Por un desarrollo centrado en la vida

El ser humano durante siglos ha sido un individuo pasivo con el cuidado de la naturaleza, ha hecho uso y desuso de los recursos que ofrece. (Foto: especial)

Han pasado siete años ya, desde que una estimada amiga, oriunda de Tacámbaro, me obsequió la Agenda Latinoamericana Mundial, que, en ese año, 2017, estaba dedicada al tema ambiental y su título era ya una propuesta que habla por sí misma: Invitación a la Ecología Integral.  Hoy que descubro cuántos subrayados y notas he dejado en sus páginas, conteniendo siete capítulos que obligan a reflexionar en el hecho de que todavía no hay voluntad política en las sociedades ni en sus gobiernos, ni movimiento suficiente en la opinión pública para el cambio que necesitamos, ése que permita frenar la suicida actitud de depredar la naturaleza por el supuesto “crecimiento económico”, vuelvo a repetir con mayor vehemencia la exhortación que se nos hace para asumir responsabilidad ante la depredación y los senderos de la muerte creados por unos pocos.

        La invitación que hace la Agenda citada y editada por las Comunidades Eclesiales de Base, puede resumirse en las siguientes frases:  “Vengan con nosotros, recorran ese camino, esta propuesta y vean cómo, en efecto, es posible ampliar nuestra mirada y descubrir que lo ecológico sí tiene capacidad para abrazar y reorientar todas nuestras dimensiones humanas -incluida la espiritual-, enmarcándolas precisamente en la realidad más real: la naturaleza que somos, el planeta que habitamos, la sacralidad de la que hemos brotado.  Asumamos el compromiso: confrontar nuestra vida con el desafío ecológico de un modo integral”.

       Siendo nuestro país un territorio que contiene todavía tantas riquezas naturales y una diversidad cultural extraordinaria, a muchxs nos resulta verdaderamente apabullante darnos cuenta de cómo tantas decisiones gubernamentales se encuentran encaminadas al maltrato de la vida de las personas, de los animales, de la tierra y de los recursos naturales.  Porque en la lógica de obtener más dinero y “activar la economía”, se despoja a comunidades enteras, se persigue y se asesina a quienes defienden sus recursos y los entrega a empresas particulares y extranjeras, rompiendo el frágil equilibrio social, económico y ambiental en que esos pueblos y esa gente (que además son quienes cultivan lo que llega a nuestra mesa) han vivido por generaciones.

       Precisamente, fue mi generación la que abrió los ojos al desequilibrio ecológico desde la década de los 70 como una cuestión de fondo en las luchas sociales y políticas de aquel momento: a finales de los 70, surge en Michoacán la Unión de Comuneros “Emiliano Zapata”, así como en otros Estados se conformaron organizaciones indígenas y campesinas que dieron vida a las Coordinadoras Nacional Plan de Ayala y la también Nacional de Pueblos Indios (CNPA y CNPI), así como otras semejantes en el país, cuyo eje central de lucha giraba y gira en torno a la defensa de tierras y territorios con sus recursos naturales y al respeto de su identidad y su cultura.

       Desde entonces, surgió esa conciencia ecológica: se rompió con la antigua concepción de la Tierra como recurso a ser explotado y pasó a entenderse como un gran sistema de vida cuyo equilibrio resulta fundamental para la especie humana.  Este cambio en el plano de la conciencia, cambió también el comportamiento social, fundamentando el cuidado y la responsabilidad hacia la Tierra (un organismo vivo) y el Medio Ambiente, como uno de los principios éticos para el nuevo siglo XXI.

       Actualmente, con los muchos elementos que la comunidad científica ha aportado, sabemos que el sistema económico que prevalece mundialmente, es el generador de sociedades de consumo para las que produce y vende sin parar, valiéndose de los bienes naturales del planeta que se encuentran ya casi agotados, porque, o se regeneran con lentitud, o no son renovables y en algún momento dejarán de existir.  Pero eso les tiene sin cuidado.  El capitalismo es suicida, porque no consigue mantenerse sin destruir las condiciones que la humanidad necesita para sobrevivir: clima equilibrado, bienes naturales disponibles a largo plazo y seguridad alimentaria.

       Luego entonces, más que nunca es el momento de pensar un modelo de desarrollo centrado en las necesidades humanas que garantice la reproducción de la naturaleza, evite el desperdicio y no agote los bienes que necesitamos para vivir.  Un desarrollo que esté centrado en la vida y no en la maximización del lucro.  Necesitamos otra concepción de desarrollo, centrado en la satisfacción de esas necesidades y no sólo como desarrollo económico.  “El desarrollo es desplegar las potencialidades existentes en las personas y en la sociedad, para que tengan vida saludable y puedan vivir bien”, afirma el documento “Invitación a la Ecología Integral”.

       En su primer capítulo, aclara que podemos adoptar la actitud ecológica incompleta del “ambientalista” que actúa como bombero, apagando fuegos: hoy piden que un parque sea declarado nacional, mañana se protesta contra la construcción de una represa, pasado mañana contra una mina… acciones que no están mal, pero que no bastan, porque no resuelven el problema de fondo.  En cambio, a lo que se nos invita, es a crear una visión nueva, no antropocéntrica, sino holística: mirarnos ahora desde “el todo” (Naturaleza) y no desde “la parte” (el ser humano).

       No basta, pues, una actitud “de cuidado” de la naturaleza (no derrochar, ahorrar, calcular e integrar a partir de ahora los costos ecológicos), sino realmente redescubrir a la Naturaleza como “nuestro ámbito de pertenencia, como nuestro nicho biológico, nuestra placenta; como camino de desarrollo y camino espiritual, como una revelación mayor para nosotrxs mismxs”.

        Termino con estas palabras-exhortación que verdaderamente calan cuando tenemos noticias de cuántas vidas humanas se han ofrendado en esta lucha “a vida” contra los proyectos de depredación: “No se trata sólo de cuidar el planeta porque nos interesa, porque está amenazada nuestra vida o por motivos económicos, y ni siquiera para evitar la catástrofe que se avecina… todos esos motivos son válidos, pero pertenecen todavía al sistema que ha causado el daño y no van a arreglar la raíz del problema.  Sólo si abordamos una ‘reconversión ecológica’ de nuestros estilos de vida, de nuestra mentalidad, incluso de nuestra espiritualidad… estaremos en capacidad de ‘volver a nuestra casa común’, a la Naturaleza, de la que, indebidamente, nos autoexiliamos en algún momento del pasado”.

       Finalmente, quiero recordar que en septiembre de 2016, la Organización de las Naciones Unidas (mediante integrantes del Grupo de Trabajo sobre Empresas y Derechos Humanos) recibió las denuncias de organizaciones sociales, comunidades y movimientos de diversos estados del país, por la permanente violación de sus garantías individuales por las actividades empresariales (legales e ilegales) que casi siempre son impulsadas por instituciones y funcionarios del Estado Mexicano, afirmando este organismo internacional que “en México los megaproyectos se llevan de forma autoritaria”, violentando el desarrollo centrado en la vida.