Analfabetismo ambiental

Entre quienes más ataques sufren se encuentran defensores de bosques | Fotografía: Prensa Secretaría del Medio Ambiente.

Que haya conocimientos científicos sobre la cuestión ambiental, que haya cuerpos jurídicos extensos sobre el mismo tema y que haya políticas a través de las cuales se expresan saberes y normas para vivir en armonía con la naturaleza es algo muy lejano al vivir ordinario de los ciudadanos.

Los cada vez más reiterados episodios críticos que tienen que ser vividos en la ciudad y el campo y que son determinados por la carencia de agua, la tala ilegal, el cambio de uso de suelo, la contaminación atmosférica o la modificación del paisaje, nos han obligado a mirar hacia la naturaleza y a reconocer, al fin, que formamos parte de un ecosistema. Y nos obligan a pensar en las normas del derecho ambiental y las obligaciones que el Estado tiene frente a los ecosistemas que habitamos.

Las crisis ya inobjetables ocasionadas por el cambio climático, como lo advierten los científicos, serán más frecuentes y más agudas en el futuro. Que las causales de este fenómeno estén estrechamente vinculadas con la actividad humana (antropogénicas) nos coloca en el plano de la ética, de la responsabilidad humana. Ya no se puede seguir escondiendo la mano. ¡Somos responsables!

La magnitud de la responsabilidad, sin embargo, contrasta con la carencia social de saberes científicos, técnicos, jurídicos, éticos y filosóficos que nos permitan interactuar de manera virtuosa para contener y revertir global y localmente las diarias destrucciones del entorno natural.

Una gran cantidad de ciudadanos desconoce que entre sus derechos humanos está el de tener un medio ambiente sano, o bien que existen normas que prohíben el cambio de uso de suelo, la tala ilegal y la apropiación también ilegal de aguas. Mucho menos conocen los saberes y las técnicas que son fundamentales para hacer frente a los fenómenos derivados del cambio climático, por ejemplo, temperaturas extremas, carencia de alimentos, enfermedades, estrés hídrico, inundaciones extensas, tormentas de grandes dimensiones.

 El analfabetismo ambiental es por ahora la mayor debilidad de las sociedades actuales. Sin embargo, la actuación superficial de los gobiernos en esta materia se explica por la omisión de saberes que saben que existen, algo así como analfabetismo ambiental funcional.

Si no se propicia una fuerza cívica que resista y no baje la guardia en defensa de nuestra vida y de la naturaleza, los gobiernos pospondrán siempre, en función de sus intereses electorales, la intervención decidida para atacar los focos rojos ecocidas que pululan por doquier.

La vía más eficiente y al alcance de los gobiernos, de las sociedades, de los padres de familia, de los científicos y de los defensores ambientales, es la educación. Ese analfabetismo solo puede ser atendido a través de la acción educativa­.

 La comprensión del cambio climático, en su origen y en todas sus manifestaciones y consecuencias, debe estar presente como uno de los pilares prioritarios en todos los niveles de la educación básica, medio superior y superior, en la educación formal e informal y en la escolarizada y no escolarizada. Debe considerarse que sin estos saberes la sociedad del presente y del futuro está condenada al fracaso.

La ignorancia más perniciosa y peligrosa de los tiempos que corren se nombra con las palabras de analfabetismo ambiental. Una verdadera reforma de contenidos y perspectiva pedagógica y filosófica en la educación tendrá que consensuarse para ampliar, enriquecer y fortalecer los saberes científicos a través de los cuales se pueda comprender-transformar el fenómeno climático y las prevenciones ante una crisis civilizatoria.

La dimensión ética del problema, que hasta ahora no se ha abordado con la urgencia y firmeza que se requiere, tendrá que implicar la formación ecosófica desde la escuela y todos los espacios educativos. Es decir, debemos construir una relación empática y responsable con nuestra casa, el planeta; una relación necesariamente espiritual asentada en los grandes valores de respeto a lo otro y de respeto hacia cada quién y hacia la humanidad.

En esa perspectiva se sitúa el modestísimo esfuerzo ciudadano que el Consejo Promotor de Área Natural Protegida de Madero y sus comités de defensa ambiental han venido impulsando con alumnos de las escuelas de la región. Por ejemplo, las actividades coordinadas entre maestros y la bióloga Rosario Arreola con alumnos de primarias y secundaria para compartir con ellos los saberes sobre polinizadores en la zona mezcalera de Etúcuaro, las charlas y talleres en el bosque con alumnos de la escuela Gertrudis G. Sánchez orientadas al conocimiento del funcionamiento de los bosques y la reforestación.

Son esfuerzos que junto con los que realizan otros defensores ambientales por todo el estado, apuntan en la dirección de lo educativo y son testimonio de que la sociedad no debe esperar a que el gobierno se ponga en marcha para combatir a este gigante silencioso llamado analfabetismo ambiental que normaliza y banaliza el ecocidio.