¿Cambio climático? ¡Ajustemos a Frankenstein!

Ha sido apenas con el comienzo del siglo XXI, cuando la opinión pública empieza a tomar con seriedad el tema de estos cambios más que evidentes en el clima de nuestro planeta y sus consecuencias devastadoras para la vida en el mismo. (Foto: especial)

La amenaza sigue tan viva como lo estuvo en 1995 año en que por vez primera se reunieron las naciones para advertir sobre los riesgos ocasionados por el incremento de la temperatura global.

La ciencia, desde entonces, ha venido aportando información sobre las consecuencias y su relación con el uso de combustibles fósiles y la devastación de la naturaleza.

Los fenómenos climáticos extremos se han venido incrementando, afectan ya la seguridad de ciudades y poblados, han mermado el potencial productivo de los campos de cultivo y están generando procesos crecientes de migración. Quienes más sufren por ello son los grupos sociales con menores ingresos.

A 27 años de aquella primera reunión el Frankenstein que la civilización moderna construyó, como extensión de sus aspiraciones racionales y de progreso, sigue tan vital como entonces. En los registros no se ha disminuido una décima de grado para retornar a la temperatura planetaria de antes de la Revolución Industrial. Sin embargo, sí ha ocurrido lo contrario, estamos a más de 1.1 °C por arriba de los indicadores aceptables.

Por enésima ocasión, la Conferencia sobre cambio climático estampará en papel el compromiso de los gobiernos de las naciones asistentes para que de aquí al 2030 las emisiones de carbón se reduzcan en un 45 % y lleguemos (los que puedan llegar) al 2050 a la condición de Net Zero, es decir, a la reducción de las emisiones de efecto invernadero a cerca de cero.

La constante de los acuerdos de las conferencias no es, para desfortuna planetaria, el cumplimiento de estos mismos sino su incumplimiento. Cada año que pasa la Conferencia debe agregar a su lista una nueva relación de fenómenos críticos que encienden nuevas alarmas.

Los gobiernos, rebasados por los poderosos consorcios que demandan enormes cantidades de energía y los voraces hábitos de consumo que impulsan, o por su propio interés en promover proyectos económicos compatibles con sus criterios de bonanza económica y política, dejan en letra muerta esos acuerdos, solo para volver al siguiente año a rasgarse las vestiduras ante un planeta en mayor agonía.  

Hasta ahora, la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP) ha buscado ajustar los tornillos de nuestro Frankenstein para hacerlo más amigable con el ecosistema planetario; aún confía en que su hechura, resultado de las creencias de la modernidad, terminará sirviendo a los valores ambientales y salvará a la humanidad.

Sin embargo, los ajustes que se le hacen, hasta ahora no han tenidos los resultados esperados. A pesar de los ajustes el monstruo sigue una ruta caótica de destrucción que acumula, al paso de los años y los decenios, más calentamiento global, más contaminación, más devastación de bosques, más estrés hídrico, más extinción de flora y fauna.

Hasta ahora, no hemos pensado con seriedad en que el problema no radica en el tipo de ajustes que se le deban hacer al Frankenstein, es tiempo de pensar en sustituirlo por algo en esencia distinto, antes de que nos lleve a la ruina como civilización.

Es decir, que la humanidad debemos erigir nuevos preceptos económicos y de consumo, de acceso y distribución de la riqueza; de nuevos valores culturales de auto respeto y respeto por el planeta; debemos trazar otra ruta a la ciencia para obtener nuevos conocimientos y técnicas que, bajo la perspectiva ética de conservar al mundo, a sus especies y a la humanidad, contribuya a romper el círculo vicioso y destructivo en el que nos ha metido nuestro clásico Frankenstein.

Siendo realistas a los gobiernos del mundo no les interesa deshacerse de este Frankenstein porque su visión pragmática e inmediatista no les permite ver más que los votos de su próxima elección. Mientras el monstruo les ofrezca ganancias económicas y políticas no les interesará que el mundo arda llegando a los 2 °C por arriba del referente previo a la Revolución Industrial.

La urgencia del cambio podría llegar entonces por la fuerza dramática de la realidad, es decir, cuando acorralada la humanidad se imponga, aunque sea demasiado tarde, la apremiante tarea de recuperar un mundo que ya se nos habrá ido de las manos. O bien, que ocurra en estos tiempos, porque la conciencia de la humanidad haya evolucionado a tal punto que a los gobiernos nos les quede otra alternativa que deshacerse del viejo y destructivo Frankenstein.

A las COP les ha hecho falta la exigencia de la sociedad global, hasta ahora adormilada. Que deberá expresarse de manera principal en el ámbito de la acción comprometida en la atención de los problemas climáticos locales: deforestación, contaminación de aguas, pérdida de biodiversidad, usos de agua y empujando a sus gobiernos locales a asumir agendas ambientales puntuales.

Es sin duda una tarea que deberá encararse a largo plazo y que tendrá —y tiene— expectativas de aceptación muy favorables entre la población, porque ¿quién en el ejercicio de la reflexión crítica puede estar en contra de la vida?