El camino inagotable hacia la salud

Hace muchas décadas que la medicina institucional rompió el diálogo con sus pacientes. Son muy pocas las instituciones públicas que atienden a las personas. Atienden y curan las enfermedades, pero no a la persona. (Foto: especial)

Doy inicio, haciendo referencia a lo que Arnoldo Kraus (médico, profesor del posgrado de la Facultad de Medicina de la UNAM y miembro distinguido del Colegio de Bioética en México), escribió en su libro titulado “Una Receta para no Morir” (Ed. Alfaguara, 2005): “Las enfermedades son libros abiertos, cuyas páginas permiten buscar formas de vida y relación distintas a las anteriores…”.  Y personalmente, cada vez más me encuentro convencida de esta afirmación.

       Mi interés por los temas de salud, no es reciente.  Seguramente comenzó cuando fui capaz de entender cómo, algún médico sin escrúpulos, practicó dos cesáreas a mi madre, valiéndose de la juventud e inexperiencia de mis progenitores, que habían esperado tres largos años antes de mi concepción y siete más para que llegara mi siguiente hermano.  Afortunadamente, dado el daño físico sufrido por mi madre (con repercusiones también para su hijo) y buscando otra opinión para el restablecimiento de su organismo, “cayeron en las manos” de un auténtico profesional de la medicina, cuya valiosa atención ayudó a que viniera al mundo mi segundo hermano… y sin necesidad de cirugía para mi madre.

       Muchos años después, trabajando ya en el Museo de Pátzcuaro y por una rinofaringitis recurrente (que nunca se atribuyó a que el edificio colonial se encuentra asentado en zona de manantiales, con un alto grado de humedad durante el año), fui sometida a una serie de tratamientos tan agresivos por parte de “otorrinos”, que literalmente, mi sistema inmunitario “cayó en la lona”.  Sorprendentemente,  fue un médico familiar quien me sugirió acudir con algún especialista en alergias y, para mi disgusto, luego de los estudios conducentes, pudo determinar que mi problema era de tipo alérgico, pudiéndose atender con tratamientos no agresivos, pero que el exceso de antibióticos en mi organismo me había provocado una notable baja de defensas y una severa intoxicación… de la que logré sobreponerme, lentamente y con apoyos externos a la Institución de Salud de la que recibí un diagnóstico erróneo.

       Ya comprenderá entones usted, amable lector/a, conociendo esta parte de mi historia, por qué me atrevo incluso, a promover actividades (y actitudes) que nos permitan conocer mejor nuestro ser integral (no sólo el físico) y nos conduzcan a crear responsabilidad para con nosotrxs mismxs en cuestiones de salud.

        Esta búsqueda tan personal, me ha llevado a conocer a personajes tan sobresalientes en el mundo de la medicina, como el doctor Edward Bach, quien nació a finales del siglo XIX, llegando a ser un pensador y terapeuta que revolucionó la práctica curativa, después de transitar destacadamente por el campo de la bacteriología y luego por la homeopatía.  En los años 30 del siglo XX, el doctor Bach creó un sistema natural, eficaz y sencillo para combatir el dolor, el sufrimiento y la enfermedad, partiendo del principio de que “la enfermedad no es material en su origen y las razones de su aparición deben buscarse en el complejo mundo emocional del sujeto”.

       Actualmente, muchas personas en todo el mundo conocen o han tenido referencia de las Flores de Bach o las terapias florales, cuya autoría se debe, precisamente, al doctor Edward Bach.  Por una amiga y compañera de aventuras, que lleva años practicando este método curativo y que además vive en un pequeño poblado lacustre, rodeada de bellos parajes aún cubiertos de la flora característica de la región, tuve por primera vez un acercamiento a los 38 remedios provenientes de flores que son utilizados para los estados de ánimo que puede experimentar un paciente: temor, incertidumbre, desinterés, soledad, hipersensibilidad, desaliento o excesiva preocupación por el bien ajeno.  Lo interesante de esta terapia es que todas las flores y plantas utilizadas para remedios son absolutamente no tóxicas; no existe contraindicación alguna en tomarlas en exceso o con demasiada frecuencia y ninguno de los remedios que proporcionan puede causar daño.

        Posteriormente, pude leer las Obras Completas del Doctor Bach, quien además de profundizar en la ciencia, lo hizo también en el terreno filosófico y social.  Entonces comprendí, por qué quienes proponen terapias naturales, no son aceptadxs dentro del mundo de la medicina institucional o privada, que se encuentra, mayoritariamente, en franco contubernio con las industrias farmacéuticas… como lo han venido denunciando organismos internacionales, sobre todo luego de estos dos años de crisis de salud en el mundo. Pero el doctor Bach también afirmaba que “no hay curación real, a menos que haya un cambio en la perspectiva con la cual el hombre (y la mujer, obvio) ve al mundo, que da el logro de la paz y de la felicidad interna”.

       Arnoldo Kraus, otro médico al que mucho admiro, menciona en el libro inicialmente citado: “Enfermar es un asunto siempre inacabado, siempre esperanzador, con frecuencia doloroso y que deviene modificaciones en nuestro ser; al enfermar, se vive distinto, se escucha de otra forma, se inquiere en otras cosas, se contempla lo propio y lo diferente como si lo ajeno fuera propio y lo propio más propio.  Dentro del cuerpo y del alma se nace otra vez.  Podríamos decir que el conflicto entre el alma y la personalidad, es la causa de la enfermedad, y el diálogo entre ambas, es la salud”.

       Hace muchas décadas que la medicina institucional rompió el diálogo con sus pacientes.  Son muy pocas las instituciones públicas que atienden a las personas.  Atienden y curan las enfermedades, pero no a la persona.  El mismo doctor Kraus refiere que alguna vez algún conocido le dijo: “yo desconfío del médico que no sabe, o no quiere enterarse de lo yo leo”.  Porque, efectivamente, lo que consumimos (no sólo los alimentos) ofrece una “lectura” de nuestra personalidad… y de los posibles males que nos aquejan.  Entonces, ¿cómo confiar en un médico que no muestra ningún interés por la persona?  Yo afirmaría que “podrá curar la enfermedad, pero aniquilará al paciente”.

       Pienso que un buen médico es el que abre las puertas de los enfermos y se convierte en receptor de sus historias y de sus vidas.  Al pie de la cama, en la clínica, el buen doctor ofrecerá su escucha atenta, para palpar la voz y las “entrelíneas” de quien abre su corazón, contribuyendo así a su propia mejoría.

       “La enfermedad es la madre de la modestia; nos recuerda que somos mortales; y al encontrarnos en medio de la pompa y la alegría de este mundo, nos da un tirón de orejas para que nos conozcamos a nosotros mismos”, cita el doctor Kraus.  Han sido mis propias enfermedades las que me han dado oportunidad de “llegar” al doctor Bach, a Arnoldo Kraus, a Louise Hay, a Jean Shinoda Bolen, al maestro y buen amigo Benjamín, o al doctor Félix Trigo, quienes, junto a otras valiosas amistades, van indicándome la ruta a seguir… ayudándome además a entender que este camino resulta inagotable… afortunadamente.