El solipsismo presidencial

Andrés Manuel López Obrador, presidente de México. | Fotografía: Archivo

La formación y aparición pública del grupo de políticos, académicos e intelectuales Encuentro Colectivo por México o Mexicolectivo, en el que participaba el ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas hasta que se retiró en las vísperas de la presentación del grupo, y la elección de la nueva presidenta de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, dieron ocasión a que el presidente López Obrador hiciera manifiesto nuevamente su talante belicoso y su contrariedad.

            Como ya se ha comentado ampliamente, en el primer caso el presidente lanzó su descalificación contra los agrupados llamándolos el “ala moderada” del bloque conservador, y en especial ubicó a Cárdenas como su adversario político por haberse sumado a ese agrupamiento. En el caso de la ministra presidenta, así como en el de los titulares de las dos cámaras del Congreso de la Unión, la hostilidad del presidente se expresó en la ceremonia conmemorativa del centésimo sexto aniversario de la Constitución, en el Teatro de la República en Querétaro, ubicándolos no en el centro del presidium sino alejados de él, y colocando en cambio en su mayor cercanía al gobernador anfitrión y a sus secretarios de Gobernación, Defensa y Marina. Una vez más, se puso de relieve el protagonismo de las fuerzas armadas y la preminencia del Ejecutivo por sobre los otros poderes del Estado. Y quizás el gesto de la titular del Poder Judicial de no ponerse de pie ni aplaudir cuando el presidente hizo su entrada a la sala haya sido una forma de expresar su inconformidad con esa situación.

            Más adelante, en la mañanera del lunes 7, el presidente expresó su “gusto” por la actitud de la ministra Piña, pues para él fue una prueba de la independencia de los poderes, ya que “eso no se veía antes, los ministros de la Corte eran empleados del presidente”. Y agregó: “Eso me llena de orgullo, porque significa que estamos llevando a cabo cambios, es una transformación. Ya no es el presidente el que le da órdenes a ministros y también es un desmentido cuando de manera exagerada se habla de una dictadura, de una tiranía”.

Y al día siguiente, también en su cotidiana conferencia de prensa, el presidente volvió a tocar el tema y, si bien reiteró que el Poder Judicial goza de plena independencia con respecto del Ejecutivo, hizo una aventurada afirmación: “La señora presidenta de la Corte, para hablar en plata, está por mí de presidenta, porque antes el presidente ponía y quitaba a su antojo al presidente de la Corte. Ahora hay autonomía” Recalcó que, si hay esa autonomía de los órganos del Estado, se le debe no al mero y simple cumplimiento de la Constitución y de la ley, sino a él, al presidente, que la tolera y acaso la propicia. Es decir, los otros poderes y los ciudadanos debiéramos reconocerle su respeto a las normas que nos rigen como nación.

Pero, desafortunadamente, ese proclamado respeto a la autonomía de los otros poderes no se ha correspondido con la realidad a lo largo de este gobierno. Baste con recordar cómo López Obrador hizo público su deseo de que el anterior presidente de la Corte, Arturo Zaldívar, permaneciera en ese cargo por más tiempo del establecido constitucionalmente, y acaso haya promovido la iniciativa presentada por un oscuro diputado del Partido Verde para introducir un artículo transitorio que prorrogara la presidencia del mencionado ministro por dos años más, es decir, hasta el final del sexenio. No pude olvidarse tampoco cómo el titular del Ejecutivo ha dado públicamente instrucciones a los legisladores de “no cambiar ni una coma” a sus iniciativas, lo cual han cumplido al pie de la letra los diputados y casi todos los senadores de la llamada “Cuarta Transformación”, impidiendo que prosperen las reservas de los grupos opositores y aprobando por planchazo todo lo que el presidente les envía, aunque no pudieron hacerlo en el caso de las reformas constitucionales, que requieren ser aprobadas por mayoría calificada, que el bloque gubernamental no  tiene.

            Una y otra vez el tabasqueño sigue así dando muestras de su actitud, con tintes autoritarios, una voluntad de control sobre todo lo que tenga que ver con el entramado del Estado, incluidos los otros poderes y organismos constitucionalmente autónomos, y refractaria a cualquier crítica o expresión de independencia. A esa actitud le podemos llamar, tomando en préstamo un término filosófico vinculado a los sistemas de Descartes, Fichte y algunos otros pensadores, solipsismo. El término proviene de las etimologías latinas solus e ipné: sólo uno u sólo uno mismo. Es la idea narcisista de que el mundo exterior es un producto de la mente, un subjetivismo extremo según el cual no es la ciencia sino la introspección la forma de conocer el universo, puesto que éste carece de objetividad. Absurdo, sí, pero cristalizado en la forma de percibir la realidad por algunos individuos.

