Por décadas, se han venido destruyendo los bosques

La deforestaciòn es otra forma como se afecta las zonas boscosas (Foto: especial)

Por los vestigios encontrados en diferentes edificaciones coloniales, podemos suponer que, durante esa época se cortaron los árboles más longevos existentes en los bosques de la Región Lacustre del Lago de Pátzcuaro, posiblemente con antigüedades de hasta quinientos años de vida, de impresionantes espesores y poco más de treinta metros de altura. Madera que fue utilizada, para construir los portones, zaguanes; puertas, ventanas y zotehuelas, de las haciendas; templos; capillas; conventos; hospitales y para   apuntalamiento de los túneles de las minas en explotación.

Tala que desde esos tiempos no ha cesado, intensificándose a mediados del Siglo Pasado, donde todavía se alcanzaron a cortar los últimos arboles de madroño de ochenta años de vida y encinos, pinos y uno que otro oyamel con más de ciento cincuenta años de desarrollo.

Comentan los vecinos que por décadas, una vez caída la noche, decenas de hachadores, herramientas al hombro subían por senderos conocidos las empinadas  laderas de los  Cerros:  del Águila;  Monte de Pontezuelas; Colorado; del Tigre; de la Nieve o de Condémbaro; del Burro; de la Cantera; del Frijol; del estribo Grande;  de San Miguel Charahuén;  de Los Güeros; Ojo de Agua; Huacapian; del Chivo; del Pelón, de las Varas, Hueco; Zirate; Azul; Chino; de las Rosas; del Tindet; del Maguey; Tariaqueri y Yahuarato, hasta llegar al lugar donde previamente habían localizado algún árbol de su interés y empezaban su actividad cotidiana, de cortar, arreglar, arrastrar y comercializar la madera, lo que significaba la destrucción irreversible de uno de los biomas más hermosos de nuestro Planeta Tierra.  

La jornada iniciaba cuando se oían  los primeros sonido rítmico de los grillos y terminaba  a la par  del canto de los gallos, es decir, unas siete horas de duración o menos, según la habilidad del hachador, dos de éstas, dedicadas a cortar el tronco del árbol y las otras cinco, para despojarlo de sus ramas, una vez que sucumbía  a los múltiples hachazos y así, poderlo mover desde su espacio original a un lugar más “seguro” o menos comprometedor, fuera del área del saqueo y dejarlo listo para el arrastre final con rumbo a donde se encontraba instalado un “tren”  o “aserradero”, siendo el dueño de éste, el primer comprador del tronco, quien duraba tres días aserrándolo, para obtener hasta 1,100 pies de madera, que bien podían ser tablas; tablones; vigas; fajillas o tejamanil, según los pedidos pendientes.

Mientras todo esto sucedía, taladores “secundarios” esperaban la oportunidad del momento, para subir por los delgados troncos de las ramas desprendidas del tallo principal del árbol talado, para luego vendérselos al mismo dueño del “tren” o “aserradero”, quien los  transformaba en morillos o en alguna pieza útil, que a su vez vendía a quienes demandaban esta materia prima, extinguiéndose para siempre en unos cuantos días, la vida de frondosos árboles que tardaron cientos de años en desarrollarse y que durante todo ese tiempo, le dieron oxígeno, humedad, lluvia, cobijo a la biodiversidad y además belleza a la región.

Se dice que allá por el año 1950, del Siglo Pasado, que fue la época en que se intensificó la tala clandestina en la cuenca del Lago de Pátzcuaro, el talador recibía del dueño del “tren” o del aserradero, la cantidad de cien a ciento cincuenta pesos, por cada tronco entregados para su transformación y a su vez estos últimos, podían embolsarse por dicha madera aserrada, hasta unos cuatrocientos cincuenta  o quinientos pesos, según la negociación del momento.

Los primeros compradores de la madera aserrada eran un sinnúmero de revendedores, quienes, si no tenían pedidos pendientes, se desplazaban como hormigas, por las comunidades rurales y urbanas ofreciendo los diferentes tipos de madera, la cual transportaban sobre el lomo de un caballo, un burro, una mula o en carretas jaladas por una yunta de bueyes. Al parecer la tala, transformación y comercialización de la madera ilegal, resultaba ser un buen negocio para todos los participantes.

