ECOS LATINOAMERICANOS: El costo del desarrollo y la seguridad (parte 2)

Nayim Bukele, presidente de El Salvador. | Fotografía: Archivo

Tanto la conducta política de Bukele como su estrategia de seguridad abren dudas no solo sobre el futuro de El Salvador sino del resto de la región y del mundo. Particularmente en materia de seguridad Bukele se ha convertido en un parteaguas. Mostró que la estrategia de mano dura si puede ser eficiente siempre y cuando estén dispuestos a hacerse los sacrificios necesarios, como el encarcelamiento de autoridades corruptas y se den castigos ejemplares a los lideres criminales, aunque esto claro contradiga principios iusnaturalistas y humanistas.

Justamente la visión de Bukele propone una deshumanización con los criminales detenidos para de esta forma generar un amedrentamiento en los criminales menores y en aquellos que pretendan engrosar las filas del crimen organizado. Para Bukele en el mejor de los casos los criminales mayores son personas de segunda o hasta tercera categoría, quienes no tienen derecho a absolutamente a nada.

Incluso el propio Bukele no ve mal que los criminales fallezcan en custodia de las fuerzas de seguridad, a causa del maltrato. Criminal que es atrapado, criminal que debe “sufrir consecuencias” por ser un criminal. La redención o reinserción social solo está guardada para pequeños criminales e infractores, a los grandes jefes no se les debe otorgar nada, ni el más mínimo derecho. La prisión del Centro de confinamiento de terrorismo es justamente un símbolo de eso, el aislamiento, castigo e incomodidad para los reclusos.

Una paradoja simbólica es ver a Bukele grabando sus videos jactándose del combate contra las maras frente a la imagen de Monseñor Romero en la casa presidencial, mártir nacional de ese país, que fue un activista en pro de los derechos humanos durante la época de la guerra civil y que fue asesinado por un escuadrón de la muerte. El gobierno actual de Bukele solo considera como personas dignas de derechos a los “ciudadanos de bien”, lo que sea que signifique eso, cualquiera que no esté dentro de esta categoría es alguien que no tiene derechos, por lo que el Estado no desperdiciará recursos otorgándoselos.

Seguridad y desarrollo económico sobre humanismo, eso es básicamente lo que está haciendo el régimen salvadoreño, con pleno consentimiento y apoyo del pueblo de dicho país latinoamericano. Ahora bien, por lo pronto parece ser que la estrategia de Bukele está dando frutos y se continuará con la misma, pero esto también deja la severa duda de cómo se evitaran los potenciales abusos que podrían cometer, que de hecho cometen, las fuerzas de seguridad salvadoreñas.

Si bien hasta la fecha Bukele ha tenido el tacto político para dictar a las fuerzas de seguridad que se centraran en la detención de pandilleros, lo cual han hecho de manera muy eficiente, en parte porque hasta hace unos años los propios pandilleros se ufanaban de pertenecer a las maras lo cual hizo que se tatuaran los símbolos de dichas organizaciones, eventualmente, aun si las maras son borradas por completo de El Salvador, no se ha resuelto la incógnita de cómo se detendrán y castigarán a los criminales ordinarios y más aún, no se ha resuelto cómo se obligara a las fuerzas de seguridad a rendir cuentas en caso de que detengan a inocentes.

En este momento estas cuestiones parecen no importarle a la ciudadanía salvadoreña, ven los potenciales abusos y detenciones arbitrarias como el precio a pagar por el aniquilamiento de las maras, pero eventualmente esto tendrá consecuencias si no hay una institucionalización propicia.

Los defensores de Bukele argumentan que este plantea primero combatir la inseguridad y posteriormente encaminar a El Salvador un modelo de Estado que combata la corrupción y permita una plena prosperidad para la mayoría de su gente. Pero para hacer de este nivel, se requieren instituciones fuertes, transparentes, con equilibrios internos y que siempre estén rindiendo cuentas al público y a la ley; y por lo pronto Bukele no parece tener nada de esto en desarrollo.

Si no hay instituciones reales, únicamente será la voluntad política de Bukele lo que sostenga la seguridad y el desarrollo económico de El Salvador, y cuando Bukele no esté habrá un enorme riesgo de que esta estrategia colapse de golpe. Por lo que no puede descuidarse la actual falta de instituciones para la regencia de El Salvador.

Al mismo tiempo, pero de forma más ideológica el aparente triunfo de Bukele sobre la inseguridad servirá como un precedente, muy polémico por cierto, de un potencial abandono del modelo de desarrollo socio-humanista, traído sobre todo de Europa Occidental, y la aproximación de un modelo mucho más pragmático y eficientista parecido a de los países de Asia Oriental, donde no existe ni en instituciones ni en principios legales elementos filosófico-jurídicos vinculados al humanismo o a los derechos humanos.

Por lo pronto Bukele ha mostrado que es posible la adopción de este tipo de modelo en América Latina, ideológicamente esto obliga al replanteamiento cívico-jurídico e incluso sociocultural de determinados valores, que hasta hace unos años se consideraban universales, específicamente los valores humanistas. Estos valores, han tenido diferentes teorizaciones, que van desde una noción socio religiosa, como la han sido las instituciones cristianas, sobre todo la iglesia católica, misma que tiene mucha influencia en la región latinoamericana, hasta incluso vertientes racional-materialistas laicas.

Pero ahora tal visión ya no se percibe en el gobierno de Bukele. Aún es prematuro admitir la derrota del humanismo como filosofía social y jurídica, pero no se debe subestimar lo que ocurre en El Salvador, si bien no es el primer régimen de la región que ha hecho a un lado los principios humanistas, si es de los primeros que ha gozado de un enorme respaldo popular y sobre todo consentimiento de la sociedad civil.

Tal vez en el fondo Bukele si sea un auténtico reflejo de la sociedad salvadoreña, que finalmente se ve representada en este personaje tras décadas de violencia, impunidad y falta de resultados. No cabe duda de que Bukele hará grandes cambios en la política salvadoreña y se ganará su lugar en la historia, pero aún no se sabe con certeza de que forma lo obtendrá.

Finalmente, la actual política salvadoreña es otro ejemplo más de cómo la falta de eficiencia institucional les permite a liderazgos políticos personalistas ascender al ejercicio del poder con un amplio respaldo popular. Si El Salvador hubiese tenido una élite política que desde el inicio hubiese creado instituciones sólidas, eficientes y capaces de generar rendición de cuentas, Bukele jamás se habría catapultado a la escena nacional o al menos no como lo hizo hace cuatro años.