ECOS LATINOAMERICANOS: Democracia sin sobreestimación

El escepticismo democrático aun continúa al acecho, el pasado domingo se realizaron elecciones en la república de Turquía. (Foto: especial)

El escepticismo democrático aun continúa al acecho, el pasado domingo se realizaron elecciones en la república de Turquía, si bien ningún candidato logró llegar al umbral del 50% de votos obtenidos para ganar la presidencia nacional, Recep Erdogan, actual presidente, estuvo a un estrecho margen de conseguirlo, sólo faltó un 0.8% de la votación para adjuntarse una victoria definitiva, lo cual muy probablemente ocurrirá en la segunda vuelta, salvo que milagrosamente la oposición logre dar un viraje de último momento.

Estas elecciones turcas exponen que aún sigue a flote la preferencia por gobernantes autoritarios. Desde luego Erdogan en Turquía es apenas un ejemplo de los muchos que hay actualmente, Putin en Rusia, Orban en Hungría, Bukele en El Salvador, entre otros. Sin mencionar que hay otros tantos que tienen influencia política o al menos buscan tomar la máxima magistratura de sus respectivos países, como lo son Duterte en Filipinas y Antauro Humala en Perú.

La realidad actual muestra que cada vez más este tipo de gobernantes, autoritarios, de mano dura y adversos al institucionalismo tradicional, son más procurados por un amplio sector poblacional. La existencia de este tipo de preferencias es debido a que justamente frente a crisis y momentos de incertidumbre los pueblos optan por líderes que observan fuertes y consideran que con la mano dura lograrán subsanar los problemas que el institucionalismo tradicional es incapaz de resolver, al menos en el corto plazo.

Lamentablemente, parte de esta preferencia ha tenido un origen también en la estrategia de comunicación y promoción de las democracias contemporáneas. Especialmente tras la caída del muro de Berlín en 1989, se publicitó un discurso en el cual el binomio democracia-liberalismo era la clave para desarrollar a las distintas naciones del planeta. Desde luego bastaron solo unos cuantos lustros para demostrar que esto era una falacia.

Para empezar, el liberalismo y la democracia son dos conceptos distintos que no necesariamente van de la mano, cada uno representa diferentes cuestiones. Únicamente esta idea de conjugarlos provino del éxito socioeconómico europeo occidental, por lo tanto, resulta ingenuo suponer que esta combinación ideológica tendrá las mismas repercusiones en el resto del orbe.

Cada nación, cada pueblo, tiene su historia, su desarrollo, su cultura y sobre todo sus propias costumbres políticas. Al final de cuentas queda en la voluntad colectiva de cada sociedad el tipo de ideología política que deciden aceptar o rechazar, y es justamente por ello que los promotores de la democracia liberal se equivocaron terriblemente al suponer que el mundo no occidental abrazaría sin cuestionarse los principios de ese binomio ideológico.

Otro segundo error fue lo señalado con anterioridad, la masiva promoción de la democracia como la mejor, o menos mala forma de gobierno. Durante décadas, sobre todo en los noventa y en la primera década del siglo XXI, se promovió a la democracia como si ésta pudiera solucionar una enorme cantidad de deficiencias sociales, políticas y económicas de aquellos pueblos que se ubicaban en el llamado tercer mundo.

Prácticamente se hizo creer durante esos lustros que la democracia incrementaría su calidad de vida, mejoraría la economía, acabaría con la inseguridad, traería orden político y económico, e incluso elevaría los niveles de educación de quienes practicaran esta forma de gobierno, en pocas palabras se promovió la falaz correlación entre el desarrollo primermundista y la forma de gobierno democrática.

En su momento esta estrategia de promoción funcionó, buena parte de los países del planeta aceptaron, bajo ciertas reservas, el ejercicio democrático como forma de gobierno, aunque solo bastaron unos pocos años para caer en cuenta que efectivamente la democracia no solucionaría prácticamente ninguno de los problemas que los aquejaban. Finalmente, la crisis económica de 2008 y el ascenso de China como nueva superpotencia, marcaron el comienzo del escepticismo hacia la democracia contemporánea.

¿Pero entonces, la idea de la democracia como la máxima forma de gobierno ha sido derrotada definitivamente? Aún no se puede asegurar con certeza esa cuestión. No cabe duda de que cada vez hay más desviaciones hacia el autoritarismo, y estos deslices a nivel global tampoco parecen reducirse, incluso ya están presentándose en países occidentales de primer mundo. Pero, aun así, no puede asegurarse que la idea de la democracia ha perdido frente al autoritarismo.

Lo anterior tiene su explicación en que la democracia, a nivel global, siempre ha sido minoritaria. En ningún momento de la historia, ni siquiera en los noventa y comienzos del siglo XXI, la democracia ha primado en la mayoría de los pueblos del planeta. Más bien, las naciones democráticas eran la anomalía en un mundo donde lo típico era alguna forma de gobierno autocrático.

Por todo ello, no hay fundamento para creer que la democracia como opción de gobierno está condenada a la extinción. Lo que sí es de preocupar es que la promoción de esta continúe basándose en falacias. La democracia tiene muchos defectos, pero es el sistema en el que mejor puede ordenarse el ejercicio del poder y resolverse disputas sin recurrir a violencia exacerbada. Pero no debe pretenderse realizar engaños a la gente indicando que dicha forma de gobierno les resolverá por sí misma la mayoría de las problemáticas sociales.

La democracia, bien ejercida, puede ayudar hasta cierto punto, pero en realidad son otros factores los que permiten generar un buen desarrollo económico, una distribución justa de la riqueza, seguridad pública y jurídica, el acceso a buenos sistemas de salud y educación, entre otras aspiraciones.

Por lo tanto, no debe cargársele a la democracia de este tipo de responsabilidades, al menos no en un estricto sentido. En todo caso hay que indicar que la democracia es una especie de complemento para lograr lo señalado, pero que por sí sola no será posible conseguirlo. Los pueblos pueden aceptar los defectos de sus formas de gobierno, siempre y cuando desde un inicio se les indique hasta donde pueden llegar realmente, si por otro lado se falsea sobre las cualidades de la forma de gobierno, al primer momento en que no se cumpla lo publicitado sencillamente la gente ya no le tendrá confianza, tal como hoy en día está sucediendo en muchos lugares.