Un lugar llamado Belén

Fue durante el siglo XV cuando la creación de nacimientos logró su máxima difusión. | Fotografía: Archivo

Para el mundo cristiano (sobre todo el de este lado occidental del planeta) resulta prácticamente desconocido el lugar en donde se originaron las múltiples tradiciones de esta temporada, que llegan a su cúspide durante el Solsticio de Invierno.  Para saber del sitio llamado Belén, es importante tener presente que se encuentra en territorio Palestino (hoy asolado por la violencia del régimen judío) y que precisamente ahí fue donde José y María, acudiendo a Jerusalén a empadronarse, recibieron al hijo que esperaban: Jesús, cuyo nacimiento marcó el calendario que rige el transcurrir de un significativo número de la población mundial.

       Como cada año, este 24 de diciembre millones de católicos de todo el orbe, seguramente dirigirán su atención a la ceremonia religiosa, televisada desde el corazón de Belén: a iglesia de la Natividad.  Y para millones más, este evento pasará desapercibido, ocupados, como se encontrarán, preparando todo tipo de festejos, emulando lo que sus mayores hacían, pero careciendo de significado alguno.  Al mismo tiempo, miles de musulmanes betlemitas celebrarán también esta fiesta, que para ellos es considerada “nacional”, ya que para ellos Jesucristo es un personaje importante, dentro de los textos del Corán.

       A diferencia de lo que se canta en los villancicos navideños, Belén se ha convertido, en los últimos tiempos, en uno de los lugares con mayor número de conflictos sociales y políticos.  El muro que ha levantado el gobierno israelí para mantener alejados a los probables “terroristas” de Jerusalén, ha transformado a la ciudad que tanta gente relaciona con el tañer de campanas.  “Entrar a ella, significa una de las experiencias más impresionantes en cuestión de turismo”, advierten viajeros de distintas nacionalidades.

       La ciudad de Belén se localiza a no más de diez kilómetros de Jerusalén y hay zonas donde se puede distinguir el impresionante muro de concreto de siete metros de altura, dividiendo prácticamente calles principales del lugar: de un lado, es Cisjordania; del otro, es Israel.

       La mayoría de los pobladores de Belén son musulmanes y la cantidad de católicos disminuye cada vez con celeridad, entre las nuevas generaciones; sin embargo, los peregrinos católicos de todo el mundo que no dejan de llegar hasta el altar del pesebre en la Iglesia de la Natividad, son bien recibidos, porque los betlemitas son bastante hospitalarios y agradecidos, ya que no desconocen lo que implica llegar hasta ahí a todo viajero.  Para entrar a Belén es necesario llevar consigo el pasaporte, ya que es como una frontera.  Pero para quienes nacieron en el lugar, es la injusticia más grande cometida en contra de un pueblo que se encuentra prácticamente preso, privado de poder orar, trabajar, visitar amigos o familiares en Jerusalén.

       La “bienvenida” a la ciudad sagrada la dan soldados y cámaras de seguridad.  La entrega de pasaportes y el control de documentos se hace al más alto estilo de cualquier burocracia, aunque ahí están presentes, en todo momento, militares fuertemente armados.  “Es -describe Rosendo Quintos, viajero y colaborador de medios internacionales- como penetrar a un penal de alta seguridad.  Y sólo franquear una gran puerta de madera antigua, y ya estás en Belén”.  Un toque de modernismo lo dan los taxis que se encuentran a la espera de visitantes.  Los conductores saben que cualquiera que sortea las barreras establecidas, es para llegar a la Iglesia de la Natividad.

       La esperanza de obtener algunos recursos económicos para buena parte de la población, viene del turismo, porque no es una ciudad industriosa y el clima de la región es desértico.  En los últimos años, los pocos hoteles que existen en Belén han sufrido las peores crisis en su historia.  Los turistas que llegan, ya no duermen ahí (sobre todo por las alertas terroristas) y sus visitas son restringidas por las mismas agencias de viajes que las han abreviado: sólo recorren, además de la Iglesia de la Natividad, la Plaza del Pesebre, algunas calles cercanas y se sale inmediatamente… con frecuencia, sin llegar a tomar alguno de los pocos alimentos que se ofrecen por las calles.  La mayoría de las tiendas de recuerdos se mantienen cerradas.  Sólo quienes viajan por su cuenta, como el caso de Rosendo Quintos, pueden percatarse de la seguridad del sitio y de la amabilidad de los betlemitas.

       A la considerada Basílica de la Natividad, se accede por una puerta que mide por debajo de los dos metros de altura “para que no penetren animales al recinto”, recordando de antemano que el edificio tiene catorce siglos de vida.  Hay que entrar casi agachados.  Y al interior, se respira más que historia: se respira una energía que, al primer contacto con ella, se puede olvidar por instantes el atribulado sitio donde uno se encuentra: los conflictos, la burocracia, las intolerancias humanas… el tiempo y el espacio.  Existe un misticismo que se vive de manera única y quizás irrepetible.

       La construcción resulta sencilla: sin tanto oro, sin tanto lujo, sin el “glamour” de tantas iglesias y catedrales occidentales (estilo románico).  Es, simplemente, el lugar donde se cree nació Jesús, ese niño que vino a transformar tantas cosas en un mundo lleno de conflictos, como el actual.

       A la Iglesia o Basílica de Belén llegan turistas, viajeros y creyentes de todos los continentes.  Algunos arrodillados alrededor de una estrella de plata que marca la gruta de la Natividad; oran en voz baja, o simplemente reflexionan en silencio.  Otros, cerca del altar del pesebre, lugar donde los Magos llevaron regalos al recién nacido, entonan cánticos (se escuchan en varios idiomas, incluso en español).  Y por supuesto que también se escuchan campanas… tal vez no de sonar alegre, como en los villancicos, sino solemnes, llamando para algún oficio.

       También en Belén se encuentra el bullicio de cualquier comunidad, cuyos miles de habitantes viven y coexisten en mercados, fiestas, reuniones, cumpleaños, bodas (tradicionales y occidentalizadas), en medio de una arquitectura variada, pero preponderantemente oriental, sin faltar sus mezquitas.  Y Belén, como tantas ciudades del Medio Oriente, también está viendo crecer a una buena cantidad de jóvenes que han entregado su vida en la guerra por defender su territorio.

       Este texto fue posible, gracias a la detallada descripción que hizo en una revista de viajes Rosendo Quintos, quien de manera sencilla logra llevarnos hasta el idealizado sitio de Belén, cuyos pobladores, en pleno siglo XXI, se encuentran prácticamente “sitiados” por quienes encabezan un régimen que pretende despojarles de sus tierras ancestrales. 

       Hoy despedimos este año, entendiendo que la agresión a la población Palestina de la franja de Gaza, es el último episodio de una serie casi ininterrumpida de violencias de los señores del dinero contra los pueblos, con el infame propósito de desplazar por la fuerza a millones de personas.  Y estas violencias han tomado como blanco central a niños y niñas.  Porque son las resistencias del mañana.

       Pensando en Belén, invoquemos al espíritu de amor que trajo a ese pequeño, llamado Jesús, para proponer un mundo en donde quepan todos los otros mundos con sus diferencias, creencias y sapiencias.