Remesas con sabor amargo

En su mayoría se encuentran deshabitadas, en espera de que sus propietarios tengan un receso laboral y puedan regresar a disfrutar unos días su abrigador cobijo. (Foto: especial)

Casas bien diseñadas, construidas con materiales de buena calidad, acabados finos y pintadas con colores elegantes que resaltan sus estructuras; adornan los caminos que comunican las diferentes comunidades rurales del territorio nacional, haciendo más hermoso el paisaje natural. En su mayoría se encuentran deshabitadas, en espera de que sus propietarios tengan un receso laboral y puedan regresar a disfrutar unos días su abrigador cobijo.

Los dueños de las fincas se encuentran a muchos kilómetros de distancia, extrañando sus raíces de nacimiento; el suelo que los vio nacer; sus seres queridos y todo lo que significa para ellos, esa parte de su identidad. Donde pasaron sus años de infancia: forjaron sus primeros sueños e ilusiones, limpios de toda malicia; como lo hace cualquier ser humano en esa etapa de la vida; donde aprendieron las primeras letras y las tablas aritméticas, que les enseñaron sus maestros, a pesar de las malas condiciones de los espacios y la falta de materiales, para desarrollar los contenidos de los programas educativos y del insuficiente salario que percibían quincenalmente, además, quienes también asistían puntualmente a sus labores docentes, trabajando en promedio de180 a 190, días, cada uno de los ciclos escolares, haciendo caso omiso a cualquier invitación para manifestarse públicamente, bloquear calles, vías del ferrocarril o tomar alguna instalación oficial.

Partieron de su tierra en busca de nuevos horizontes, cuando empezaron a sentir en carne propia el rigor de la pobreza y la miseria. En principio, los suelos de sus parcelas se encuentran en proceso acelerado de agotamiento, ocasionando bajos rendimientos en la producción y no se cuenta con ningún apoyo crediticio, para comprar semillas mejoradas, abonos, fertilizantes y hacer las labores agrícolas o desarrollar alguna otra actividad pecuaria, resultando más barato comprar los alimentos que producirlos. En donde, todavía es rentable la producción agrícola y pecuaria, la inseguridad que priva por todos lados, obliga a que los agricultores abandonen sus cultivos y a los jóvenes a emigrar a otras tierras, principalmente a los Estados Unidos, no sólo en busca de trabajo, sino para proteger su propia vida, ante el fracaso de la estrategia de seguridad que ha implementado el Gobierno de la Cuarta Transformación.

Se fueron, cuando se dieron cuenta que bajo esas circunstancias no había ninguna posibilidad de mejorar su vida, en el mismo momento en que dejaron de creer en las falsas promesas de los gobernantes en turno, que prácticamente son las mismas personas que cada tres años, participan como candidatos a un cargo de elección popular o bien, para estar al frente de alguna institución social, sin que les interese resolver las demandas más sentidas de la población. Ante este panorama y para no morirse de hambre, tomaron la difícil decisión de partir rumbo al norte o al encuentro del sueño americano en busca de una mejor vida, desafiado todos los peligros que se presentan a lo largo del camino.

Unos cruzaron por el desierto, exponiéndose a las inclemencias del tiempo y la voracidad  de alguna víbora de cascabel; otros lo hicieron a valor mexicano, cruzando a brazo partido las traicioneras aguas del Rio Bravo, otros ensardinados en cualquier vehículo de algún “pollero”; unos más, brincando las vías del ferrocarril al menor descuido de los agentes de migración, los más afortunados lo hicieron mediante un permiso consular por seis meses, el cual han prolongado por años, lo que les impide poder visitar a la familia y regresar de nuevo “al otro lado”; desgraciadamente, muchos otros perdieron la vida en su intento por lograr su objetivo, dejando en la orfandad a su familia.

En la mayoría de las comunidades rurales, sólo habitan ancianos mujeres y niños, que se mantienen con el dinero que les envían sus familiares, que lograron cruzar la línea divisoria, dinero que ganan trabajando en la agricultura; limpieza y mantenimiento; construcción y minería; preparación de comidas; manufactura; cuidado de personas; limpieza y en muchas otras actividades, la mayoría de la veces, en un ambiente de discriminación, humillación y de explotación, que tienen que soportar, para evitar ser deportado y pulverizar en cuestión de segundos todo el sacrificio realizado.

El remanente de esas remesas, después de comprar los alimentos, lo utilizan para la construcción de una de esas casas que flanquean los caminos vecinales y que adornan el paisaje natural. Pero, lo más seguro es que pocos de sus propietarios regresarán a disfrutarlas, ya que, de hacerlo, interrumpirían el sueño americano y volverían a la pobreza de siempre. Posiblemente, la mayoría de esas construcciones se quedarán como un monumento, donde se materializarán las ilusiones y sueños de quienes quisieron ser felices en su tierra de origen. En sus acabados quedaran plasmadas como mudos testigos, las huellas de la ineptitud, corrupción e impunidad, de las administraciones de los gobiernos azules; tricolores; amarillos, naranjas; rojos-negros; verdes y guindas, que con sus decisiones han ocasionado la existencia de más de 60 millones de mexicanos que viven en la pobreza y la miseria, con deficientes servicios de salud; educación de malísima calidad; altos índices de desempleo; desigual distribución de la riqueza; inflación como nunca antes vista y lo más grave, la postergación  del desarrollo educativo de quienes nacieron entre 1998 y 2018, por haber prolongado durante más de dos años las clases a distancia, sabiendo de las desigualdades existentes.

Mayores remesas, significa mayor ineptitud del gobierno en turno, para atender las necesidades de la clase social más desprotegida. En vez de festejar el incremento de las remesas, se debe reflexionar y cambiar la forma de administrar las haciendas públicas.