Habríamos de recordar

Jesús de Nazaret fue uno de los tantos que agonizó en una cruz, castigo cuyo origen se remontaba a varios siglos antes (Foto: Archivo/ACG)

De acuerdo con Colliers, investigadora del departamento de Estudios Clásicos de la Universidad del Estado Libre, en Sudáfrica, es probable que el castigo de la crucifixión “se haya originado con los asirios y los babilonios, y fue usado sistemáticamente por los persas en el siglo VI a. C”

El político y filósofo romano Cicerón consideró la crucifixión como el castigo “más cruel y aterrador” que podía existir.

Según el profesor de la facultad de teología de la Universidad de Navarra, Diego Pérez Gondar; “Era una combinación de crueldad absoluta y de espectáculo para infundir el mayor terror posible en la población”.

En muchos casos, la muerte del ejecutado se producía días después de estar colgado, ante la mirada de los transeúntes.

El cuerpo experimentaba una mezcla de asfixia, pérdida de sangre, deshidratación, fallas en diferentes órganos, entre otros problemas.

Jesús de Nazaret, el hombre que transformó al mundo con su mensaje de paz, fue uno de los tantos que agonizó en una cruz, castigo cuyo origen se remontaba a varios siglos antes.

Jesús, cuestionó al poder Romano, se oponía a la explotación del hombre por el hombre, a la esclavitud, al fanatismo religioso. Al enriquecimiento del poder político, económico y religioso. Por eso fue crucificado.

El propósito de este castigo insoportable era enfatizar la crueldad y el terror que les esperaba a los rebeldes, a todo aquel que osara cuestionar, y/o intentara cambiar el statu quo.

Recordemos ha habido muchos crucificados a lo largo de la historia de la humanidad, todos con la característica de anhelo de justicia, amar a la humanidad y la vida.

Fue en el siglo IV a. C, cuando Alejandro Magno llevó el castigo a los países del Mediterráneo oriental.  Fueron los sucesores de Alejandro Magno, quienes introdujeron el castigo a Egipto y Siria, así como también a Cartago, la gran ciudad del norte de África fundada por los fenicios.

Durante las guerras púnicas, los romanos aprendieron la técnica y finalidad de la crucifixión, y “la perfeccionaron durante 500 años”.

Era en su mayoría a los que se oponían al poder, los que crucificaban.

 Recordemos a Espartaco, esclavo que se atrevió a soñar con la libertad, la igualdad y que crear otro mundo, en que prevaleciera la igualdad, el respeto y a paz, es posible.  Logro liberar a miles, formó un gran ejercito libertario el cual fue perseguido, y tras varias batallas y traiciones fueron derrotados. En la última gran batalla fueron capturados 6.000 adultos, los cuales fueron crucificados a intervalos a lo largo de la Vía Apia, desde Roma hasta Capua, como advertencia a otros esclavos dispuestos a todo por lograr su libertad. Avisando a los que observaban, que las elites romanas, no iban a admitir que un esclavo destruyera su sociedad, sustentada por los dominados, por los esclavizados, por la servidumbre.

La semana pasada, fue sumamente interesante comprobar que la humanidad en todos los rincones del mundo desea un cese a la violencia, desea la paz, pidiéndolo cada quien a su manera, según sus creencias, pero finalmente anhelando, sintiendo, pidiendo, lo mismo.

 Les comparto una reflexión sobre la celebración de las Pascuas que me enviaron y me pareció importante compartirles:

 Una vez más vuelven a coincidir la celebración de las Pascuas Judías, Pésaj, con las Pascuas Cristianas y el Ramadán. Hay un paralelo en estas celebraciones que tiene que ver con la libertad, con la espiritualidad, con dar el paso hacia algo nuevo y mejor, que vale la pena destacar, y que nos puede servir para nuestras vidas.

En las Pascuas Judías se celebra el cruce del Mar Rojo, cuando el pueblo judío liderado por Moisés consigue dar el paso de la esclavitud en Egipto hacia la libertad en la tierra prometida. Es la gran fiesta de la libertad.

Para los cristianos, se conmemora la pasión, muerte y resurrección de Cristo, es decir el paso de la muerte hacia la vida eterna, a la libertad espiritual.  La llamada Semana Santa, es propicia para la reflexión, para que cada uno pueda mirarse a sí mismo y hacer una profunda renovación interior. Al lograrlo, el cambio no es solo interno, sino se contribuye a un cambio externo y global.

Jesús cuestionó al poder Romano, se oponía a la explotación del hombre por el hombre, a la esclavitud y al fanatismo religioso (Foto: Archivo/ACG)

Los musulmanes conmemoran su sagrado mes del Ramadán, el comienzo de la Revelación del Corán (libro sagrado del islam). Es un mes de oración, de purificación espiritual, de reflexión, de rectificación de conductas en el que se hace un ayuno completo durante las horas de sol.

Esta triple coincidencia de las festividades entre judíos, cristianos y musulmanes se da muy pocas veces, sucedió también el año pasado y no volverá a repetirse, hasta dentro de 30 años.

Es un momento para el reencuentro de la humanidad, sea cual sea nuestra creencia, seamos creyentes o no, en el que vale la pena que demos el paso, para que nos unamos, para que el amor reemplace al odio, la paz a la guerra, la solidaridad al egoísmo y la esperanza al desánimo.

Por eso, estos días son muy especiales y es el momento para reafirmar nuestro compromiso con la paz, la libertad, el amor, la solidaridad, el respeto, la tolerancia y el reencuentro, tan necesario en estos momentos difíciles.

Habríamos de recordar, que la desunión es una ilusión. La humanidad es una. Más allá de la diferencia de religiones, razas, lenguas. Somos humanos todos.

Y todos estamos bajo el mismo cielo.

¡Felices Pascuas!    ¡Jag Pésaj Sameaj!, ¡Ramadán Mubarak!

Habríamos de recordar más que la crucifixión de Cristo, sus enseñanzas. Que eran justamente esas; que todos somos uno, que todos estamos bajo el mismo cielo, Que nos liberemos de las mentiras que nos esclavizan, que nos separan, que nos meten miedos, que nos nublan la visión, sojuzgándonos la mente. Que debemos hacernos respetar, respetar al otro, a lo diferente, que debemos liberarnos de las cadenas invisibles que nos imponen, y que no hacen más que limitar la grandeza de nuestra alma.

vazquezpallares@gmail.com