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Eutanasia, ¿cuál es el papel del Estado?

El derecho a morir dignamente sigue en veremos. | Fotografía: Archivo

El reciente caso de la niña Indi Gregory de apenas 8 meses de edad revive el viejo dilema bioético entre el derecho a morir y el derecho a la vida

La bebé británica Indi Gregory, de ocho meses, padece una enfermedad mitocondrial incurable, por lo que la Corte Suprema de Reino Unido ordenó la semana pasada interrumpir su tratamiento y retirarle el soporte vital, a pesar de la oposición de sus padres.

Indi tenía que morir el lunes 6 de noviembre del año en curso por orden del juez; pero el gobierno italiano de Giorgia Meloni lo evitó ‘in extremis’ concediéndole la nacionalidad italiana y autorizando su ingreso en un hospital italiano. La decisión ha creado lo previsible, un verdadero un conflicto de jurisprudencia entre ambos países. Este jueves 9 de noviembre se ha vuelto a suspender su desconexión. El tribunal decide en unos días más si autoriza su traslado a Roma.

El conflicto no es nuevo, el abordaje del tratamiento de pacientes incurables presenta con frecuencia dilemas éticos de difícil resolución. Tal como ya ocurrió en otros casos, al retirar el soporte vital inevitablemente vendrá la muerte.

Un argumento que se esgrime es que la decisión de retirar el soporte vital está éticamente justificada en aquellos casos en los que su mantenimiento solo prolonga la agonía y sufrimientos del paciente sin existir expectativas de mejora o alivio de su problema de fondo. Se dice, con bastante razón, que el mantener este soporte en estos casos supondría una forma de encarnizamiento terapéutico que no beneficia al paciente.  Y eso que no se habla del sufrimiento de la familia que ve, día con día, como la vida de su familiar se apaga sin remedio.

Difícil decisión. En estos casos deben evitarse posicionamientos de corte meramente económico, esos que estiman injustificado dedicar grandes recursos a pacientes con poca esperanza de vida. El valor inalienable de toda vida humana, aún la más frágil, obliga a valorar con extrema precisión los verdaderos alcances de la medicina actual y cuáles son las reales condiciones, sin adornos, en cada caso donde se plantea una eutanasia, cosa que finalmente es lo que se planea hacer al desconectar el soporte vital de un paciente.

La eutanasia, término derivado del griego que significa “buena muerte”, ha sido objeto de intensos debates a lo largo de la historia, generando cuestionamientos éticos, legales y religiosos.

La eutanasia se define como la acción de provocar la muerte de una persona que padece una enfermedad incurable para evitar su sufrimiento. Esta práctica ha evolucionado a lo largo del tiempo, dividiéndose en dos categorías principales: la eutanasia activa, donde se administra deliberadamente una sustancia para provocar la muerte, y la eutanasia pasiva, que implica la suspensión de tratamientos médicos que mantienen con vida al paciente.

Los antecedentes históricos de la eutanasia se remontan a la antigua Grecia y Roma, donde algunos filósofos planteaban la idea de permitir la muerte asistida en casos de sufrimiento extremo. Sin embargo, la eutanasia fue condenada en la mayoría de las culturas y durante gran parte de la historia, considerándose un acto inmoral.

A lo largo del tiempo, ha habido casos notorios en los que se ha practicado la eutanasia, y uno de los nombres más destacados en este contexto es el del Dr. Jack Kevorkian. conocido como el “Doctor Muerte”, Kevorkian fue un médico estadounidense que se hizo famoso en la década de 1990 por asistir en el suicidio de pacientes terminales. Este controvertido personaje puso de manifiesto la complejidad ética y legal que rodea a la eutanasia.

Los argumentos a favor de la eutanasia se centran en el respeto a la autonomía del paciente y la posibilidad de poner fin a un sufrimiento insoportable. Por otro lado, los detractores argumentan que la vida humana debe protegerse en todo momento y que la eutanasia puede llevar a un deslizamiento ético, poniendo en peligro a las personas más vulnerables.

Previsiblemente diversas tradiciones y religiones condenan la eutanasia, considerándola un acto contrario a la voluntad divina. En contraposición, algunos argumentan que el alivio del sufrimiento podría considerarse un acto de compasión, compatible con principios éticos y religiosos.

Un dilema se plantea al decidir si es ético prolongar la agonía de un enfermo terminal. Aquí, entran en juego consideraciones. ¿Es válido y justificado prolongar una agonía, un sufrimiento, en un paciente que inevitablemente morirá por no existir posibilidades terapéuticas de tratamiento?

El dilema es complejo y está lejos de resolverse. Decídase lo que se decida el Estado no podrá quedar bien con todos.

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