Custodio y guardián del Lago

Para líderes indígenas, no se justifica el saqueo de agua que realizan industrias en el vaso lacustre.

Pasaron las épocas en que nuestro Lago sonreía.  Recuerdo cuando un pequeño me dijo convencido, de que su papá le había mostrado cómo el lago sonreía… ésto, luego de que en el espacio cuenta-cuentos del Museo de las Artes Populares mencioné que la leyenda p’urhépecha  del Espejo Sagrado, se refería, sin duda, a nuestro cuerpo de agua, donde Luna y Sol se reflejaban –“y cuando pasaba el viento tocando sus aguas, se formaban ondulaciones, que era su risa”.  Yo también me convencí.  De esos tiempos, en que lo translúcido del líquido que abundaba en la Cuenca permitía observar sus profundidades, abundantes de peces y otras especies acuáticas que mantenían un maravilloso equilibrio diverso y colorido, ahora queda sólo el recuerdo, que conserva con nostalgia el “Guardián del Lago”, el milenario cerro del Estribo.

       Esta elevación milenaria, fue en sus orígenes (allá por la Era Cuaternaria) un volcán, que luego de entrar en sueño profundo, junto a sus cerca de cien hermanos que rodean el lago, contribuyó al surgimiento de variadas especies vegetales y animales que poblaron la Cuenca, dotándola de una riqueza exuberante y única en la región.

       Cuentan que los abuelos más antiguos le tenían especial veneración y construyeron en sus faldas adoratorios, como señal de respeto a todo lo que en él habitaba.  La leyenda menciona que el mismo rey Tariácuri buscaba ahí la paz y sabiduría necesarias para gobernar su preciado reino, teniendo a Petatzécuaro como ciudad sagrada.  Todavía hoy se pueden encontrar en el lugar algunas piedras dispersas, con glifos grabados, que tal vez tienen guardada esa y otras historias.  Y también se sabe que el mismo noble Tariácuri fue sepultado en una sencilla yácata, donde ahora se encuentra la iglesia del Calvario.

       Seguramente, durante los movimientos rebeldes en la región, la zona boscosa del Estribo sirvió de escondite y refugio a gente despojada, perseguida, o de ideas libertarias.

       Al paso del tiempo, en pleno siglo XX y durante la década de los años 30, el presidente nacionalista, general Lázaro Cárdenas del Río, eligió el cerro ya conocido como “mirador natural” de la zona, para crear una infraestructura acorde con el entorno y así pudimos (propios y extraños) disfrutar del inigualable paisaje que ofrece este “mirador del Lago”.

       En el libro Pátzcuaro, cedazo de recuerdos, de la señora Teresa Castelló Yturbide, se encuentra la siguiente descripción del panorama que desde ahí se contempla: “Al atardecer de un día cualquiera, hay que subir al Templo del Calvario y después detenerse en La Luneta y desde ahí contemplar el hermoso lago con sus veres islas que se extiende a nuestros pies como una hoja de plata bajo el sol.  Alargada como un pez, aparece la isla de Xarácuaro que fuera cuna de reyes purépechas, Janitzio parece una tortuga que lleva a cuestas un desmesurado Morelos.  Más lejos, Tecuén, Yunuén y La Pacanda, islas de pescadores.  Alrededor, los cerros del Frijol, del Burro, Cerro Colorado, Cerro Blanco y en la lejanía el Tancítaro, que cuando hiela, se cubre de nieve… En septiembre, los campos se cubren de mirasoles y de pericón, y en octubre, para San Francisco, los campesinos andan tirando el trigo.  En noviembre, lucen los manchones de cempazúchitl que se sembró en julio…”

       Durante las últimas décadas del siglo XX, con la urbanización acelerada y la construcción de viviendas y caminos en la región, utilizando el cemento y el asfalto, la extracción de grava, arena y madera (por personas que se ostentaban como dueñas del cerro) se fue haciendo a mayor escala, provocando, además de los enormes socavones en las minas, la deforestación de grandes extensiones y como consecuencia, la extinción de varias especies animales y vegetales.  A inicios de los años 90, la cima se encontraba bastante afectada y la escalinata que lleva hasta el cráter amenazaba con desaparecer.  En esos años, algún sacerdote y un grupo de feligreses, mediante letreros colocados al pie de la escalinata, invitaban a los visitantes a subir los más de 300 peldaños, llevando algunos ladrillos que servirían para apuntalar la cruz en donde se celebraban oficios religiosos los días 3 de mayo.  Y sin duda que este llamado contribuyó a crear conciencia entre varios habitantes del lugar.

       En el año 1990, ante el inminente derrumbe del emblemático mirador, que ya representaba un riesgo, un grupo de ciudadanos (ahora denominados ambientalistas) asesorados y respaldados por instancias federales y estatales, propusieron a las autoridades locales solicitar a la Federación convertir el sitio en Área Protegida y fue así que mediante la unidad y el esfuerzo comprometido de muchos habitantes de la Cuenca, se logró obtener el decreto por el que se declaró al Cerro del Estribo Grande Área Natural Protegida, prohibiendo las actividades de extracción de material pétreo, de madera, de plantas y animales.  El área que cuenta con protección, tiene una superficie de 273-21-46.00 hectáreas.

       La carta enviada por el Comité Pro Defensa del Cerro del Estribo Grande a principios del mes de mayo de 1992, a quien encabezaba la presidencia de la República, fue signada por más de 300 personas, asociaciones de hoteleros, restauranteros y taxistas de la región; agrupaciones artesanales y artísticas, comités regionales de protección forestal, académicos, escuelas públicas y privadas, instituciones federales, intelectuales y artistas plásticos, promotores culturales y ambientales, entre otros, además de personalidades como Homero Aridjis (del Grupo de los Cien), Jorge Reyes (etnomúsico uruapense) y Ofelia Medina (actriz reconocida con la primera Presea Gertrudis Bocanegra).

       Una nota aparecida en un diario de circulación nacional, de fecha 7 de mayo de 1992, menciona: “La Delegación de la Secretaría de Desarrollo Urbano y Ecología (Sedue) en esta entidad, decretó que por ser zona forestal vedada y por los daños irreversibles que se han causado a la ecología del Lago de Pátzcuaro, se clausura total y temporalmente los bancos de arena, así como los caminos de acceso a los mismos, …porque de continuar su explotación, se dañaría seriamente la parte alta del cerro, lo que representaría una afectación ecológica mayúscula”.

       El cuidado y protección de nuestro afamado y bello volcán, cerro y mirador, corresponde no sólo a las autoridades, sino de igual manera a quienes amamos, respetamos y disfrutamos de este patrimonio natural de la región.  Quienes en aquellos años participamos en la defensa del Cerro del Estribo, alentamos a las nuevas generaciones para que vean a ese sitio no sólo como un atractivo turístico y recreativo más, sino también como el custodio y guardián de una riqueza natural tan diversa como lo es toda la Cuenca… a la que hoy contempla con tristeza.