Reflexionar sobre el cambio climático

Ha sido apenas con el comienzo del siglo XXI, cuando la opinión pública empieza a tomar con seriedad el tema de estos cambios más que evidentes en el clima de nuestro planeta y sus consecuencias devastadoras para la vida en el mismo. (Foto: especial)

Por lo que muchxs podemos percibir, en nuestro país, la fecha determinada que se ha propuesto para hablar, reflexionar y accionar en torno al cambio climático (el día 20 de septiembre), inmersa en la euforia desatada por los festejos patrios, transcurre inadvertida para un alto porcentaje de la población.

       Ha sido apenas con el comienzo del siglo XXI, cuando la opinión pública empieza a tomar con seriedad el tema de estos cambios más que evidentes en el clima de nuestro planeta y sus consecuencias devastadoras para la vida en el mismo.

       Pero advertencias, ya hubo.  En 1957, por ejemplo, tuvimos noticias de un libro escrito por Rachel Carston, cuyo título: Silent Spring (Primavera Silenciosa), lanzó la alarma de que con nuestros pesticidas estábamos causando una gran destrucción invisible en la naturaleza, lo que preanunciaba una “primavera silenciosa”, sin cantos de pájaros, sin el reverdecer de muchas plantas, sin vida.  Hoy ya son conocidas las actividades “científicas” que las compañías petroleras promovieron para confundir a la opinión pública sobre el tema.  Incluso administraciones de EE UU, como la de Bush, emprendieron verdaderas batallas contra el organismo coordinado por la Organización de las Naciones Unidas, cuyas siglas IPCC, corresponden al Panel Intergubernamental para el Cambio Climático, encargado de realizar un acucioso monitoreo del cambio climático en el orbe.

       Siempre han existido científicos que se han vendido para producir seudociencia interesada, al servicio de las grandes compañías depredadoras de los recursos del planeta.  Sin embargo, a pesar de grandes obstáculos, la verdad científica –y la obviedad de los hechos- se ha impuesto: hoy ya no se puede negar que la causa del actual cambio climático es “antrópica”.  Esto es, que somos los humanos quienes lo estamos provocando.

       Recientemente (octubre de 2021), la prestigiosa comunidad científica de la Universidad de Cornell, en Europa, ha actualizado una investigación del año 2013, que revela que el 97 por ciento de los estudios publicados entre 1991 y 2012, apoyaron la idea de que las actividades humanas están alterando el clima a una velocidad mayor que lo natural.  “Estamos virtualmente seguros de que el consenso está muy por encima de 99 por ciento ahora y que está prácticamente cerrado el caso de cualquier conversación pública significativa sobre la realidad del cambio climático causado por los humanos”, destacó el grupo de científicos de Cornell que encabezaron la investigación.

       En el acercamiento y aumento del calentamiento planetario, hay algo que se llama “el punto de no retorno”.  Conforme pasa el tiempo y continuamos con nuestro estilo de vida y nuestro patrón de energía, que envenena la atmósfera con el CO2, se va acercando ese momento en el que la temperatura ha alcanzado una magnitud tal, que desencadena procesos automáticos, fuera de todo control, sin que ya nos sea posible predecirlos o actuar sobre ellos.  Como una bola de nieve, que suelta en una pendiente, al tiempo que corre se hace más grande y resulta incontrolable, acelerando la catástrofe por su propia dinámica.

       Apenas el pasado 13 de septiembre, el Secretario General de la ONU, Antonio Gutierres, señaló que el impacto del cambio climático “lleva a terrenos desconocidos de destrucción”, denunciando además, lo que calificó de “adicción” de la humanidad a las energías fósiles.  El mundo, concluye, “va en la dirección equivocada”.  Y para muestras, no uno, sino cantidad de “fenómenos climáticos” que están causando desastres nunca antes vividos, como ha registrado la prensa internacional: en Los Ángeles, han sido evacuadas miles de personas en últimos días, tras lluvias torrenciales que causaron deslizamientos de tierra en la zona de San Bernardino, donde los incendios de 2020 fueron tan intensos, que no hay todavía vegetación para sostener el suelo en las pendientes.

       También en EE UU, el enorme incendio forestal provocado por un rayo el primero de agosto en Oregón, no ha podido ser controlado y ya ha destruido alrededor de 37,500 hectáreas de vegetación… sumándose a ésta, otra conflagración que comenzó el 30 de agosto y que ha calcinado más de 62,000 hectáreas de bosque.

       En Francia, un incendio en la región de Girona había quemado hasta la semana anterior, cerca de 2,000 hectáreas de bosque, agregándose a las 30,000 hectáreas devastadas también por incendios, en meses pasados.

       Y en contraparte, en lugares como Portugal y Honduras, las fuertes lluvias han provocado inundaciones, caídas de árboles y casas y desprendimientos de tierra.

       En México, además de que hemos sufrido sequías extremas en algunas zonas, incendios y lluvias atípicas que han desbordado cuerpos de agua, provocando inundaciones… estamos también viviendo una encadenada serie de movimientos telúricos, a los que contribuyen, sin duda, los abruptos cambios en el clima de nuestros territorios.

       “En un mundo tan intercomunicado como el nuestro (ha declarado la Asociación de Naturalistas de Girona), la gestión de muchos aspectos, entre ellos el cambio climático, requiere de acuerdos internacionales.  La verdad, sin embargo, es que las expectativas que estos encuentros generan, no se corresponden con los compromisos que se adquieren: no se alcanza ningún acuerdo, o los acuerdos alcanzados son claramente insuficientes”. 

       Según el organismo científico internacional que estudia el cambio climático y las respuestas necesarias para detenerlo, el IPCC, antes del 2050 se debe reducir un 50% los gases de efecto invernadero (GEI), como el dióxido de carbono, producidos principalmente por la combustión de combustibles fósiles (petróleo).

       Ambientalistas de todo el orbe están de acuerdo en afirmar que los costos asociados al cambio climático serán muy altos (en términos ambientales, económicos, de salud… de vidas) y la velocidad a la que deben implementarse las medidas para, ya no digamos revertir, sino simplemente mitigar este cambio, obliga a la humanidad a pensar cuáles son las mejores estrategias para adaptarnos a esta nueva realidad.  La relación de la humanidad con el resto del Planeta debe cambiar, y debe hacerlo de forma rápida, o el riesgo en que hemos puesto nuestra propia existencia y la de muchas otras especies, acelerará lo que hoy debemos estar conscientes que ya inició: un punto de no retorno.  Caminamos hacia nuestra propia extinción.