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Polvos estelares

Los astrónomos contemporáneos, recopilando pequeñas porciones casi imperceptibles de fotones con sus nuevos instrumentos, han logrado componer trabajosamente una visión asombrosa del universo.

Durante el año 2009 declarado Año Internacional de la Astronomía tuvimos ocasión de celebrar, junto a la Comunidad Científica Mundial, los 400 años en que se logró la primera observación al espacio, por medio del telescopio manipulado por Galileo Galilei, en el año 1609.  Hace 14 años entendimos que nunca como ahora se nos brindaba la oportunidad de comprender cómo el ser humano se encuentra tan íntima e indisolublemente vinculado al Universo y se nos convocaba a voltear nuestra mirada, con más frecuencia, a los cielos… que invitan a reflexionar sobre los secretos del Universo.

       Los festejos iniciaron el 31 de enero congregando, en diversos puntos del país, a astrónomos profesionales y aficionados, que compartieron con todo tipo de público sus conocimientos de estrellas, constelaciones, planetas y galaxias.  Y mucho se habló, se escribió y conoció sobre el tema que, como menciona una querida amiga y lo aseveran científicos prestigiados, cuanto más lo asimilemos, llegaremos a comprender la esencia y el significado de la vida, de la muerte y de la trascendencia o renacimiento.

       A mi padre agradezco el aprendizaje de contemplar el firmamento nocturno y el conocer el nombre de algunas estrellas y constelaciones que pueblan la bóveda septentrional perceptible a nuestra visión, así como de otras que sólo pueden contemplarse en determinados puntos del globo terráqueo. 

       Cuando pienso en el Universo, pienso también en la Gran Explosión (o Big Bang, como le llamaba mi hijo siendo pequeño), ésa que trajo, como Prometeo el fuego, luz y semillas de vida al “puñado” de elementos que “flotaban” en un vacío negro y abismal: hidrógeno y helio, junto con leves trozos de litio y berilio.  “Cuando miro hacia el cielo y contemplo la infinidad de astros (que aparentemente me ignoran), me resulta inevitable pensar que estoy mirando hacia atrás, en el tiempo y en mi historia”, alguna vez me confió un recordado amigo de las Islas Canarias.

       Y cuentan, quienes de esto saben, que la insondable oscuridad renació y su noche de más de 100 millones de años terminó, cuando las nubes de hidrógeno colapsaron y se incendiaron y en los hornos de fundición de las primeras estrellas de átomos se aplastaron, se quemaron y convirtieron en partículas más complejas, como el CARBONO que contiene el papel de la hoja en que he escrito y la misma mano que la sostuvo.  Y fue en ese momento, cuando el Universo se iluminó por primera vez, que sucedió la segunda creación, la que cuenta de verdad.

       Aunque aún no es posible “ver” ese amanecer cósmico, estudios científicos recientes (utilizando asombrosos programas de computadoras) han “resucitado” una época lejana, dominada por bolas gigantes de hidrógeno en llamas, cientos de veces mayores que el sol y millones de veces más radiantes.  Esas fueron las primeras estrellas, diferentes a cualquiera de las que existen hoy en el Universo.  Ellas crearon todo lo necesario para las futuras estrellas, así como los elementos esenciales para la vida como la conocemos hoy en la Tierra.

       Las antiguas estrellas, inmensas bolas de fuego, producto de la Gran Explosión, resplandecieron durante unos 3 millones de años, para morir después en un coro de detonaciones, mucho antes de que existiera algo de lo que actualmente observamos en el firmamento.  SU MUERTE CREO LA VIDA.  Y partes de estas primeras estrellas gigantes están en nuestra sangre, en nuestros huesos y en nuestra piel.  Inclusive podría ser que esa partícula de polvo estelar de la que se formó la Tierra, haya sido lanzada al vacío por la explosión que deshizo en pedazos a las primeras estrellas.

       Dicen también los científicos, que aquellas estrellas abuelas vivieron rápidamente y murieron jóvenes: después de sólo 3 millones de años (una vida tan corta, que no se compara con el tiempo transcurrido desde la aparición de los primeros homínidos), las estrellas habrían explotado como “supernovas” y esto puso en marcha la evolución del Universo, como lo conocemos.

       Aquellas explosiones que parecerían catastróficas, esparcieron por todo el espacio el carbono, el oxígeno y el hierro creados en los núcleos de las estrellas, mediante una cadena de reacciones en fusión.  Y esos elementos que desataron el colapso de las nubes formadoras de estrellas, fueron las semillas de todas las futuras estrellas y sistemas solares.  Sin la completa destrucción de las primeras luces del Universo, nunca hubiera surgido la vida en un pequeño y acuoso mundo (conocido como Planeta Tierra) miles de millones de años después.  Y ningunx de nosotrxs estaría aquí para contar, entre otras cosas, todo lo que el Ser Humano ha avanzado en el terreno del autoconocimiento, apoyado por prodigiosas máquinas que logran recrear acontecimientos jamás registrados…

       Hoy sabemos, por seres excepcionales como Galileo Galilei, que pasaron y pasan muchas horas de sus vidas, escudriñando el Universo, que muchxs astrónomxs podrían ser ahora testigos del fallecimiento de las primeras estrellas, ocurrido hace muchísimo tiempo.  Y por todos estos conocimientos, que llegan ahora a una gran cantidad de personas de todas las edades, resulta interesante preguntarnos de dónde vienen los elementos de los que estamos hechos, pues todo lo que hizo la Gran Explosión, fue mayormente hidrógeno y helio… y si miramos a nuestro alrededor, no hay mucho de ellos dos.  Todo es mayormente carbono y hierro.

       Y como el único lugar donde esos elementos se producen, es en las estrellas que explotan, podemos asegurar que todo lo que se encuentra en torno nuestro, en algún momento, debe haber sido parte de una estrella que explotó y quedó desperdigada por el Universo.

       Hoy que recuerdo las charlas sostenidas con el amigo y maestro Benjamín, puedo decirle, a la distancia, que tenía razón en sus afirmaciones: “todxs somos Polvo de Estrellas… y Universos en expansión”.   Así recuerdo a seres queridos que hoy no se encuentran ya, en estos planos.

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