La función de la pérdida

La derrota, gran maestra, nos muestra la pena y la tristeza que también son parte constitutiva de nosotros. | Imagen: zeropsicologos.com

Perder no es fracasar. Al contrario. Se está más fracasado cuando sólo hay un camino en la vida y no se pueden conocer los matices profundos que constituyen la experiencia humana. Porque la esencia de lo humano implica un anudamiento de contradicciones inesperadas donde los opuestos no están separados, sino que se determinan recíprocamente. Cuando asumimos la posición de ganadores sin falta, sin duda, sin angustia y sin pregunta, es como si toda la vida estuviera ya vivida y resumida en el triunfo y la imposición de mi yo ante los demás. Soy el mejor. Te chingas. Entonces nunca habrá algo nuevo por descubrir. Una sorpresa. Una inquietud. Algo que dé motivos para seguir. Porque no siempre se quiere seguir a pesar las millones de mentiras con las que nos dejamos envolver y nos perdemos en el reino de las imágenes sin falla. Como en el porno o las redes sociales. La competitividad diaria. El sexo sin amor y sin ternura. Y todas las maneras de gozar que nos alejan de nosotros mismos y nos sumen en una muerte lenta que no impulsa la vida.

Tal vez no sea tan grave no resultar victorioso en todas las cosas que nos proponemos. No hay manera de que sólo exista el arriba sin el abajo, el adentro sin el afuera, la vida sin la muerte, la presencia sin ausencia, el triunfo sin la derrota. Perder enseña que el otro existe y que también tiene derecho a estar y existir al igual que yo. Es que cuando sólo se tiene en la mente ganar se olvida que somos frágiles y limitados y que estamos aquí un rato nomás y que entonces deberíamos más bien concentrarnos en las cosas realmente importantes de la vida, como el tiempo que pasamos con los otros y lo que hacemos y decimos juntos.

La derrota, gran maestra, nos muestra la pena y la tristeza que también son parte constitutiva de nosotros porque nos acercan a la muerte, que es ante todo incertidumbre y angustia real que no se puede negar porque es nuestro único destino certero, pero también y al mismo tiempo, posibilidad fecunda de salir de esta mentira mal disimulada que es la cultura del ganador sin falta y sin pregunta para decir por fin: yo deseo esto y no lo otro y asumo sus retos y consecuencias.