¡Ebullición climática!

Existe un 66 por ciento de probabilidades de que las temperaturas mundiales superen ese nivel antes de 2027. (Foto: especial)

Cuando en días pasados escuché “ebullición” como la palabra para señalar la condición climática a la que hemos llegado, pensé que el secretario general de la ONU ―quien la dijo― había cometido un exceso en el uso del lenguaje y que corregiría.

Al paso de los días no ha habido corrección, y ya se usa con regularidad para indicar que el nivel de calor alcanzado hasta el mes de julio no tiene precedente en los últimos 120 mil años.

El origen de los disparados registros de calor global, indica Antonio Guterres secretario general de la ONU, proceden de la actividad humana (son antropogénicos) y no de la evolución planetaria en sí. Guterres sugiere que el G20 (grupo de los 20 países más desarrollados) deberán fijar metas más ambiciosas para contener o modificar esta ruta climática fatal.

La condición de ebullición planetaria a la que hemos llegado pone en evidencia el fracaso total de los acuerdos de Paris de 2015 y la agenda 20-30 que suscribieron 194 naciones para evitar que la temperatura de la tierra escalara más allá de 1.5 ° Celsius.

El fracaso de los acuerdos de Paris es el fracaso de los gobiernos de las 194 naciones firmantes y por consecuencia el fracaso de los valores civilizatorios contemporáneos, en particular los valores que articulan el quehacer político de las élites que gobiernan a las naciones.

La crisis climática de la ebullición aterra en sus efectos y con seguridad derribará las premisas del pensamiento moderno que hacen del relativismo la piedra angular para la construcción de creencias y cosmogonías en las cuales se basan las políticas del productivismo y del progresismo contemporáneos.

Haber colocado la máxima de que “no hay hechos, solo interpretaciones”, que originalmente era la denuncia contra el pensamiento relativista emergente del siglo XIX, como el deber ser para la construcción de saberes en la actualidad, está resultando trágico. Para decirnos que no es así, que existe una realidad dura, una realidad real, el planeta nos grita para que lo escuchemos: que el cambio climático está aquí y que estamos ya en el nivel de la ebullición.

La lección, a pesar de las interpretaciones relativistas, la tendremos que aprender por las malas en los próximos años si no queremos llegar al punto en que declaremos a la humanidad en riesgo inminente de extinción.

El incumplimiento de los gobiernos de los Acuerdos de Paris, que nos ha llevado a esta crisis aumentada, no ha sido por olvido casual, proviene de narrativas ideológicas que subestiman la realidad climática. Subestiman el uso de combustibles fósiles, subestiman la pérdida de bosques y selvas, subestiman la pérdida y contaminación de aguas, y todo lo ajustan a las narrativas de la posposición en aras del “progreso”.

La responsabilidad sobre la ebullición planetaria tiene diferentes capas de protagonismo. La más importante es la de los gobiernos, la otra es la de los agentes productivos y una más es la de los ciudadanos. Los primeros porque siguen aplicando políticas ambientales superficiales y cómplices de ecocidio, los segundos porque en el marco de esas políticas amasan fortunas a costa del planeta, y los terceros porque han normalizado la narrativa de sus gobiernos y aceptado la continuidad destructiva del planeta sin objetar críticamente nada.

La ebullición irá calcinando lentamente al relativismo progresista y a las ideologías que se han construido en torno a él. Ideologías que gustosas de sustituir a la realidad por quimeras y discursos han evidenciado su fracaso.

El retorno de la realidad-real a nuestro mundo ordinario tiene que ser la condición necesaria para replantear los acuerdos mundiales sobre cambio climático. Sin esta condición tampoco los gobiernos nacionales podrán ser asertivos ni los ciudadanos podrán actuar con éxito frente al planeta.

Por ejemplo, tiene que reconocerse en su magnitud objetiva la pérdida en Michoacán de más de la mitad de sus bosques en apenas 30 años; debe reconocerse con objetividad científica la contribución al cambio climático del cambio de uso de suelo; tiene que asumirse con precisión la contribución negativa para al cambio climático de la producción mexicana de combustibles fósiles; no se puede seguir ocultando con discursos relativistas e ideológicos la destrucción de amplias zonas de selva y cenotes por el Tren Maya.

Las ideologías han pervertido la percepción de todo fenómeno ambiental. Se han propuesto, como es su función, sustituir a la realidad por narrativas hegemónicas y con ello nos han precipitado a esta condición de crisis.

La desideologización de la cuestión ambiental para construir políticas ambientales serias es fundamental. Puede haber interpretaciones sobre el cambio climático, o em torno a cualquier problema, pero el hecho es absoluto, está ahí, no se puede atender desde el discurso y desde el lenguaje, debe haber práctica de hechos para atender hechos.

Abordar el cambio climático desde el discurso hegemonizado por los gobiernos no soluciona nada, por eso los acuerdos de Paris fracasaron. Y ese será el reto de todos los gobiernos frente a la dura realidad de que el planeta está en ebullición.

La reunión mundial de la COP 28 a realizarse entre noviembre y diciembre de este año o toma el toro por los cuernos o asume de plano el fracaso de nuestra civilización para resolver la crisis que la humanidad hemos creado.

O asumimos la realidad para atenderla o quemamos incienso a las ideologías mientras naufraga el homo sapiens.