Pedregales de la Cuenca

Para líderes indígenas, no se justifica el saqueo de agua que realizan industrias en el vaso lacustre.

Obviamente, al hablar de la cuenca, me refiero a la Cuenca del Lago de Pátzcuaro, un sitio privilegiado en nuestra geografía regional y que frecuentemente es mencionado, aunque sólo sea para promoverlo (o promocionarlo) como “atractivo” turístico; algo que bastante caro nos ha resultado, por no haber previsto todo el daño que ocasionaría el no tener en cuenta que, como algo vivo, los excesos no resultan lo mejor. Esto es lo que una comprende, cuanto más conoce el lugar que se habita y que resulta “nuestro hogar”.  Aquí comparto lo que aprendí de los poco mencionados “Pedregales” o “Malpaíses”.

       Ha sido el Cese (Centro de Estudios  Sociales y Ecológicos) en Pátzcuaro (cuyo trabajo concluyó hace algunos años), la Institución que se ocupó de realizar investigaciones, estudios y divulgación de toda la riqueza que nuestro entorno posee, para brindar a los habitantes de la Cuenca lo necesario para el disfrute de eso que ahora reconocemos como “calidad de vida” y que depende en mucho de la relación que mantengamos con la naturaleza circundante, siendo Los Pedregales sitios que antaño eran vistos como “terrenos ociosos”, poco aptos para el cultivo y no aprovechables, excepto para unas pocas comunidades que han mantenido estrecha relación con la tierra, gracias a conocimientos ancestrales heredados.

       En nuestra Cuenca (Japóndarhu) existen tres Pedregales y personalmente sólo conozco y caminado por dos: el situado al sur de la ciudad de Pátzcuaro y el del oeste del lago, rodeado por las poblaciones de Arócutin, Uricho, Nocutzepo, Charahuén y Ajuno.  El tercero se encuentra hacia el este, cerca del poblado de Coenembo.

      Al también llamado “malpaís” de Pátzcuaro, lo fui conociendo durante mi infancia, cuando nos llevaban “de paseo” por esos lugares, las religiosas del colegio donde estudié.  Una de ellas (sor Josefina), que impartía la materia de Ciencias Naturales, fue quien despertó nuestro interés hacia ese sitio tan pedregoso que, desde su nombre (malpaís) ya suponía rechazo o negación.  Personalmente, fue una sorpresa descubrir gran variedad de plantas y animales en lugar tan inhóspito para el ser humano: bosques de encino, colorines, tzirimos, nogalillos y madroños tupidos de musgo, conviviendo con plantas comestibles y medicinales, además de hongos.  Pero también se nos advertía de no remover mucho las piedras, porque eran guaridas de serpientes.  Aquellas correrías terminaban en Agua Escondida, un limpio manantial del que bebíamos con mucha confianza… y del que hoy sólo queda el recuerdo.

       Muchos años después recorrí un tramo significativo del pedregal cercano a Nocutzepo y Charahuén, en compañía de la amiga Odilia, quien en aquellos tiempos (treinta años atrás) trabajaba en el CESE.  Ella nos ilustró respecto a cómo surgieron estos suelos pedregosos, mil años atrás, luego de hacer erupción algunos de los volcanes cercanos al lago.  Tres volcanes distintos dieron origen a cada pedregal, siendo primero un material líquido a punto de ebullición que deslizándose desde las laderas de los conos volcánicos cubrió todo, quemando y destruyendo el suelo, las plantas y lo que se encontraba a su paso.

       Tuvo que pasar muchísimo tiempo, para que esa lava se enfriara y transformara en las piedras de los “malpaíses” que hoy conocemos.  Y mucho tiempo más, para que la vida empezara a mostrarse sobre la roca misma, a pesar de la dureza.  En piedras y peñascos surgieron las primeras plantas… pero no cualquier tipo de plantas, sino sólo aquellas que tienen la capacidad de soportar temporadas de sequía.  Resulta casi mágico observar cómo estas especies del reino vegetal, al perder agua, quedan como adormecidas, para después, con la mínima presencia de humedad, despertar de su letargo… y florecer.  Los líquenes son quienes más beneficios aportan a los pedregales, pues sus fibras producen una sustancia que disuelve los minerales de las piedras, abriendo un camino dentro de las rocas, que conduce la humedad hacia su interior.  Diversos pájaros, murciélagos e insectos son de gran importancia para la fecundación de plantas y flores.

       En los pedregales aún se pueden encontrar jilgueros, calandrias, carpinteros, correcaminos, halcones, búhos, lechuzas, gavilancillos, colibríes y palomas.  Suelen también albergar a coyotes, conejos, zorros, ardillas, onzas, zorrillos, tlacuaches, armadillos, mapaches y víboras, además de diversidad de insectos.   Odilia nos hizo comprender cómo la vida de los pueblos se entreteje con la vida de los pedregales (para bien o para mal), pues los habitantes cercanos, desde tiempos remotos, aprovechan lo que el bosque produce.  En el pedregal de Pátzcuaro, por ejemplo, los carboneros pusieron al borde de la extinción los encinos; médicos/as tradicionales buscan las plantas que curan y también ahí se encuentran las orquídeas de la temporada de corpus o de ánimas; la tierra fértil de estos lugares es muy apreciada para el cultivo de plantas y las maderas de árboles se usan en la elaboración de diversos objetos artesanales.

       Francis y Rodolfo, otros amigos que viven cerca del pedregal de Arócutin, nos han guiado por varios kilómetros, denominando al lugar “paraíso botánico” y filtro natural que permite la captación de agua pluvial hacia las capas inferiores de la tierra, dando origen a la formación de manantiales que abastecen a comunidades vecinas y también alimental al lago.

       Sería injusto –nos dijo Francis- que estos lugares que tardaron tantos miles de años en formarse y que todavía están considerados como las áreas silvestres mejor conservadas en la región, fueran totalmente depredadas por la acción del hombre.  Ellos, Francis y Rodolfo Rodríguez, organizan recorridos con estudiantes, investigadores y personas interesadas en la conservación de la naturaleza, con el único afán de contribuir a la conservación del lugar.

       Hace más de una década,  instituciones como Cese y personas que conviven cotidianamente con estos territorios pedregosos, ya intuían lo que actualmente estamos viviendo: el desinterés generalizado para con sitios que no ofrecen un “atractivo comercial”; es decir, para lo que no  reditúa en “ganancias”.  Luego de un somero recorrido por cualquiera de nuestros pedregales, se entiende la urgencia de buscar, por los medios posibles y haciendo partícipes a los habitantes de La Cuenca, que sitios como estos Pedregales puedan ser declarados “geoparques” y estar sujetos a las leyes de protección y conservación, sin romper la relación (regulada) que siempre ha existido entre éstos y sus habitantes.

       Hacemos votos para que un destino catastrófico no sea el que nos obligue a actuar.