y hagan promesas irreales si no es que francamente irracionales. Esto en México lo vemos a diario.

Algo que forma parte de la idiosincrasia del mexicano es su eterna espera de un líder, de un Mesías, de esa persona que rápidamente acabe con los problemas socioeconómicos del país. Conocedores de esto, los políticos utilizan discursos llenos esas promesas que anhelan oír las clases menos favorecidas. Todos quieren recibir bienes materiales pero sin hacer mayor esfuerzo. Manejan la errónea concepción de que se ataca la pobreza redistribuyendo los ingresos y la riqueza, sin tomar en cuenta que la variable clave que es el crecimiento económico.

La prédica del populismo es la lucha contra la injusticia que mantiene pobres a la mayoría de la población, la culpa, se dice, es de los ricos y los privilegiados que viven bien a costa de la miseria del pueblo. Por ignorancia o por dolo no se habla de la productividad, la inversión y la estructura de la economía.

El líder populista apela a los resentimientos de los pobres y amenaza a los privilegiados. Siempre se gana a una fracción de estos que por alguna causa están inconformes o tienen ideologías contra el sistema vigente. Se apoya además en sentimientos que han sido bien estudiados por los psicólogos sociales: La atracción de una figura paternal protectora y salvadora, y la tendencia humana a afiliarse a uno de dos bandos antagónicos. Apela más a los símbolos que al discurso racional para convencer: Actos ruidosos, discursos emotivos y amenazantes y con desplantes en relaciones internacionales. Apela al patriotismo y a las tradiciones culturales para unir a los que lo apoyan y acusa a los que se oponen de ser “traidores”.

Invariablemente el discurso del caudillo es incendiario, apocalíptico en lo que respecta a la sociedad presente y absolutamente promisorio a la sociedad del futuro. Machaca hasta el cansancio que la pobreza terminará cuando se redistribuya la riqueza.

Parte de la estrategia es el ataque sistemático a todas las estructuras del estado y del gobierno, la aniquilación moral de todas las figuras públicas representativas del orden establecido y la destrucción de los partidos políticos y entidades de la sociedad civil que no sean compatibles.

Estos líderes populistas no son remisos en cambiar las formas de gobierno existentes para asumir en un nuevo marco constitucional el poder que consideran les pertenece por completo poco menos que por derecho divino.

¿Resuelve los problemas el populismo? Definitivamente no; al contrario, puede fácilmente mandar a la ruina a un país entero y solamente crea una nueva comalada de millonarios. Después de un siglo de capitalismo, comunismo, fascismo, dictaduras de todos los colores y populismo seguimos sin una solución perfecta. Tal vez la vía más promisoria sea un sistema de amplias libertades, administración honesta y transparente, sin ideologías preconcebidas y que permita una evaluación crítica de los resultados.