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Vivir la falta

La decoración de las casas y calles es otra forma de cómo celebrar la Navidad en México. Fuente: Unsplash

La falta está escrita en nuestros huesos. Se la lleva tatuada por debajo de la piel. Es la tinta y el papel que definen nuestra historia. Es lo perenne de la felicidad siempre escurridiza. El final de una tarde soleada. El hastío de lo cotidiano que tiende a menospreciar el instante vivido.

Algo falta adentro que se busca afuera. Como un dolor secreto que me acompaña desde siempre. Un retortijón en el alma que me paraliza de pronto. Algo sobre mí mismo que más bien se posterga o se olvida o se lo mira como una enfermedad de la que uno debería curarse. La falta a veces toma la forma de un abismo siniestro que pide más, sin saber qué se quiere y por qué se quiere lo que se dice querer. Entonces se le pone de todo a la falta intentado colmarla: amores efímeros, sustancias prohibidas, excesos, personas, objetos lujosos, distracciones: siempre algo de afuera que venga y me haga sentir bien. Hay toda una industria altamente lucrativa que nos propone vivir sin falta.

Es muy peligroso relacionarse de esta forma con la propia falta pues se está expuesto a diagnósticos y pronósticos, a veces malintencionados o ignorantes, que lo hacen a uno ser esclavo del otro que supuestamente sabe de mi dolor, porque nada quiere más el que no puede consigo mismo que alguien que le diga quién es y cómo debe vivir su vida. La búsqueda desesperada de la respuesta en el otro es más bien una forma de cobardía ante la ausencia de formulación de las propias preguntas importantes: esas de las que nadie tiene la respuesta porque son mías y de nadie más y por lo tanto me corresponde a mí resolverlas. Como mejor pueda. Y vivir mi vida de acuerdo a mi palabra si es que me atrevo a salir de la infancia. 

La falta tiende a acentuarse y volverse insoportable en fechas especiales como la navidad o los cumpleaños por la carga afectiva que conllevan.

Acaso mucho del sufrimiento cotidiano que se lleva en silencio se debe a una relación equivocada con la falta, eso que nos construye y nos constituye aunque no queramos acercarnos a ella. La negamos, la tapamos, la odiamos y le damos al otro la responsabilidad de redimirnos de su presencia. Pensamos que es horrible estar en falta y salimos corriendo tras alguien que nos colme. Primer error. Luego nos desilusionamos por qué el otro no era lo que esperábamos y recomienza el circuito interminable de la repetición que niega la soledad a través del amor y se vuelve un modo de ser y de vivir. Relaciones superficiales y sin sentido del compromiso y del otro se vuelven lo cotidiano.

Entonces, por andar desesperados negando la falta olvidamos que el vacío central de la condición humana no es algo malo o perverso o patológico pues también puede ser una posibilidad inédita de detener la repetición y acercarse a la vida siempre impulsada por la muerte. Un espacio vacío sobre el que construir lo que uno espera encontrar. Solo se puede escribir en una hoja vacía. Alguien acostumbrado a devorar no puede disfrutar del manjar de la soledad que tal vez permita un encuentro auténtico con el otro.

La falta puede ser la luna llena que ilumina las olas del mar en donde los amantes retan a la muerte mientras ella disfruta del escenario con una sonrisa en los labios a la espera de su implacable aparición.

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