No hay violencia que sea inofensiva

México ha sido señalado como uno de los países que ha alcanzado altos índices de violencia en poco tiempo. (Foto: especial)

Desde hace aproximadamente dos décadas, México ha sido señalado como uno de los países que ha alcanzado altos índices de violencia en poco tiempo: el tercer lugar a nivel mundial, para ser exactos.  Nada honrosas resultan menciones de este tipo, máxime que también es conocido el hecho de que más del 60 por ciento de las mujeres mexicanas, mayores de quince años, han padecido algún tipo de violencia; la mayoría de ellas, en el ámbito doméstico y enseguida en el laboral.  Curiosamente, en lugares como Pátzcuaro, donde la alerta de género lleva más de un lustro, el tema casi no se menciona, “en aras de que el turismo y cualquier visitante, no se lleve una mala imagen del paradisiaco sitio”.

       Pero, “¿cómo podemos contribuir para abatir la violencia?” preguntaba desalentada, una conocida, precisamente en una de las conmemoraciones del 25 de noviembre.  La respuesta llegó de otra conocida, quien afirmó convencida: “para erradicar algo que no es tan bueno en nuestra vida, que nos provoca malestar, lo primero es identificarlo.  De lo contrario, puede continuar afectándonos y afectando a los demás y simplemente lo veremos como algo natural… que es lo que suele suceder, en el caso de la violencia”.

       La violencia, como sabemos, tiene un carácter destructivo sobre las personas y los objetos, generando además en torno suyo un ambiente de negatividad, cuyos efectos se mueven como ondas expansivas que llegan a afectar espacios inimaginables.  Es  importante resaltar que todas las personas pueden ser agresivas, pero no necesariamente violentas.  Mientras la agresividad es básica en el ser humano para su supervivencia, la violencia es siempre destructiva, incluso para quien la ejerce.

       Cada vez más vamos entendiendo que la violencia puede llegar a ser tan sutil, que se aposenta en nuestra propia casa sin que lo notemos: en las series televisivas, en los medios escritos y gráficos que compramos “para estar mejor informados”, en la música que va invadiendo los espacios radiofónicos y que niños y niñas desde los 4 o 5 años, canturrean sus letras ofensivas, sin siquiera entender lo que están diciendo; la violencia también se encuentra en las imágenes que delincuentes cibernéticos envían por internet y celulares… e igual, está presente en los comentarios hirientes, las conductas erróneas que se aprendieron en la niñez y que dan lugar a tensiones y vejaciones.

       La violencia ha estado presente desde hace siglos, en la historia de la humanidad; ha estado y seguirá estando mientras no logremos erradicarla… Pero su presencia no significa que sea connatural al hombre, a la mujer, a niños y niñas.  Porque la violencia no es un instinto, no es un reflejo, ni tampoco una conducta necesaria para la supervivencia, como sí lo son, en cambio, la agresividad, el miedo y las reacciones de defensa.

       La violencia se aprende.  Se aprende observando cómo los padres, los hermanos mayores o los vecinos se relacionan entre sí y con lxs demás.  También se aprende, como lo he mencionado, viendo televisión, leyendo determinados “comics” o novelas, o escuchando algunas letras de canciones.  Se aprende jugando a “vencer” al contrincante, a “destruirlo”, a “aniquilarlo”, mostrando superioridad y control sobre los demás en las pantallas de juegos “interactivos” y además, se festeja hacerlo.  La violencia tiene un poder destructivo (y activo) sobre las personas y los objetos.

       Aunque la violencia entre las personas ha sido justificada con todo tipo de teorías y razonamientos (biológicos, psicológicos, sociales, económicos, culturales), resulta necesario insistir en que el ser humano nace con capacidad para la compasión, la abnegación, la generosidad, la solidaridad y la empatía.  Factores ambientales y características propias de cada individuo, son los que influyen en nuestras actitudes. Así pues, si desde pequeñxs se nos enseña a ser generosxs, a pensar en lx demás, a comprender, a respetar, a ser más tolerantes, desarrollaremos más actitudes positivas y seguramente nos resultará imposible maltratar a lxs demás.

       Definitivamente, la violencia se aprende.  Desde nuestro nacimiento, vamos formando nuestra personalidad por medio de una constante interacción con el medio ambiente.  Resulta entonces evidente el hecho de que la calidad de ese entorno social pase a depender, en buena parte, el equilibrio de nuestra vida futura y de ciertas actitudes esenciales para la supervivencia, como, por ejemplo, la sociabilidad y la adaptabilidad a las condiciones ambientales o estresantes que caracterizan cualquier relación humana.

       Si desde pequeñxs aprendemos a relacionarnos, viendo cómo se relacionan los adultos, también vamos aprendiendo a resolver conflictos, observando cómo los mayores los resuelven.   Aprendemos a querer, a tolerar y a comprender, si nos sentimos queridxs, comprendidxs y toleradxs.  Si nuestras necesidades biológicas y emocionales se satisfacen razonablemente, comenzamos a desarrollar nuestro sentido de seguridad y permitimos el de lxs demás. Si por el contrario, nuestras exigencias vitales son ignoradas, tenderemos a adoptar un carácter desconfiado y temeroso.

       En estos tiempos críticos en tantos sentidos, nosotras, mujeres que promovemos una cultura no violenta, participativa, de justicia, de respeto, de equidad, estamos ratificando lo aprendido hace décadas: que lo personal es político, porque la política no existe como entidad abstracta; la práctica de someterse, o intentar conquistar, o mantener el poder y el control, la vive toda la gente, cada quien, cotidianamente, en su espacio y entorno.  Entendemos que la recuperación de una conciencia del ser humano, de su valor, es un reto mayor; incluso cabría preguntarse hasta dónde el respeto de hombres y mujeres así mismos, puede dar como consecuencia directa el respeto al espacio vital.   Hoy se presentan oportunidades.  No podemos permitirnos seguir cayendo en la trampa de la violencia oculta detrás de su imagen.

       Dentro de los problemas que se generan a partir de la violencia, quizás el más peligroso es, precisamente, el de aceptarla en pequeñas dosis: suma de pequeñas violencias; escondernos detrás de justificaciones y admitirla como lógica y necesaria.  Y esto ocurre en el hogar, la escuela, en el trabajo.

       Imposible pretender regresar a la época en la que la palabra escrita era el medio dominante para llegar a “las masas”, ni ocultar la cabeza en la arena ante la cotidianeidad de la violencia; pero sí podemos y tenemos la responsabilidad de cuestionar elementos culturales que nos rodean y nos dañan en nuestra integridad… por pequeños que éstos sean.  Este 25 de noviembre, honremos y recordemos a quienes nos han mostrado que la vida puede y debe ser diferente… Tengamos presentes, además, a quienes han perdido la vida, víctimas de la violencia que asesina.