            Así nuestro presidente, que piensa que todo lo que le rodea debe adecuarse a su voluntad porque a ésta debe su ser. No es un mero autoritarismo por razones de Estado, como ha ocurrido en tantos y tantos casos, sino una postura desmedida de individualismo en que el sujeto se piensa el centro de gravedad y polo magnético de cuanto acontece o debe acontecer. De ahí su intolerancia a lo distinto, a lo disidente, a la crítica y a cualquier otra forma de diferenciación. Le basta con saber que cuenta con un amplio apoyo popular —por cierto, ya menguante, según los últimos sondeos— para inferir, él y sus seguidores incondicionales, a quienes llamo amlólatras, que la única voz y la única presencia política que deben prevalecer son las de él. Así lo mostró su actitud ante la disidencia del ingeniero Cárdenas, que ha sido criticada incluso por algunos de sus partidarios.

            De esa actitud dependerá, además, la candidatura presidencial del Morena para la elección de 2024, que será sin duda decidida, como en los tiempos de omnipotente presidencialismo priista, por el hombre del Palacio Nacional y por nadie más, no importa si se quiera encubrir con supuestas encuestas para “consultar al pueblo”.

            Pero esa omnipresencia del gobernante tabasqueño, en las diversas facetas y aristas del Estado y en su partido ha tenido como costo, para él y su gobierno, el desprendimiento de varios de sus más valiosos colaboradores, algunos de los cuales hoy son no sólo disidentes sino duros críticos del estilo personal de gobernar de AMLO. No es el caso de Cuauhtémoc Cárdenas, que nunca ha sido parte del lopezobradorismo, pero con quien se suponía había una buena relación. Pero se han alejado, sí, Porfirio Muñoz Ledo, político de larguísima trayectoria en múltiples cargos públicos y el presidente de la Cámara de Diputados que le colocó la banda presidencial a López Obrador; Elisur Arteaga, su defensor en el proceso de desafuero de 2005; Mario Di Constanzo, secretario de Hacienda en el Gobierno Legítimo integrado por López Obrador en 2006, tras el fraude electoral que le impidió tomar la presidencia; Macario Schettino, su asesor económico en el gobierno del Distrito Federal; Carlos Urzúa, autor del plan económico para 2018-2024 y primer secretario de Hacienda; Javier Jiménez Espriú, ex secretario de Comunicaciones y Transportes; Germán Martínez Cázares, panista integrado a la 4T, hoy senador independiente y designado al inicio del sexenio director general del IMSS; Víctor Manuel Toledo, académico de prestigio internacional y ex secretario de Medio Ambiente y Recursos Naturales; Jaime Cárdenas Gracia, experimentado abogado y ex titular del Instituto para Devolver al Pueblo lo Robado (así se llama, en serio); Santiago Nieto Castillo, que fue titular de la Fiscalía Especializada para la Atención de los Delitos Electorales, despedido del gobierno de  Enrique Peña Nieto, y en el de López Obrador estuvo a cargo de la Unidad de Inteligencia Financiera de la Secretaría de Hacienda; Asa Cristina Laurell, que fuera su secretaria de Salud en el Gobierno del Distrito Federal y subsecretaria de Integración y Desarrollo del Sistema de Salud al inicio del presente sexenio. Se pueden sumar algunos nombres más, como el de Tatiana Clouthier, de la que no son claros los motivos de su renuncia, pero es un hecho que el gobierno cuatroteísta se ha desangrado de muchos de sus elementos más valiosos, y se han quedado sobre todo los más seguros colaboradores del presidente. Más de una vez éste ha expresado que prefiere la lealtad a la capacidad, y eso es lo que refleja la composición de su gabinete en este quinto año de gobierno.

            Es difícil prever hasta dónde llegará —sin contar la designación del candidato oficial a la presidencia— el solipsismo del presidente y cuáles serán sus consecuencias en el mediano plazo, en el que puede derivar en rupturas en su partido por ausencia de democracia interna y de transparencia en la designación de candidatos, como ya ocurrió en Coahuila con Ricardo Mejía Berdeja, hoy arropado por el PT y el PVEM para disputar el gobierno del Estado al PRI y a Morena. Pero también es imprevisible el ambiente político que dejará López Obrador a su sucesor o sucesora, lo que ha sido percibido por la oposición y muchos observadores y comentaristas como de polarización. Y, sobre todo, no hay bola de cristal acerca de si quien asuma el Ejecutivo en octubre del año próximo podrá recomponer con facilidad el diálogo con las diferentes fuerzas políticas y sectores de la sociedad.