Dramaturgia aleccionadora

La Pastorela inicia su representación en la Nueva España, a raíz de la conquista de la Gran Tenochtitlan y como consecuencia de la catequización de los indígenas a la nueva religión que se les imponía. (Foto: especial)

Una querida amiga de San Lorenzo Narheni (Cañada de los Once Pueblos), un día me ofreció la síntesis de lo que es una Pastorela en territorio p’urhépecha: “La Pastorela tiene como propósito fundamental, anunciar el nacimiento de Jesús Niño; la adoración de los pastores y los planes malignos de Satanás, para evitar a toda costa que la Humanidad sepa de ese acontecimiento”.

       Como tantas ceremonias festivas en México, la Pastorela inicia su representación en la Nueva España, a raíz de la conquista de la Gran Tenochtitlan y como consecuencia de la catequización de los indígenas a la nueva religión que se les imponía.  Y fueron los primeros franciscanos quienes trajeron de España, como apoyo espiritual a su labor evangelizadora, las Pastorelas y los Coloquios.

       El Coloquio nace hermanado con la Pastorela en el teatro religioso, remontándose sus inicios a en la España de las últimas décadas del siglo XV.  A diferencia de la Pastorela, en la cual necesariamente aparecen las figuras de distintos “diablos” y asumen su papel protagónico los primeros pastores (Bato y Gila), que guiados por una estrella fueron a postrarse a los pies del Dios Niño, nacido en Belén, el Coloquio utiliza casi siempre motivos de aspecto netamente religioso que invitan a la reflexión.

       En el estado de Jalisco, todavía hace pocos años, se conocía el Coloquio de la Conquista, que seguramente llegó a ser el más fastuoso y original de cuantos se acostumbraban representar desde la Colonia en territorio nacional, siendo sus actores o intérpretes gente de comunidades rurales, quienes dedicaban tiempo, durante casi todo el año, para realizar los ensayos.  La representación abarcaba desde el encuentro del capitán Cortés con La Malinche, hasta el suplicio de Cuauhtémoc; e incluía, en su amplio escenario, varias danzas acordes con el tema. 

       En el teatro ritual de nuestro país podemos encontrar raíces precolombinas que se entrelazan con el teatro evangelizador franciscano del siglo XVI, sobreviviendo varias figuras o personajes, representativos del bien y del mal (según la religión católica) o entidades que resguardan tradiciones milenarias y por lo general asociadas al ciclo agrícola.  En las Pastorelas identificamos por igual a ángeles, ermitaños y pastores enfrentándose a diablos de la envergadura de Luzbel y un séquito de diablos o “changos” menores, quienes indefectiblemente son derrotados por el arcángel San Miguel y su flamígera espada.

       En el Estado de México, las Pastorelas son organizadas por un “mayordomo” que con su implicación de servidor, tiene sus antecedentes en el Teopixque del Calpulli prehispánico, quien ejercía su oficio de “servidor de los dioses” en el templo que contenía el Calmecac, donde se entrenaba a todos los miembros de la población, para tomar parte en los 40 grandes rituales que conformaban el Tlatecpanqui, el gran ordenador ritual del Universo.

       La figura del “maestro de pastorelas” o “maestro de danzas”, también tiene un antecedente precolombino: el Tlamatimini, hombre que conoce los himnos dedicados a los dioses y el muy estricto protocolo de cada uno de los rituales.  En tanto, las figuras del “fiscal” y “diputado”, tienen su antecedente en el “fiscal franciscano”, encargado de llevar a todos los miembros de la sociedad, a la doctrina que se impartía en los atrios franciscanos, como lo hacía, en la época prehispánica, el Tlatoani de los Calpulli, quien estaba autorizado para obligar a toda la población a participar en la vida religiosa de la comunidad.

       En Michoacán, las comunidades p’urhépecha escenifican las Pastorelas con la participación de diversas personas, correspondiéndoles el papel del personaje, de acuerdo a su género y edad: los ángeles y ermitaños, son representados por niños/as (los primeros) y adolescentes; los “Luzbeles” son hombres adultos, mientras que los rancheros, los pastores y en ocasiones los “changos” son adolescentes y niños.  Los ensayos se hacen cuatro o cinco meses antes de diciembre y en algunos lugares son los jóvenes quienes se encargan de organizarse para montar el “nacimiento” del Niño Jesús en el templo, así como para ir a conseguir el heno y la flor de piedra con que se arreglará.

       Pedro Victoriano, hijo de don Juan Victoriano Cira (+2010), compositor e intérprete de pirekuas, así como autor de varias pastorelas que continúan representándose en varias comunidades de la Meseta P’urhépecha, menciona que la práctica de estas representaciones tradicionales de temporada invernal, encuentra en sí misma la oportunidad de los miembros de las comunidades de integrarse, participar, divertirse, convivir y jugar, al mismo tiempo que conocen, recuperan, promueven y asumen como herencia dicha tradición.

       También afirma que para los p’urhépecha las Pastorelas hoy en día resultan punto de encuentro entre su cultura y la cultura mestiza.  En cada comunidad de la Meseta P’urhépecha, por ejemplo, a partir del día 24 de diciembre, hasta el 6 de enero, bajo las figuras evangélicas, recrean el nacimiento de Jesús.  Para la organización y buen desarrollo de las representaciones, se eligen cargueros del Niño Dios, participando también las autoridades tradicionales de cada lugar.  En cada Pastorela hay una “profunda reflexión teológica” que muestra el sincretismo de la cultura occidental y la cosmovisión de pueblos originarios.

       Durante los días en que estas representaciones se llevan a efecto, son convocadas a participar todas las personas de la comunidad, tanto hombres como mujeres, jóvenes, niños y ancianos, resultando una fiesta de convivencia y cordialidad.  Los cargueros que encabezan la festividad, aportan los recursos y elementos que son música y comida.  Y en todas las actividades están presentes las nuevas autoridades tradicionales, quienes tomaron el cargo a partir del día 8 de diciembre.

        Durante la celebración de las pastorelas, se interpretan algunas danzas características, como “Las Pastoras”, “Los Pastores”, “Danza de Viejos”, de “Negritos” y de “Kúrpites”.  Las representaciones pueden variar en horario: durante el día, por las tardes o de noche, como en Quinceo, donde además de la numerosa participación de pastores de todas las edades, los diálogos pueden durar dos o tres horas ininterrumpidas.

       Algunas de las comunidades donde todavía se representan las Pastorelas, aparte de San Lorenzo y Quinceo, son: Urandén, Tócuaro y Santa Fe de la Laguna en la Zona Lacustre y en Santo Tomás, en la Cañada de los Once Pueblos.  Cabe mencionar la sencilla elegancia y el colorido que acompañan a estas representaciones, tanto en su indumentaria y “bastones” que portan pastores y pastoras, así como en los trajes y elaboradas máscaras de diablos, que en Tócuaro alcanzan su máxima expresión el día de La Candelaria, el 2 de febrero. 

       Y desde este medio, envío mi cordial saludo en esta nueva cuenta de los días… para todos/as.