Lo malo del asunto, al paso de los años, los frondosos madroños, encinos, oyameles y pinos, que vestían las superficies de los cerros mencionado, fueron desapareciendo, dejando sin refugio a un sin número de especies, como venados; coyotes; zorras grises; tejones; armadillos; conejos; tlacuaches; gatos montes; reptiles, codornices, pájaros, gavilanes, búhos, entre otros; así como una diversidad de vegetación,  hongos, helechos, musgos y hepática y microorganismos;  es decir, se alteraron los factores bióticos y por supuesto los factores abióticos, como la composición de los suelos, agua, precipitación pluvial, intensidad de la luz solar y el clima, del bioma, el cual duró formándose miles de años y sólo bastaron unas cuantas décadas para destruirlo, en beneficio de un pequeño grupo de personas y no de la comunidad en general.

Lo extraño del asunto, es que el ruido de las hachas que por décadas interrumpió el silencio de las noches en los bosques de la cuenca del Lago de Pátzcuaro, al parecer nunca fue escuchado por las autoridades correspondientes, pero, en cambio establecieron estratégicamente aduanas móviles donde cobraban una “cuota voluntaria por cada pie cubico en tránsito.

Quienes estaban bien enterados de esa depredación, eran principalmente los ejidatarios, comuneros y pequeños propietarios dueños de dichos predios forestales, así como muchos vecinos de las comunidades ubicadas en el área de influencia del bioma, pero, desafortunadamente nunca contaron con el apoyo de ninguna autoridad para frenar esa destrucción ambiental, la cual hasta la fecha sigue sucediendo, ante la indiferencia de todo tipo de autoridades.

Ahora, en algunas áreas donde antes florecieron madroños, encinos, pinos y oyameles, se aprecian manchones de árboles de aguacate, que requieren de mucha agua para su crecimiento, la cual se tiene que llevar de las partes bajas, inclusive del mismo Lago de Pátzcuaro, ya que como es bien sabido por todos los habitantes de la región, conforme pasan los años, la lluvia es cada vez más escasa, por la falta de árboles y vegetación, puesto que los bosques desempeñan una función fundamental para que llueva. “son los bosques quienes hacen las lluvias y no las lluvias quienes permiten el desarrollo de los bosques”.

Esta destrucción de este bioma, es la causa principal por la cual el Lago de Pátzcuaro, desde hace décadas entró en un proceso irreversible de desaparición. Problema ambiental que desde 1938, visualizaron técnicos expertos en la materia, que fungían como asesores del Gobierno del General Lázaro Cárdenas del Rio, quienes propusieron la implementación de algunas acciones, a fin de revertir la situación.

En principio, se comenzó con un intenso programa de reforestación, el establecimiento de una estación limnológica para sistemáticamente analizar la calidad del agua del Lago y tomar las medidas conducentes; asimismo se implementaron otras acciones, para tratar de preservar el equilibrio ambiental, pero, terminada la administración de ese gobierno, todo quedó en buenas intenciones y al paso del tiempo la cuestión técnica se ha ido sustituyendo por el interés  político, con las consecuencias que todos conocemos.  A partir de ese entonces, no se ha dejado de pasar ninguna oportunidad y con el cuento del rescate del Lago de Pátzcuaro, se han gastado millones de pesos en investigaciones científicas y en fideicomisos, que en nada ha mejorado la situación.  

Sin embargo, algo se puede hacer para prolongar la agonía del Lago, como: la suspensión inmediata de la tala clandestina; tratamiento de las aguas residuales que se descargan en el vaso del Lago; implementación de un programa intensivo de reforestación; regulación del uso de suelo; no permitir el uso de ningún método artificial que inhiba la precipitación pluvial; prohibir edificaciones en los espacios donde ha dejado de existir el espejo de agua; clausura de los aprovechamientos de las minas de arena; regular el crecimiento urbano e implementar un programa de concientización para que  la población maneje responsablemente la basura y otros residuos. Acciones que no tienen costo alguno y que ayudaran a mejorar el medio ambiente, más no la recuperación del Lago de Pátzcuaro.

Ojalá que sea menos trágico el final del Lago y los patzcuarénses, sin egoísmos ni fobias, apoyemos a nuestras autoridades municipales, para que sigan trabajando en beneficio de la población y logren que “La Puerta del Cielo” vuelva a ser una de las ciudades más bellas del universo y sea considerada como Patrimonio Cultural de la Humanidad.