Derechos y compromisos de mujeres

Elecciones en comunidades, bajo presión.

Este 17 de octubre, conmemorando la fecha en que la mujer en México ejerció por primera vez, a nivel nacional, su derecho a ejercer el voto (1953), quiero dedicar mis siguientes reflexiones, con respeto y gratitud, para todas las mujeres que en mi vida han sido y son ejemplo de participación comprometida, además de las que actualmente, me dicen y repiten convencidas: “tenemos el derecho a votar, pero también tenemos la obligación de decir y rectificar si el gobierno (de cualquier nivel) no está haciendo lo posible por corregir un rumbo que cada vez se percibe más incierto, en cualquier rubro”.

       Casi puedo asegurar, que para un número creciente de mujeres en México, el 17 de octubre resulta solamente una fecha conmemorativa, reducida, al referirnos a ella, como “el día que se nos otorgó el derecho a votar”.  Por ello resulta necesario que nos convirtamos en divulgadoras de la participación femenina en las distintas etapas de la vida de la nación, representada en todas las batallas en las que han dejado la vida muchísimas mujeres, que con recurrente frecuencia han sido y son soslayadas por la historiografía oficial.  Lo que ha traído, como consecuencia, el que ahora hablemos de derechos específicos de género y aspiremos a conformar una nación incluyente, justa y verdaderamente democrática.

       La historia que nos remite a principios del siglo XX, registra que las mujeres de la clase media ilustrada y las obreras, aparecieron con más presencia en el mundo de lo público y por tanto, con mayores elementos para cobrar conciencia de su situación de género y de clase.  Las grandes depresiones económicas mundiales (provocadas por las guerras), empujaron materialmente a las mujeres a incorporarse al mercado laboral y al sentirse capaces de producir riqueza económica y no sólo hijxs, o casas limpias y alimentos, las mujeres empezaron a acercarse a la vida del país, a integrarse en organizaciones y movimientos sociales y, sobre todo, en aquellos que luchaban por demandas específicas de género.

       En los años 40 del siglo XX, las maestras fueron las protagonistas principales de esas demandas (de género), ya que su participación laboral las hizo conscientes de la evidente desigualdad ante los compañeros varones y así se convirtieron en la avanzada del cambio.  También las obreras tuvieron un papel significativo, derivado de que en el Congreso Obrero de 1876, se había planteado la necesidad de luchar por la dignificación del género, a causa de la doble jornada y el consecuente descuido de hijos e hijas.

       Durante el período Cardenista, entre 1935 y 1938, los grupos de mujeres encontraron un cauce adecuado de expresión: el Frente Único Pro Derechos de la Mujer, que agrupó a mujeres obreras, de clase media y alta, ilustradas y analfabetas, católicas y comunistas, llegando a alcanzar un número aproximado de 50 mil organizadas en 25 secciones.  El Frente era independiente del Estado y llegaron a tener una claridad teórica: “El problema de la mujer no es sólo de clase; con la clase trabajadora, las mujeres tenemos causa común y causa diferente”.

       Y hubieron de pasar varios años más para que, como una necesidad política evidente, fuera otorgado el derecho al sufragio, norma básica para equiparar a la mujer jurídicamente con el hombre y para que el Estado se modernizara.  Miguel Alemán “lo permitió” en 1947 para los comicios municipales y Adolfo Ruiz Cortines para los nacionales en 1953.

       Muchos políticos que pusieron obstáculos para que las mujeres sufragaran en el período cardenista, ahora lo justificaban claramente de acuerdo con una línea de crecimiento capitalista que requería la igualdad legal de los individuos, cuando además las naciones más desarrolladas incluían el voto femenino entre sus normas fundamentales.

       Hoy entendemos que nuestro sufragio (no sólo el femenino) debe ir respaldado por los principios ciudadanos que nos permiten normar las relaciones sanas, justas y equitativas en la familia, en el trabajo y en la comunidad.  Primeramente, entendiendo que más allá de las diferencias ideológicas que tanto nos separan (sobre todo en tiempos electorales), cada unx de nosotrxs tenemos la posibilidad de contribuir en la construcción de políticas que nos permitan alcanzar una vida mejor, porque al ejercitar la ciudadanía se tiene el poder en las manos para actuar y defender los derechos propios y de lxs demás, dejando de lado la idea de que los problemas sociales, económicos, ambientales y políticos que nos agobian cada día, son sólo responsabilidad del gobierno y que sólo él los resolverá.

       Resulta entonces necesario tener presente que somos las personas, la gente, la comunidad, quienes podemos y debemos proponer modificaciones en la forma de gobierno, pudiendo además exigir a los gobernantes un informe de sus acciones conforme a derecho.  Igualmente, tenemos el deber (y el derecho) de opinar sobre las formas en que se gobierna y lo que se hace (preferentemente de manera constructiva), de expresar ante nuestros representantes propuestas y sugerencias y exigir la erradicación de cualquier forma de autoritarismo y corrupción en su ámbito de trabajo.

       Además de pertenecer a un padrón electoral, tener credencial de elector y acudir a votar, necesitamos informarnos, participar y organizarnos.  Así es como se adquiere el rango de ciudadana/o en cualquier lugar y a toda hora.  Adquirir este tipo de compromiso, significa entregar nuestra palabra y actuar por aquello que estamos dispuestas/os a respetar y defender, pues ello nos asegura un ambiente de confianza y oportunidades para unir esfuerzos con otras y otros; para salir adelante en cualquier situación.  Un compromiso va más allá de una mera obligación.

       Para ejercer ciudadanía, es necesario también estar permanentemente informadas/os de lo que sucede a nuestro alrededor y por qué; analizarlo, observar con claridad si lo que leemos, percibimos o escuchamos se acerca a la realidad y merece ser tomado en cuenta: comparando lo que vemos, leemos y escuchamos, con lo que nos sucede en la vida personal y en todas las actividades que desempeñamos y de las personas que están a nuestro alrededor, es como mejor obtendremos elementos contundentes para presentar propuestas que ayuden a resolver o rectificar.

       Conozco a muchas mujeres que han decidido ejercer una ciudadanía de tiempo completo.  De ellas he aprendido que la democracia se practica desde casa, en el ambiente laboral y en la calle, “porque puedo, debo y quiero”.  En algún momento de nuestra historia como Centro de Promoción para la Equidad de Género, adoptamos la frase: “Resulta mejor ser Totalmente Democrática, que Totalmente Consumista”, parodiando un conocido comercial de aquella época.  Hoy tengo presente a todas esas compañeras a las que no resultó difícil convencernos de que la ciudadanía es la mejor escuela para hijos e hijas.