Nuevas paternidades

Para los padres no tendría que ser un reto la educación de sus hijas sino existiera la prevalencia de violencia en las calles y en las escuelas. | Agencia de Comunicación Gráfica

Especialistas en el tema de violencia en la familia, aseguran que en América Latina “no se hace lo suficiente en términos de políticas y programas públicos, para promover y apoyar la participación de hombres como PADRES y CUIDADORES” y “aunque las mujeres han realizado grandes avances respecto a la crianza y cuidados de hijos e hijas menores, en su incorporación al mercado laboral, con tasas de participación que se han incrementado en más del doble desde la década de los años sesenta, el avance sigue siendo insuficiente para cerrar la brecha con los hombres, quienes contribuyen muy poco dentro del hogar… a pesar de (en muchas ocasiones) permanecer en el desempleo”.

       En el año 2019, se hizo público el informe denominado “El estado de la paternidad en América Latina y El Caribe”, realizado por la Federación Internacional de  Planificación de la Familia de la Región Hemisferio Occidental y Masculinidades y Equidad de Género, entre otras organizaciones latinoamericanas, que indicaba la creciente evidencia de que un padre involucrado impacta positivamente en el desarrollo de sus hijos/as en diversas áreas, siendo la corresponsabilidad en los cuidados y en las tareas domésticas, clave para la igualdad de género.  La paternidad es también un ámbito de bienestar y sentido de vida para los hombres, así como una puerta para abordar el cuidado de su salud y la prevención de la violencia.

       En sociedades como la nuestra (llámese mexicana, michoacana, o específica de algún lugar del país), todavía somos pocas/os quienes entendemos que hablar de machismo no significa que sólo sea para atacar o descalificar esa actitud, sino para comprender el daño que directa o indirectamente provoca, y saber qué medidas podemos adoptar para erradicarlo de nuestra vida, proponiendo, además, acciones colectivas que ayuden a transformar esas actitudes, de manera positiva.

       Mucho tenemos que agradecer al movimiento mundial de las mujeres, que desde los años 70, con el uso responsable de anticonceptivos y las campañas de planificación familiar, ofrecieron la posibilidad a las parejas de decidir el número de hijos e hijas que deseaban tener, además de iniciar los cuestionamientos sobre la forma tradicional de relaciones entre hombres y mujeres, que nos llevó al logro de que fueran reconocidos los derechos específicos de género.

       Como resultado de la amplia difusión de las ideas y demandas de ese incipiente movimiento feminista, muchísimas mujeres alrededor del mundo nos hemos organizado para defender nuestros derechos, contando con la participación de un buen número de varones que ni están de acuerdo, ni ven como natural el hecho del maltrato hacia la mujer.

       El ser humano, en esencia, no es violento; más bien es el ambiente en que se desenvuelve lo que marca la actitud que él o ella desarrollará en la vida.  Recordemos que en la historia de nuestro país, sus Estados y comunidades, así como en muchos otros países, los abuelos, padres e hijos han aprendido, en el transcurso de la vida, algunas ideas que han desencadenado el trato inequitativo y violento hacia las mujeres.

       “Que los padres (varones) deben ser el centro de las familias; que su función primordial es ser proveedores y que sólo de esta manera pueden demostrar aprecio y cariño hacia sus hijos/as; que su función de proveedores les obliga a estar fuera de casa y ello justifica dejar sola a la esposa o compañera en el cuidado, atención, crianza y educación de hijos e hijas; y que debe evitar cualquier manifestación espontánea de cariño o afecto a la familia, para no perder autoridad”.  Como parte de estas creencias tan extendidas de la paternidad, existen tres estilos de ser padres: los autoritarios, los violentos y los ausentes.

       Al ser educados/as bajo estos criterios rígidos y tradicionales, lo que se ha conseguido es empujar a los varones hacia el alcoholismo, la drogadicción y otras conductas antisociales que lesionan su autoestima, afectando el desarrollo personal de hijos, hijas, parejas y familiares cercanos, generando a la vez daños en su salud mental y física.

       Esto, obviamente, tiene mucho que ver con las actuales condiciones de violencia, inseguridad y delincuencia que padece nuestro país.  Si desde la familia el niño o niña vive un ejercicio parental machista: con padres lejanos, agresivos o ausentes, crecen las probabilidades de que en su adolescencia (si no es que desde la infancia) estxs pequeñxs  sean presas fáciles de la violencia o la delincuencia.  Los miles de jóvenes que actualmente participan en actos criminales y los que han sido víctimas inocentes o no de esos actos, nos están llamando a no permanecer al margen y tomar parte del movimiento que propone un cambio en nuestras relaciones con los/as demás: educándonos (hombres y mujeres)para alcanzar seguridad, fuerza y habilidades que nos permitan salir adelante, con iguales derechos y obligaciones; para que los hombres no estén obligados a reprimir sus emociones y su sensibilidad, y se permitan ser expresivos, afectuosos y pacientes con hijos e hijas; para que los padres (igual que las madres) puedan establecer mejor comunicación con todos/as en la familia, con tolerancia y respeto, haciendo esta experiencia (el ser padres) más disfrutable.

       En un mundo donde pudimos haber sido educados/as con golpes, gritos, insultos, castigos, descalificaciones y regaños; donde aprendimos a ridiculizar a los/as demás y en especial a las mujeres, niñas, niños, indígenas y ancianos/as, no resulta fácil educar sin copiar esos modelos.  Luego entonces, resulta necesario hacer un gran esfuerzo y profundos cambios personales para no caer en esos estilos inconvenientes que contribuyen a alimentar la violencia cotidiana.

       En estos tiempos, cobra mayor importancia que dentro del núcleo familiar (sin importar la composición de la familia), lo mismo que en una comunidad o en un país, se fomenten los valores y actitudes basados en el respeto, la justicia y la igualdad de oportunidades.  Estar dispuestos/as a aprender de todos/as, en especial de los hijos e hijas, que, ante todo, necesitan sentirse amados, comprendidos, escuchados y tomados en cuenta por los padres y adultos que les rodean.

       “La forma en que hemos aprendido y llegamos a ser padres, así como en la que se educa y convive con hijos e hijas, según su edad, nos demuestra que la paternidad no es una experiencia acabada o definida desde el principio, sino un proceso que los hombres van construyendo desde que son hijos.  Esto coloca a los padres en un constante proceso de reflexión, que permite encontrar nuevas alternativas para el ejercicio de la paternidad, que sean más adecuadas a sus posibilidades, a su forma de pensar y de sentir, pero también, y principalmente, a las necesidades de sus hijas e hijos”, propone el Colectivo de Hombres por Relaciones Igualitarias, A.C. (CORIAC), en la edición de “Paternidad Equitativa: una propuesta para hombres que desean mejores relaciones con sus hijas e hijos”, apoyada por UNICEF (Fondo de Naciones Unidas por la Infancia).

       La violencia, como mecanismo de relación, ha impuesto normas, antivalores y formas de dominación entre personas… Afortunadamente, hoy va creciendo el interés por deconstruir esos añejos patrones y educar en la equidad de género.