México: Nación maíz

La pérdida de cultivos de maíz va entre las contabilizadas por las condiciones extremas de este año. | Fotografía: Archivo

En las últimas dos décadas, la cruzada nacional a favor del cultivo y consumo de maíz criollo y contra la introducción del transgénico en nuestro campo, ha venido creciendo, incorporando además de pueblos y comunidades agrícolas, a grupos de académicos, intelectuales, artistas, científicos, ambientalistas y en algunos Estados a organizaciones y cámaras empresariales (como la de la Industria de Restaurantes y Alimentos condimentados de Oaxaca), con la premisa de que “defender el maíz nativo y su diversidad es una tarea que campesinos e indígenas no pueden hacer solos”.

       Haciendo memoria, se recordará que en el año 1982, el Museo Nacional de Culturas Populares (MNCP) fue inaugurado con la exposición “El Maíz, fundamento de la cultura popular mexicana”, concebida y creada por el antropólogo Guillermo Bonfil Batalla, quien en su mensaje inaugural mencionara: “Maíz, sociedad, cultura e historia son inseparables, nuestro pasado y nuestro presente tienen su fundamento en el maíz; nuestra vida está basada en el maíz… somos gente de maíz”.

        Cuatro décadas después, el presente de México tiene grandes consecuencias para la cultura del maíz.  Las políticas gubernamentales de los últimos sexenios, sobre todo luego de la firma del Tratado de Libre Comercio, han sacrificado al campo y sus culturas.  Nos encontramos viviendo una crisis profunda, que ha obligado a reflexionar seriamente a toda persona que realmente reconozca la contribución que el Maíz ha otorgado, no sólo a grandes culturas (como la nuestra), sino a la alimentación, base de la existencia misma. 

       De ahí, la exposición realizada en el año 2003, que simultáneamente dio origen al movimiento nacional “Sin Maíz no hay País”.  Avalada por los investigadores Catherine Marielle, Carlos Plascencia y Gustavo Esteva, contando con la museografía de Kheri Cámara, teniendo como sede el mismo Museo de las Culturas Populares, surgió como un deseo de “contribuir a limpiar nuestra mirada de los prejuicios que han llegado a formarse contra el maíz”, y teniendo como objetivo principal “estimular la reflexión, movilización y debate nacionales sobre la importancia del Maíz para México”.

       Mucho fue lo que muchxs,  a lo largo y ancho del país, aprendimos de esa exposición que se replicó en tantos e insospechados rincones de nuestro territorio y que logró enlazar la presencia, compromiso y resistencia de cientos de comunidades indígenas, agrarias, urbanas, científicas, académicas y ciudadanas, dando forma al movimiento nacional “Sin Maíz no hay País”.

       Hoy se ha comprobado que el Maíz es de origen americano, siendo hasta el Valle de Tehuacán, Puebla, la región donde se han encontrado los restos fósiles más antiguos de maíz, con edad calculada en 7,000 años.  Y también sabemos que fue introducido al viejo mundo, a partir del “descubrimiento” de lo que hoy es América.

       Que la domesticación del denominado “grano sagrado” no sólo permitió el desarrollo de los pueblos que lo cultivan, sino que pasó a formar parte de sus características esenciales.  Casi todos los mitos sobre el origen de Mesoamérica destacan la relación con el maíz, que representaba el prodigio cósmico de renovación de la vida.  Por él subsistía el hombre y podía cumplir la tarea de mantener a los dioses y, por medio de ellos, el orden cósmico.  Esa raíz continúa nutriendo la realidad y sueños actuales de muchos pueblos de todo el país.  Está en rituales y fiestas, en la comida, en las obras de artistas y artesanos.

       Los mitos y divinidades, ritos, ceremonias y fiestas prehispánicas, se vinculaban (y se vinculan aún) de manera directa al ciclo agrícola, con el maíz en un lugar central.  Entre los olmecas, el dios II está asociado con el maíz.  En los murales de Teotihuacan un personaje lleva en la espalda una red llena de mazorcas.  Los zapotecas llamaban Pitao Cozobi al dios del maíz, que lleva mazorcas en el tocado.  Entre los nahuas, Chicomecóatl es la diosa de los mantenimientos y su símbolo es la doble mazorca; Centéotl es la diosa del maíz, Xilonen lo es de la mazorca tierna y Llametecuhtli, del maíz tierno.

       Pero en un mundo globalizado, poca importancia se tiene para la cosmovisión de nuestras culturas milenarias.  Así que desde hace más de tres décadas, la transnacional empresarial Monsanto, sus aliados y los últimos gobiernos federales, han introducido en el país semillas de cultivos genéticamente modificados, como el algodón y el cacahuate, aunque el objetivo verdadero es imponer el maíz trasgénico en la tierra originaria de esta gramínea.  Así, con el pretexto de aumentar la producción maicera, de hacerla más resistente a sequías e insectos nocivos, algunas organizaciones campesinas, aliadas de malos funcionarios y empresarios, han estado presionando a los también malos gobiernos, para la liberación masiva de maíz transgénico, hasta ahora prohibida por la ley… aunque ha existido tolerancia para esta silenciosa invasión.

       De ahí que sucesivos gobiernos federales y estatales que desprecian al campo y a la agricultura del lugar, se hayan dado a la tarea (desde hace más de 30 años) de recortar presupuesto a instituciones de investigación que cuidan y desarrollan el maíz nativo y otros cultivos de consumo básico, con la clara intención de provocar una total dependencia económica a pueblos rurales, indígenas y campesinos.  Dicho en otras palabras: existe toda una estrategia gubernamental que ha venido operando (discrecionalmente) para entregar el cultivo del maíz a las transnacionales (como ya lo han hecho con varias industrias nacionales) y lograr que predomine el transgénico, dejando morir –por invasión o por inanición- la enorme diversidad de maíces nativos.

       Sin embargo y contra todo, la resistencia organizada ha ido creciendo tanto, que a nivel internacional la cruzada en defensa del maíz criollo se ha hermanado con otras que en países como la India han llegado a acusar a la empresa Monsanto de usar en el agro productos químicos (como el Glifosato) que se utilizaron en la Segunda Guerra Mundial.  La científica Vandana Shiva, activista india que recibió el Premio Nobel Alternativo en 1993, ha develado que cuando las semillas se manipulan mediante sistemas mecánicos y agroquímicos, son inoculados con toxinas que quedan dentro de la planta y que resultan imposibles de eliminar.

       A pesar de que desde el año 2009, científicos mexicanos alertaron y recomendaron medidas para proteger el maíz nativo y se estableció moratoria en el cultivo de maíz transgénico, modificando la ley de Bioseguridad y Organismos Genéticamente Manipulados, hoy resulta urgente permanecer alerta ante maniobras jurídicas que quieren echar atrás todo lo que impida la invasión de trasnacionales en el campo mexicano y el control en el cultivo del Maíz.  Nuestra planta sagrada.